La
fe en San Agustín
Catequesis.
·
Introducción.
“Dios quiere
que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1
Tm 2,4), es decir, al conocimiento de Cristo Jesús (cf Jn 14,6). Este
conocimiento de Cristo se pone de manifiesto desde la fe. A través de ella,
nosotros podemos descubrir la presencia de Dios, revelado, manifestado en
Cristo Jesús, Señor nuestro.
La fe se alimenta de la
palabra de Dios, de la oración, de la celebración cristiana, de los sacramentos
de la Iglesia, de muchas situaciones y presencias de Dios en medio de nuestro
mundo. Contemplar la obra de la creación, hasta el detalle más simple, supone
para el creyente en Cristo nutrirse continuamente del gran don de la fe.
A lo largo de esta catequesis, vamos a tratar de
ilustrar el tema de la fe desde la experiencia y los escritos de san Agustín.
Será algo sencillo, pero creemos que eficaz.
- La fe es un don.
La primera idea que descubrimos es que la fe es un
don, que se nos otorga a todos los bautizados el día de nuestro Bautismo. Dios
concede ese don a todos los que forman parte de esa gran familia de creyentes
que somos los cristianos. La fe como don, es el comienzo de la vida cristiana,
“nadie comienza si no es a partir del
comienzo de la fe” (CS 33,s.1,10). Y esa fe “tiene por objeto las cosas que no se ven; cuando se vean, desaparecerá
y tendrá lugar la visión” (CS 91,1).
A través del Sacramento se da el
don a todos los creyentes y “nadie
pierde la fe a no ser que se la desprecie” (CS 55,19). Por lo tanto es un
don, un regalo, una fuerza que Dios concede para que le amemos y le busquemos
aquí en este mundo. Como don, es necesario para crecer cada día en el amor de
Dios y el amor a los demás. Continua diciendo san Agustín que “la fe de tal modo se halla en el alma, que
viene a ser la buena raíz que convierte el agua en fruto” (CS 139, 1). El
agua es la gracia de Dios, el don que llevamos dentro, y el fruto es la
expresión de la fe: el amor, las buenas obras, la santidad de vida…
“La fe consiste en creer lo que aún no ves, y
su recompensa es ver lo que ahora crees” (S 43,1). Se nos es dada puesto
que Dios quiere que vivamos sólo para él, y sintamos su presencia viva en medio
de las cosas que llevamos a cabo entre nosotros.
“¿De donde te viene el
creer, sino de la fe? La fe que tienes es un don de Dios” (S 168,1).
- ¿En quién creemos?
A lo largo de la historia de la salvación se nos ha
ido revelando el gran misterio de Dios escondido, oculto para los hombres y
manifestado abiertamente en la persona de Jesucristo, Hijo de Dios. El es quien
nos ha revelado el amor de Dios, y nos ha manifestado con su vida y con su
entrega, quien es Dios.
Nuestra fe se centra Dios que es Padre, Hijo y
Espíritu Santo. El misterio de la Santísima Trinidad ha sido revelado por
Jesucristo, hecho hombre por nosotros. El objeto de nuestra fe, por tanto, es,
en primer lugar, en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
A través del Símbolo de los Apóstoles, el Credo, se
ponen de manifiesto los contenidos o verdades de la fe. “Se llama Símbolo a aquello en que se reconocen los cristianos” (S
213,2). La gran verdad de nuestra fe es la resurrección de Cristo. “La resurrección de Jesucristo el Señor, es lo que caracteriza la fe cristiana”
(S229H 1). Es Cristo resucitado, Cristo vivo qu ien habita en medio de nosotros
por medio de la fe. “Si la fe está
dentro, allí está Cristo dando voces; porque, si tenemos fe, Cristo vive entre
nosotros” (TEJ 49,19).
Así pues, en la doctrina agustiniana, la fe tiene
como centro a Cristo Jesús. En el se pone de manifiesto todas las verdades
reveladas. Toda la doctrina cristiana, tiene su centro y su origen en Cristo:
el amor del Dios Padre, la fuerza y el poder del Espíritu, el nacimiento de
Cristo de María Virgen, la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor, el
envío del Espíritu Santo, la Iglesia, la resurrección de los muertos, el perdón
de los pecados, la vida eterna, la comunión de los santos.
Cristo ha sido quien nos ha revelado todos estos
misterios ocultos, y a través de la acción del Espíritu Santo se nos han dado a
conocer. Por la fe, manifestamos adhesión a todas las grandes verdades
reveladas.
Tal vez estas palabras de san Agustín sean lo
suficientemente claras para comprender el testimonio de la fe cristiana. Desde
una vida coherente, se contagia, se trasmite y vive la fe. La fe da lugar a la
santidad de vida. “El comienzo de una
vida santa, merecedora de la vida eterna, es la verdadera fe” (S 43,1). Por
lo tanto, en toda una vida orientada, dirigida a Dios, se manifiesta la fe.
En los tiempos en los que nos corresponde vivir,
son muy necesarios los testimonios. Nuestra sociedad está cansada de mensajes y
slogans que carecen de remitir a verdades más profundas. Nuestra sociedad
necesita hoy hombres y mujeres que testimonien su fe y que la vivan con
coherencia.
Esa coherencia ha de pasar por el reconocimiento
del señorío de Dios en nosotros. El camino de la humildad, típicamente
agustiniano, es clave para la vivencia de la fe. “La fe no es propia de los soberbios, sino de los humildes” (S
115,2) Sólo desde una fe basada en la
humildad podremos acercarnos a Cristo. “A Cristo se le toca mejor con la fe que con la carne; tocar a Cristo
equivale aquí a tocarlo con la fe. Aquella mujer que padecía flujos de sangre,
se acercó a El con la fe y con la mano tocó su vestido, pero con la fe quedó
curada” (S 229 K 1).
- La fe se anuncia.
El testimonio de la fe, es fundamental en la vida del creyente.
Hay que anunciar a Jesucristo con hechos y con palabras. Cada catequesis, cada
predicación o exhortación debe ir acompañada de un testimonio rotundo de fe. “Ofrezcamos nuestro cuerpo a los que nos
persiguen antes que nuestra cabeza, que es Cristo, para que no muera en
nosotros la fe cristiana si, por conservar el cuerpo, negamos al Señor” (DC
2, 16-24)
Este texto
agustiniano, duro y exigente, pone de manifiesto el verdadero significado del
testimonio cristiano. San Agustín tiene muy cerca la vida de tantos y tantos
mártires cristianos que ofrecieron su vida a Cristo de una manera cruenta. De
ahí la necesaria conversión a Cristo y la radicalidad en la entrega.
La
sociedad contemporánea ha establecido unos parámetros de pensamiento y
actuación. Unos criterios que van encaminados hacia un bienestar y una
comodidad incompatibles con la fe. Siempre debemos estar atentos para revisar
nuestros criterios de actuación, ya que corremos el riesgo de padecer la
tentación del conformismo y la mediocridad en la vivencia de la fe.
- La fe se contagia.
San Agustín, en todo su pensamiento, da mucha
importancia al tema del testimonio de la fe. Hablaremos después del anuncio de
la fe, pero es bueno detenernos ahora en la vida y experiencia de la fe.
El creyente que vive de la fe auténtica, vive en la
Verdad. “Con la fe, ciertamente, es con
lo que nos acercamos a Dios, y ésa está en el corazón, no en el cuerpo” (CD
22,29,4). Es muy importante que la vida vaya acompañada de buenas obras que
manifiesten la fe en el Hijo del Hombre. “Tu
fe es tu justicia, porque ciertamente, si crees, evitas los pecados; si los
evitas, intentas obras buenas; y Dios conoce tu intento, y escudriña tu
voluntad, y considera la lucha con la carne, y te exhorta a que pelees, y te
ayuda a vencer, y contempla al luchador, y levanta al que cae y corona al que
vence” (CS 32,2,2.1,4).
Pero sin duda, la mayor expresión de la doctrina
agustiniana, la más auténtica, la que sabemos lleva su firma bien grabada es la
alusión a la caridad. En efecto, el mejor anuncio de la fe, el mejor testimonio,
no es otro que el de la caridad. El amor al prójimo sin medida, desde el amor a
Dios, es la prueba máxima de la fe. “la
pureza de las costumbres tiene por objeto el amor de Dios y del prójimo; y la
verdad de la fe, el conocimiento de Dios y del prójimo” (DC 3, 10,14).
El valor prioritario de la caridad es esencial en
el anuncio de la fe. “Tus pies son la
caridad. Ten dos pies, no seas cojo. ¿Cuáles son los dos pies? Los dos
preceptos del amor: el amor de Dios y el amor al prójimo. Con estos pies corre
hacia Dios, acércate a él, porque El te exhorta a correr y él de tal modo
derrama tu luz, que puedes magnífica y expléndidamente seguirle” (CS 33,
s.2,10).
El anuncio de la fe, el testimonio de la fe, debe
pasar por el fuego de la caridad. Es ahí donde se fortalece y robustece la fe.
Seguimos a un Cristo que ha amado hasta el extremo, lo ha dado todo para
tengamos vida y vida abundante. Los demás, aquellos que son nuestros
destinatarios en la catequesis, en el colegio, en la parroquia; aquellos que buscan
en nosotros ideales más plenos y profundos, sólo lo pueden comprender desde una
vida que se entrega. La caridad es y será siempre el distintivo del cristiano.
San Agustín concluye que la fe culmina en el amor, y el amor es caridad.
Angel Antonio García Cuadrado
EL PENSAMIENTO AGUSTINIANO SOBRE LA EUCARISTÍA.
La Eucaristía
desde el pensamiento de san Agustín.
San Agustín, en sus obras posee una doctrina abundante y rica
acerca del sacramento de la Eucaristía.
En sus obras catequéticas sobre todo y en los sermones del ciclo
pascual, no separaba los tres alimentos o panes que eran necesarios al hombre: el pan material, sustento del cuerpo; el Pan de la
verdad o de la Palabra de Dios, que se contiene en los dos Testamentos y en la
predicación de la Iglesia, y el Pan eucarístico, que resume y supera las excelencias y eficacia de los dos manjares anteriores. “Cristo
en
su vida terrena se hizo todo; sustentó a las multitudes famélicas con el pan multiplicado en el desierto, tomando pie de ahí para elevarles a otros alimentos, como el de fe en su palabra y el de su cuerpo en el sacrificio de la cruz y de los altares. En sus designios estuvo encerrado todo; para que el
Pan de los ángeles lo comiese el hombre, el Pan de los ángeles se hizo hombre. Pues, si no se hubiera hecho hombre, no podríamos alimentarnos de su carne; y, si no tuviéramos su carne, no comeríamos el Pan del altar ".[1]
su vida terrena se hizo todo; sustentó a las multitudes famélicas con el pan multiplicado en el desierto, tomando pie de ahí para elevarles a otros alimentos, como el de fe en su palabra y el de su cuerpo en el sacrificio de la cruz y de los altares. En sus designios estuvo encerrado todo; para que el
Pan de los ángeles lo comiese el hombre, el Pan de los ángeles se hizo hombre. Pues, si no se hubiera hecho hombre, no podríamos alimentarnos de su carne; y, si no tuviéramos su carne, no comeríamos el Pan del altar ".[1]
La bondad de Dios y de
Cristo se ha hecho un gran misterio de misericordia y de bondad en este
sacramento. Al tratar de él, lo real y lo espiritual se enlazan constantemente
en la predicación agustiniana. Y aún se puede decir que el significado
espiritual prevalece sobre el realismo, porque San Agustín parte de la fe de la
Iglesia universal en el misterio de la presencia real del Señor en las especies sacramentales. No separa él, pues, tres aspectos, a
saber: la fe en el sacramento que se alimenta de la palabra de Dios, la
comunión eucarística o recepción del cuerpo de Cristo y la unión con el Cuerpo místico o
Cristo total que es la iglesia; de modo que toda unión con la Cabeza debe llevar
a la unión con el Cuerpo, y también toda unión de miembros-o ejercicio de la caridad-lleva a la Cabeza, que es el mismo Cristo .
Fundamento, pues, después de la encarnación de este misterio, es
la realidad de Cristo vista o creída al través de las especies visibles: «Ese
pan que veis en el altar, santificado por la palabra de Dios, es el cuerpo de
Cristo. El cáliz, o, mejor dicho, lo que él contiene, santificado por la palabra de
Dios,
es la sangre de Cristo. Con estas cosas quiso el Señor recomendarnos su cuerpo y su sangre, que derramó para perdón de nuestros pecados. Si los recibís bien, vosotros sois lo mismo que recibís».[2]
es la sangre de Cristo. Con estas cosas quiso el Señor recomendarnos su cuerpo y su sangre, que derramó para perdón de nuestros pecados. Si los recibís bien, vosotros sois lo mismo que recibís».[2]
lA SANTA CENA |
Las palabras de la
consagración obran el milagro de la conversión del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Cristo. Explicando la misa en un
domingo de Pascua, les decía: «Esto que veis, carísimos hermanos, en la mesa del
Señor es pan y vino; pero este pan y vino, por mediación de la palabra, se
hacen
cuerpo y sangre del Verbo... Porque, si no se dicen las palabras, lo que hay es pan y vino; añade las palabras, y ya son otra cosa. ¿Y qué otra cosa son? El cuerpo de Cristo y la sangre de Cristo; suprime la palabra, y sólo es pan y vino; añade la palabra, y será hecho sacramento. Por eso decís amén. Decir
amén es dar asentimiento a lo que se dice. Amén quiere decir, en latín, es verdad».[3]
cuerpo y sangre del Verbo... Porque, si no se dicen las palabras, lo que hay es pan y vino; añade las palabras, y ya son otra cosa. ¿Y qué otra cosa son? El cuerpo de Cristo y la sangre de Cristo; suprime la palabra, y sólo es pan y vino; añade la palabra, y será hecho sacramento. Por eso decís amén. Decir
amén es dar asentimiento a lo que se dice. Amén quiere decir, en latín, es verdad».[3]
Este realismo eucarístico identifica lo que hay y se recibe en el
altar con la misma víctima de la cruz: «Cristo nuestro Señor, que ofreció en el
sacrificio de su pasión lo que recibió de nosotros, hecho príncipe de los sacerdotes
para siempre, dio el mandato de sacrificar lo que veis, su cuerpo y sangre.
Pues, traspasado por la lanza, su cuerpo derramó agua y sangre, con que
perdonó nuestros pecados... Por eso acercaos con temor y temblor a la participación de este altar. Reconoced en el pan lo mismo que estuvo pendiente en la
cruz, reconoced en el cáliz lo que brotó de su costado. Porque todos aquellos
antiguos sacrificios del pueblo de Dios con su múltiple variedad figuraban sólo a este que había de venir» [4]
San Agustín quería que el fruto de la eucaristía fuese la caridad,
la unión de los miembros de Cristo. Su predicación eucarística miraba a este hito:
que toda la Iglesia sea verdadero cuerpo unido en la fe, esperanza y caridad
de Cristo: «Por eso Cristo quiso encomendarnos su cuerpo y sangre por
medio
de elementos que, siendo muchos, se reducen a la unidad de masa; porque de muchos granos está formada la masa única del pan y de muchos racimos y granos se forma la unidad del vino» [5]
de elementos que, siendo muchos, se reducen a la unidad de masa; porque de muchos granos está formada la masa única del pan y de muchos racimos y granos se forma la unidad del vino» [5]
He aquí la lección suprema del sacrificio eucarístico: la unión de
la comunidad cristiana. Sin unión y unidad de granos de trigo, no hay pan; sin
unión de corazones en la fe, esperanza y caridad de Cristo, no hay
verdaderamente eucaristía.
Eucaristía y
espiritualidad agustiniana
San Agustín en su predicación sobre el evangelio de San Juan
resume la espiritualidad cristiana en la eucaristía. El ha puesto los cimientos para
la doctrina de la comunión espiritual, que es un hambre interior del Pan
vivo. El que cree en este Pan y tiene hambre de El, está recibiendo
continuamente el fruto de un alimento espiritual que le sostiene y perfecciona. «Porque
este Pan requiere el hambre del hombre interior, según dice en otro lugar:
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos (Mt
5,6).
Mas el Apóstol nos dice que Cristo es la justicia para nosotros (1 Cor 1,30)» .[6]
Mas el Apóstol nos dice que Cristo es la justicia para nosotros (1 Cor 1,30)» .[6]
la llamada hacia la interioridad indica bien lo que significa
la comunión con Cristo, que es nuestra justicia, nuestra verdad, nuestra
santidad, nuestra vida eterna" El espíritu es llamado a esta participación con sus
exigencias más puras. En otras palabras, el cristiano es llamado a la
participación del Espíritu de Jesucristo por la comunión de su cuerpo y sangre. No
hay que detenerse en la parte sensible del sacramento. La unión con los miembros o
la caridad cristiana sólo puede lograrse por la unión con el Espíritu
de Cristo: «Quieres, pues, tú vivir del Espíritu de Cristo? Permanece en el Cuerpo de Cristo. ¿Acaso mi cuerpo vive de tu espíritu? Mi cuerpo vive de mi espíritu, y el tuyo de tu espíritu. No puede vivir el Cuerpo de Cristo sino del Espíritu de Cristo. Por eso San Pablo, exponiendo el misterio de este Pan, dice: Muchos somos un pan, un cuerpo (1 Cor 10,17); ¡oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad! El que quiera vivir tiene dónde y de qué ha de vivir. Acérquese, tenga fe, incorpórese para que
sea vivificado. No tenga inquina con los demás miembros, no sea miembro estiomenado que merezca amputarse, no sea miembro tuerto que cause vergüenza; sea hermoso, sea adaptado, esté unido al cuerpo, viva de la vida de Dios en honor de Dios; ahora trabaje en el mundo para que después reine en el cielo».[7]
de Cristo: «Quieres, pues, tú vivir del Espíritu de Cristo? Permanece en el Cuerpo de Cristo. ¿Acaso mi cuerpo vive de tu espíritu? Mi cuerpo vive de mi espíritu, y el tuyo de tu espíritu. No puede vivir el Cuerpo de Cristo sino del Espíritu de Cristo. Por eso San Pablo, exponiendo el misterio de este Pan, dice: Muchos somos un pan, un cuerpo (1 Cor 10,17); ¡oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad! El que quiera vivir tiene dónde y de qué ha de vivir. Acérquese, tenga fe, incorpórese para que
sea vivificado. No tenga inquina con los demás miembros, no sea miembro estiomenado que merezca amputarse, no sea miembro tuerto que cause vergüenza; sea hermoso, sea adaptado, esté unido al cuerpo, viva de la vida de Dios en honor de Dios; ahora trabaje en el mundo para que después reine en el cielo».[7]
Hay aquí todo un programa de espiritualidad cristiana vinculado a
la comunión eucarística con Cristo. El opera una transformación de los
hombres que viven de su Espíritu dándoles la santidad de miembros suyos, todos
tributarios a la vida divina que reciben del sacramento de su cuerpo y
sangre.
La moral de los miembros o las condiciones que deben poseer los cristianos para serlo de veras están bien expresadas en los calificativos que San Agustín acumula, y que son los calificativos que hacen fructuosa la comunión eucarística. Creer, acercarse, incorporarse y vivificarse; a esto se invita a los seguidores de Jesús. La comunión exige y realiza la preparación y perfección de los miembros para unirse provechosamente a la Cabeza y formar un Cuerpo hermoso y digno de tal.
La moral de los miembros o las condiciones que deben poseer los cristianos para serlo de veras están bien expresadas en los calificativos que San Agustín acumula, y que son los calificativos que hacen fructuosa la comunión eucarística. Creer, acercarse, incorporarse y vivificarse; a esto se invita a los seguidores de Jesús. La comunión exige y realiza la preparación y perfección de los miembros para unirse provechosamente a la Cabeza y formar un Cuerpo hermoso y digno de tal.
Por eso San Agustín insiste tanto en el “manducare intus”, en la
interioridad, aunque se trata de recibir un sacramento visible ". Es decir, volvemos
otra vez al sentido robusto de “Christus Panis”; ha de irse a la substancia
misma del manjar fuerte que es la divinidad con todas sus excelencias. He aquí
el meollo sobresubstancial que se ha de tomar como manjar del alma; esto
es lo que exige al miembro cristiano; viva de la vida de Dios para Dios.
Vivir de Dios es asimilar la substancia de Dios, lo que alimenta y sacie, lo
que
quita las hambres de las cosas exteriores y transitorias. Vivir de Dios es vivir de la caridad, porque Dios es caridad, y así se alcanza la forma superior de vida a que puede aspirar el cristiano, vinculándonos a la Iglesia verdadera, es decir, incorporándonos al Cuerpo vivo que es El mismo en su integridad: «Pues por este manjar y bebida quiere se entienda la sociedad de su cuerpo y sus miembros, que es la Iglesia santa en los predestinados, en los llamados y glorificados, santos y fieles suyos». [8]
quita las hambres de las cosas exteriores y transitorias. Vivir de Dios es vivir de la caridad, porque Dios es caridad, y así se alcanza la forma superior de vida a que puede aspirar el cristiano, vinculándonos a la Iglesia verdadera, es decir, incorporándonos al Cuerpo vivo que es El mismo en su integridad: «Pues por este manjar y bebida quiere se entienda la sociedad de su cuerpo y sus miembros, que es la Iglesia santa en los predestinados, en los llamados y glorificados, santos y fieles suyos». [8]
La piedad
eucarística en los vida de las primeras comunidades recoletas.
La vida de piedad en los primeros
conventos recoletos tenía una profunda entonación eucarística. La comunidad
celebraba todos los días la Eucaristía en la misa conventual. Los religiosos
sacerdotes celebraban el santo sacrificio todos los días. La comunión entre los
religiosos hermanos era también muy frecuente, más que en otras familias
religiosas, en total unos 130 días de comunión. La vida de la Madre Antonia de
Jesús (+ 1695), Agustina recoleta, a
quien los religiosos de Granada aconsejaron la comunión diaria, muestra que
otros religiosos frecuentaban la comunión diaria. “Los jueves no impedidos por
fiestas de rito doble o semidoble, se recitaba el oficio del Santísimo
Sacramento. Varios conventos acogieron pronto la devoción de las cuarenta
horas.[9]
La comunidad de Valencia dio un sabor eucarístico a sus cofradías; y el
desierto de La Viciosa tenía expuesto el Santísimo 15 horas.
Son muchos los santos y beatos
agustinos y agustinos recoletos que han llevado a cabo una profundad piedad
eucarística, un amor cálido y sincero a la presencia real de Cristo bajo las
especies de pan y vino. Cabe destacar a San Juan de Sahún, Santa Clara de
Montefalco, Beato Gracia de Kótor, y al mismo san Ezequiel Moreno.
En la actualidad, las Constituciones
actuales de la Orden, mantienen una renovada piedad hacia la Eucaristía. La
Comunidad se reúne todos los días para la celebración de la Santa Misa, que se
convierte en el acto principal de cada. Detallan las mismas Constituciones,
aquellos días que se ha de celebrar con más solemnidad, coincidiendo con las
principales fiestas litúrgicas de la Iglesia y de la Orden. Junto a la
celebración de la Eucaristía, las Constituciones exhortan a la adoración
eucarística, principalmente los domingos y fiestas.
[1] Sermo 56,10
[2] Sermo 237
[3] DENIS, VI
[4] S. 227,1
[5] In Io.ev.tr. 26,17
[6] Ibid.,26,1
[7] Ibid. 26,13
[8] Ibid.,26,15
[9] Bull 1, 407;2,7-8,449-50,585-586
LA PASTORAL EN SAN AGUSTÍN
Con frecuencia
nos imaginamos a Agustín sentado detrás
de su escritorio, rodeado de pergaminos y ocupado en matizar sus escritos. Lo
que se nos escapa es que, muchas veces, manifiesta en esos mismos escritos
tener entre manos asuntos muy diferentes. Leyendo su obra podemos formarnos una
idea acerca de su persona, sus ocupaciones y ambiente, su carácter, angustias y
alegrías, sus ideales y decepciones.
De todas esas imágenes o fotografías quiero seleccionar algunas
para hacer una exposición y contemplar cómo Agustín, buscando a Dios, consagró toda su vida a los demás. Lo que
llama la atención en toda su obra es el cuidado que tiene de las personas, las
de cerca y las de lejos'.
No es suficiente, sin embargo, exponer el cuidado de Agustín sólo
a través de ejemplos. Interesa, sobre todo, descubrir las motivaciones de su
actitud permanente de escucha y acogida. Una actitud que puede iluminar las
profundidades de nuestra vida y contribuir a que entendamos cómo la existencia
humana puede ser esa antorcha en cuya llama prenden muchas candelas sin que se
apague su luz. La vida entendida así corrige las leyes matemáticas, porque
quien reparte el amor no sólo no lo pierde,
sino que lo acrecienta. Sin olvidar que la preocupación por los demás
exige esfuerzo, sensibilidad y olvido de uno mismo.
El cuidado o la atención pastoral de Agustín se extendió a
diferentes campos: el servicio ministerial, la asistencia a los pobres, el
reparto de las riquezas de las Escrituras, la solicitud por la Iglesia, la
atención a la comunidad, la unidad o el ecumenismo. Se situó ante este amplio
radio de preocupaciones con una gran sencillez. Esta característica se percibe
especialmente en su particular concepción de entender la misión pastoral;
aunque se siente pastor, prefiere ser contado dentro del rebaño.
En la vida de Agustín se presentan situaciones y momentos en los
que manifiesta un compromiso intenso con las personas de su entorno. Su
teología no es una teología abstracta y descarnada. Para hablar a los hombres
tiene primero que escucharles. Tener cuidado del otro llega a ser como su
segunda naturaleza. Así entendió la función educativa cuando impartía clases de
Retórica. Hará lo mismo en el círculo de sus amigos y, más tarde, cuando grupos
de creyentes deseosos de conocer sus interpretaciones de la Palabra de Dios le
presentan sus preguntas y solicitan su atención. Pero sus desvelos se centran,
particularmente, en los pobres y desgraciados; en las personas que sufren la
carencia de pan o de luz en su vida, los enfermos del cuerpo o del espíritu. Se
trata de ser hombre para los demás siendo hombre con los demás: "Hombre
soy; uno de tantos" (S. 233,2). Por otra parte, el cuidado del otro es la
base de la idea de Agustín sobre la autoridad como servicio.
El diálogo tiene lugar entre personas que se comunican a través de
palabras o de gestos. Es, de algún modo, un ejercicio de confianza que exige
valorar a los demás y esperar de ellos la aportación de elementos que puedan
contribuir al descubrimiento de la verdad. Por eso es importante escucharse
unos a otros y ejercer un papel de moderación que facilite la palabra a unos y
a otros. Agustín defiende la firme convicción de que nadie debe ejercer una
función o ministerio en beneficio de sí mismo. La autoridad cristiana es
servicial, fraterna, y hasta religiosa porque quien sirve al prójimo sirve
también a Jesucristo. Llevar la carga del otro es llevar la carga de Cristo
mismo, cuyo yugo es liviano y cuya carga es leve (Conf. X,36,58).
Esta actitud
de Agustín es sostenida por la oración. Vive su cuidado del otro con una
confianza en Jesucristo y la exterioriza con gusto en cualquier momento. En
definitiva, según Agustín, no somos nosotros como personas individuales quienes
ponemos ese cuidado, sino Cristo operante dentro de nosotros. Cristo, servidor
de todos, cuida de nosotros por nosotros; éste es el mensaje de Agustín. Como
pastor quiere estar al servicio del único Pastor, quien, por la mano de sus
servidores, nos conduce a los pastos verdes de la Palabra divina. Él es el
Pastor auténtico que nos coloca en el buen camino y nos protege contra ladrones
y lobos.
En su cuidado
de los demás, la Sagrada Escritura le sirve como guía y prefiere dejarse
conducir, en todo momento, por la palabra revelada. La finalidad de su cuidado
es la liberación del otro de su aislamiento para que se integre en la
comunidad. El mensaje evangélico es, pues, un mensaje que conduce a la alegría
de lo comunitario. Una palabra imprescindible y esencial en la vida cristiana
es el nosotros. El camino que lleva a Dios pasa por la fraternidad, por los
hermanos. Se puede concebir al hombre sin Dios, pero es imposible concebir a
Dios sin los hombres, porque no existe otro Cristo que el Cristo completo, -el
Cristo total-, cabeza y miembros.
EL CUIDADO DE
LOS POBRES
En un himno medieval se llama a Agustín Pater Pauperum, Padre de
los pobres. Su amigo y primer biógrafo Posidio ofrece este testimonio:
"Nunca olvidaba a los compañeros en su pobreza, socorriéndoles de lo que
se proveían él y sus comensales, esto es, o de las rentas y posesiones de la
Iglesia o de las ofertas de los fieles" (Vita Aug. 23). La distinción
entre el amor a Dios y el amor al prójimo no tiene lugar en san Agustín. Si Dios
se ha encarnado en el hombre, el amor a Dios debe encarnarse en el amor al
hombre. No tenemos nada que podamos dar a Dios, pero sí podemos dar algo al
prójimo (S. 91,7,9). Agustín era en esto muy práctico y consecuente, y al final
del año ordenaba que le presentasen los libros de caja para tener una idea
sobre los ingresos y salidas y deshacerse así de toda acumulación (Vita Aug.
24).
Este hombre fervoroso, no conocía ninguna reserva por su fe en la
divina Providencia: "No tenía maniatado el espíritu con la afición y
cuidado de los bienes terrenos y propiedades eclesiásticas" (Vita Aug.
24). Consideraba inútil acumular algo para sí mismo o para el templo o el
culto; quería ser pobre con los pobres, vivía sobriamente y donaba las sobras
con largueza. De esta manera se cerraba también el camino a la seguridad
aparente que puede ofrecer el ahorro. Así la comunidad eclesial de Hipona
seguía siendo una comunidad pobre, solidaria con los menesterosos, cercana a
los necesitados; de ningún modo superior y lejana por el lujo y la
sobreabundancia.
Agustín, a la vez que desechaba toda manifestación de
ostentación, consideraba el cuidado de
los pobres más importante que la ornamentación litúrgica. En relación con esto,
Posidio anota: "A fin de año, le recitaban el balance, para que conociese
las entradas y salidas y el remanente en la caja ). Cuando estaban vacías las arcas de la iglesia, faltándole con qué
socorrer a los pobres, luego lo ponía en conocimiento del pueblo fiel. Mandó
fundir los vasos sagrados para socorrer a los cautivos y otros muchísimos
indigentes, cosa que no recordara aquí, si no supiera que va contra el sentido
carnal de muchos" (Vita Aug. 24). Así imitaba el ejemplo que Ambrosio
había dado en Milán. Inspirado también
por Ambrosio, predicaba con frecuencia sobre el deber de cuidar a los pobres y
marginados.
En la línea de
su preocupación por los oprimidos y excluidos, tenemos los numerosos ejemplos
de asistencia judicial, mediación, intervención, solicitudes a autoridades
políticas y funcionarios. Para Agustín el cuidado pastoral consistía ante todo
en mediación. Esto se manifiesta en sus esfuerzos por la reconciliación y el
perdón, pero también en el ejercicio de su función como juez municipal que, en
los tiempos del Imperio Romano, formaba parte del ministerio episcopal. Posidio
lo recuerda: "Cuando san Agustín era requerido por los cristianos o
personas de otras sectas, oía con diligencia la causa, sin perder de vista lo
que decía alguien; conviene a saber: que más quería resolver los pleitos de
desconocidos que de amigos, pues entre los primeros es más fácil un arbitraje
de justicia y la ganancia de algún amigo nuevo; en cambio, en el juicio de
amigos se perdía ciertamente el que recibía el fallo contrario. A veces, hasta
la hora de comer duraba la audiencia; otras se pasaba el día en ayunas, oyendo
y resolviendo cuestiones. Y siempre miraba en todo al estado espiritual de los
cristianos, interesándose de su aprovechamiento o abandono en la fe y buenas
costumbres; y según la oportunidad, instruía a los contendientes en la ley de
Dios, inculcando su cumpli-miento y dándoles consejos de la vida eterna, sin
buscar en los favorecidos más que la devoción y la obediencia cristiana,
debidas a Diosy a los hombres" (Vita Aug. 19).
Todo lo hacía con modestia, sin hacer abuso de su posición y sin
forzar las situaciones con violencia: "Por atender a una necesidad, como
de costumbre, debía interceder una vez por carta ante un vicario de Africa
llamado Macedonio, el cual con la gracia otorgada, le envió este escrito:
'Asómbrame tu sabiduría grandemente, no sólo en los escritos que has dado a
luz, sino también en la carta que tienes la bondad de enviarme a favor de los
que solicitan tu intervención. Porque
muestras en aquéllos una agudeza, y sabiduría, y santidad insuperables, y ésta
revela tanta modestia que, si no hago lo que me pides, pienso que en mí está la
falta y no en la dificultad de la causa, oh señor verdaderamente venerable y
padre digno de toda consideración! Porque tú no apremias, como hacen tantos
otros aquí, exigiendo que a todo trance se haga lo que pide el solicitante,
sino con mucho tacto y prudencia la solución más razonable que puede seguir el
juez, sobre quien tantos cuidados pesan, y éste es el más delicado proceder
entre los buenos. Por eso inmediatamente he procurado complacer tu deseo a
favor de los recomendados, pues ya tenía abierto el camino de la
esperanza" (Vita Aug. 20).
Comunidad.
¿Cúal es el secreto de la atención de san Agustín por los pobres?
El secreto esta en su idea de lo que es comunidad humana. Cada persona en su
esencia es un ser social, un ser que sin los demás no existiría, sin los
demás no sería nada y sin los demás
nunca llegaría a ser alguien. Desde el principio estuvo en el proyecto de Dios
que la persona formara junto a otros comunidad. (Civ. Dei XIV,1). Según la idea
de san Agustín la base más concreta para tal acercamiento mutuo esta en la
eliminación o relativización de los bienes personales. Lo había leído en los
Hechos de los Apóstoles (Hch 4,32,36) y lo incluye en la portada de su Regla para la comunidad
religiosa (regla a los siervos de Dios).
Toda la Regla da testimonio de la vida comunitaria como una vida en la
que los hermanos juntos están en camino hacia Dios y que encontrarán a Dios con
mayor seguridad si cada uno se arriesga a olvidarse de sí mismo. No digas esto
es mío, la propiedad es el tropiezo más concreto en el caminar juntos hacia la
casa de Dios.
Para hacer posible la vida comunitaria y conservarla, es preciso
que los concpetos de posesión y propiedad se interpreten de modo adecuado. En
vez de retirarse cada uno a su torre de marfil, estamos invitados a ciudar los
unos de los otros. La comunidad es un servicio recíproco en la fe. Exige la fe
como elemento esencial para confiar en la capacidad del amor y en las
posibilidades de los demás. Construir la comunidad exige un ejercicio y de
esperanza porque los signos visibles de la fraternidad no son siempre
evidentes.
Estamos ante una
visión nueva de la comunidad, formada por un grupo generalmente más reducido y
muy consciente de su fragilidad. Ya no es el trabajo la razón de ser de la
comunidad y es necesario subrayar que también en la situación de aparente
debilidad, la comunidad es un tesoro de valor. La realidad comunitaria se
presenta como réplica o alternativa a una mentalidad que pone el acento en la
individualidad, y al mismo tiempo, añora y busca un estilo de vida más
comunitario.
La fe da una
modalidad peculiar a las relaciones interpersonales y agudiza nuestra
sensibilidad ante lo comunitario. Frecuentemente dudamos de las buenas
intenciones de los demás y nos cuesta sentirnos amados por ellos; sentimientos
que enfrían la comunicación y minan la realidad comunitaria. Porque, “no creer
en el amor del otro, porque no vemos su amor, y creer que no es nuestro deber
corresponder al amor del otro, es de hecho una muestra de desconfianza.
Tal
desconfianza no es racional, es odiosa. Por ella las relaciones humanas se
echan a perder de tal manera que se destruyen radicalmente" (E in vis.
2,4).
Si la actitud de no creer en las buenas intenciones del otro se
generaliza, entonces esa sociedad o esa comunidad desaparecerá
irremediablemente. Puede quedar en pie, por un tiempo, pero pronto se vendrá a
tierra. Por eso puede decirse que la fe, la confianza y la caridad constituyen
los firmes pilares de la comunidad.
Agustín consideraba importante y valioso vivir bajo un mismo techo
con amigos. Posidio escribe: "Vivían con él los clérigos con casa, mesa y
ajuar común (Vita Aug. 25). También aquí la renuncia a la propiedad privada
forma parte de la base para la vida comunitaria.
ACTITUD
PASTORAL RECÍPROCA
Todo esto no es suficiente. Podemos poner cuidado en lo
extraordinario y descuidar la vida ordinaria que se compone de pequeños
detalles, de atenciones recíprocas y momentos agradables de conversación. Es
así como se cuida el tejido de la confianza. Sin olvidar que en nuestras
conversaciones, por informales que sean, debe estar presente el comentario
sobre nuestros ideales; a fuerza de silenciarlos pueden ir pasando a un lugar
secundario en la vida de todos.
San Agustín sentía satisfacción en exponer a sus hermanos temas
religiosos y dialogar sobre ellos en casa (Vita Aug. 19). Tales conversaciones
se pueden calificar como atención pastoral hacia los otros. El intercambio, la
conversación, pedir y dar consejo, todo esto fortalece los vínculos mutuos.
Ocurre, de vez en cuando, que uno se encuentra confundido, tiene sus dudas,
está frustrado o desanimado. Hoy me pasa esto a mí, mañana a ti, pero, ojalá haya
siempre alguien cerca que percibe ese estado de ánimo y pronuncia la palabra
justa o tiene un gesto de reconciliación. Alguien, en definitiva, que te saca
de tu aislamiento.
Vale lo que dice Agustín: "Quien entiende el arte dar consejos a los
demás, dará dirección a su prójimo y disipará las dudas sombrías gracias a la
luz del amor" (S. 91,7,9).
Y no pensemos que se trata de un asunto privado entre dos
personas, un asunto que no tiene que ver nada con la comunidad. Al contrario,
también en una conversación entre dos personas se compromete el bienestar de
toda la comunidad. La atención pastoral del uno por el otro no es sólo cuestión
de dos individuos. "Por eso hay que amar entrañablemente y esta compañía
de la cual está escrito: “Y tenían una sola alma y un solo corazón en camino
hacia Dios (Hch.4,32). Porque de esta manera tu alma no te pertenece a ti solo,
sino a todos tus
hermanos. Y, a la vez, sus almas te pertenecen, o mejor dicho: sus alma junto
con la tuya no forman muchas almas, sino una sola alma, a saber la única alma
de Cristo" (Ep. 243,4).
El trato atento y alegre de Agustín con los miembros de la
comunidad y con los huéspedes, se manifiesta claramente en la manera en que se
distribuía la sobria comida. Encontró agradable el intercambiar sus anhelos más
profundos con los demás y hablar sobre sus esperanzas y expectativas.
"Comunicaba a los demás lo que recibía del cielo con su
estudio y oración, enseñando a presentes y ausentes con su palabra y
sus escritos" (Vita Aug.).
Agustín tenía un carácter abierto y era comunicativo por
naturaleza. A algunos les resulta difícil salir de sí mismos y es necesario un
ambiente que propicie la libertad y la confianza. Crear ese clima es tarea de
todos y las formas de colaboración pasan por el uso de la palabra, la escucha,
la pregunta, la atención al diálogo, la
invitación a expresar su opinión a todos.
Posidio escribe a propósito del vestuario y la mesa de Agustín:
"Sus vestidos, calzado y ajuar doméstico eran modestos y convenientes: ni
demasiado preciosos ni demasiado viles, porque estas cosas suelen ser para los
hombres motivo de jactancia o de envilecimiento, por no buscar por ellas los
intereses de Jesucristo, sino los propios (...). La mesa era parca y frugal,
donde abundaban verduras y legumbres, y algunas veces carne, por miramiento a
los huéspedes y a personas delicadas(.. .). Se mostraba siempre muy
hospitalario. Y en la mesa le atraía más la lectura y la conversación que el
apetito de comer y beber Contra la pestilencia de la murmuración tenía este
aviso escrito en verso:
El que es
amigo de roer vidas ajenas,
no es digno de sentarse en esta mesa.
Y amonestaba a los convidados a no salpicar la conversación con
chismes e infamias; en cierta ocasión, en que unos obispos muy familiares suyos
dieron rienda suelta a sus lenguas, contraviniendo lo escrito, los amonestó muy
severamente, diciendo con pena que o
habían de borrarse aquellos versos o él se levantaría de la mesa para retirarse
a su habitación" (Vita Aug. 22).
Vemos a Agustín enojarse, y con razón, porque la murmuración
respecto a una persona ausente ¿acaso no hace daño a la comunidad? Las
habladurías sobre personas que tienen autoridad en la política o en la Iglesia,
¿no siembran la desconfianza y hacen menos creíble sus enseñanzas? Hay conversaciones
que revisten la apariencia de ser comentarios positivos y, poco a poco, se
deslizan hacia la habladuría frívola, la crítica y la calumnia.
SÉ TÚ MISMO
LUGAR PARA EL SEÑOR
Cuando Agustín inició su vida monástica, criticó a algunos
pastores. Después se acusará de ello e insistirá en la importancia de la unidad
en la comunidad eclesial. Lo confiesa honestamente: "Antes de tener
experiencia de lo que significa dirigir la Iglesia, me atrevía a criticar a
muchos pilotos del barco, como si yo fuese más y mejor que ellos. Ahora que me
cuento entre esos pilotos, reconozco cuán imprudente era mi crítica, por más
que desde antes ya había caído en la cuenta de lo peligroso de este
oficio" (Ep. 21,2).
Criticar puede convertirse en algo enfermizo y no tiene sentido
que alguien emita juicios sin conocer las circunstancias que rodean la vida de
los demás. Criticar a los otros sin intentar ponerse en lugar del otro, es algo
enfermizo que tiene poco sentido. Es difícil ver la imagen del Señor en la
persona cuya conducta se ha criticado y desde un corazón comprensivo no es
posible la crítica inmisericorde. Nuestro juicio puede ser equivocado y también
allí donde nosotros vemos una conducta censurable está presente el Señor. Donde
no está es en nosotros cuando adoptamos la función de jueces. Entonces sí que,
indudable-
mente, dejamos de ser un lugar para el Señor. Llegar a ser un lugar para el
Señor quiere decir renunciar a esa posesión que llamamos nuestro propio juicio
sobre los demás y abandonar actitudes críticas que siempre son peligrosas.
Afirma san Agustín de forma concisa en su comentario al Salmo 131:
"Tú tienes que ser un lugar para el Señor. Sólo aquel que cumpla lo que
enseña y dé en realidad un buen ejemplo, llega a ser junto con aquel a quien
instruye un lugar para el Señor" (En. Ps. 131,4). Y entonces destaca lo
que él considera muy importante para la vida comunitaria: "Dejemos
nuestros bienes propios. O si no somos capaces de dejar nuestros bienes, al
menos dejemos el apego a ellos, para preparar de esta forma un lugar para el
Señor" (En. Ps. 131,6).
Cuál es la característica de un trabajo pastoral sin condiciones?
¿Es trabajar con un horario prolongado? ¿Es centrar la atención en los
intereses individuales? Todo lo contrario, es ocuparse de los intereses ajenos
y no de los intereses propios. El interés del otro siempre está ligado, en san
Agustín, al interés de Cristo. Un buen termómetro para medir la vida
comunitaria es preguntarse si la preocupación por los demás es verdadera o, por
el contrario, es una forma de simulación o de imposición.
EL INTERÉS DE
CRISTO
Hablar del
interés de Cristo puede parecer una expresión vaga. Efectivamente, tenemos una
información y una idea mucho más clara sobre nuestro propio interés. El interés
de Cristo, sin embargo, no es un interés abstracto. Consiste, concretamente, en
anteponer el interés
común al interés personal. No se trata de ninguna abstracción pero sí de una
tarea difícil. Afortunadamente, no faltan en nuestras comunidades personas que
testimonian de forma clara este comportamiento. El interés de Cristo tiene que
ver con paz, tolerancia, comprensión,
no sobredimensionar las cosas, controlar el afán de imponerse, prestar atención
al bienestar espiritual y corporal de los miembros de la comunidad y de todas
las personas que uno encuentra diariamente. El interés de Cristo consiste más
en el crecimiento en la unidad que en vivir bajo un mismo techo. El interés de
Cristo es compatible con la pluralidad, siempre que esté subordinada al bien
común. Llama la atención la frecuencia con que Agustín cita las palabras de
Pablo a los Filipenses: "Los que alaban a los servidores de la Iglesia
sólo se refieren a los buenos entre ellos, los fieles administradores del
tesoro divino; que son tolerantes con todos; que entregan su corazón a los que
quieren hacer progreso; que no se preocupan de sus propios intereses, sino de
los intereses de Cristo (Fil 2,21)" (En. Ps.
99,12).
En la Regla para la comunidad encontramos también estas palabras
de Pablo. Progresar en la vida espiritual significa para Agustín preocuparse
cada vez más no del interés personal sino del interés común. Posidio da
testimonio de que Agustín mismo daba ejemplo: "Y era aquel hombre
memorable el miembro principal del cuerpo del Señor, siempre solícito y
vigilante para trabajar en pro de la Iglesia; y por divina dispensación tuvo,
aun en esta vida, la dicha de gozar de/ fruto de sus labores, primeramente con
la concordia y la paz, restablecida en la Iglesia y diócesis de Hipona, puesta
bajo su vigilancia pastoral, y después en otras partes de Africa, donde vio
crecer y multiplicarse la Iglesia por esfuerzo suyo o por mediación de otros
sacerdotes formados en su escuela, alborozándose en el Señor, porque tan a
menos habían venido en gran parte los maniqueos, donatistas, pelagianos y
paganos, convirtiéndose a la verdadera fe" (Vita Aug. 18).
De esta manera vivía Agustín la solicitud pastoral por la Iglesia
entera, que se
refleja en su amplia correspondencia con prelados y políticos, y en su cuidado
de la Iglesia universal participando vivamente en los concilios. "Asistió
cuando pudo a los concilios de los santos Obispos celebrados en diversas
provincias, buscando siempre la gloria de Jesucristo, no la suya propia, para
que la fe de la Iglesia se conservase incólume o algunos sacerdotes y clérigos
excomulgados justa o injustamente fuesen absueltos o depuestos" (Vita Aug.
21).
Cuidar de los intereses de los demás va unido a una cierta
humildad porque supone colocar a los otros en primera fila y servir sin hacer
diferencias ni juicios. Agustín se fija en el padre de familia que preparó un
banquete y mandó a sus servidores que salieran a todos los caminos para invitar
a los comensales: "Ved, hermanas y hermanos, que los servidores sólo debía
invitar y traer a buenos y malos. No les estaba permitido hacer más. Tampoco
estaba está escrito: los servidores vinieron a ver a los huéspedes y
encontraron a uno que no estaba vestido como para la fiesta y le llamaron la
atención. No, esto no está escrito. Sí, está escrito: el padre de familia vino
a ver a los huéspedes y encontró a alguien sin ropa de fiesta" (S. 90, 4).
Quiere decir que, en la atención pastoral, nosotros sólo somos
servidores que invitan. El juicio, es decir el echar fuera, se lo ha reservado
el Rey.
LA NECESIDAD
DE LA SAGRADA ESCRITURA
Llegamos a un
punto que aclara cuál era el puerto de salida de Agustín en su preocupación y
cuidado por los demás. En la pastoral podemos distinguir formas activas y
contemplativas. Agustín actúa en consonancia con su carácter contemplativo.
Dicho de otra forma, es totalmente coherente con su idea sobre el cuidado
humano como una participación en el cuidado de Dios por el mundo. El hombre
puede participar en ello, no puede desplazar el cuidado de Dios.
Cuando alguien se introduce en el campo pastoral, su primerísimo
deber consiste en informarse sobre la actitud con que debe proceder. Y la
fuente de información por excelencia es la Sagrada Escritura. Leyendo la
Sagrada Escritura nos ponemos en contacto con Dios, escuchamos sus palabras y
aprendemos qué es lo que podemos hacer por los demás y
cómo podemos hacerlo mejor.
La verdadera contemplación es llenarse de la Sagrada Escritura y
desde esta abundancia del corazón procede la actividad pastoral verdadera.
Agustín se atreve a decir que, para aquellos que cuidan de los demás en una
forma evangélica, no viene en primer lugar la preocupación por lo temporal sino
la contemplación de lo eterno. "...con todo, aun
conservándose
siempre unido y como suspendido de las cosas del espíritu, de más valor y
trascendencia, alguna vez abatía el vuelo de lo eterno para atender a las de
acá, y después de disponerlas y ordenarlas, como se debe, para evitar su daño y
mordacidad, retornaba otra vez a las moradas interiores y superiores, dedicándose,
ora a descubrir nuevas verdades divinas, oro a dictar las que ya conocía, o
bien a enmendar lo dictado y copiado. Tal era su ocupación, trabajando de día y
meditando por la noche" (Vita Aug. 24).
Dos cosas llaman la atención en este texto. En primer lugar, que
el Agustín pastor sabe desprenderse de sus preocupaciones; y, en segundo lugar,
que vive sus preocupaciones por asuntos temporales en el marco de asuntos que
no son pasajeros.
En cuanto a lo primero, puede servir como criterio para no ahogarnos
en nuestras preocupaciones y para que podamos relativizar muchas cosas. La
mirada puesta en lo eterno, lejos de significar alienación nos mantiene con los
pies en la tierra y convierte en hombres realistas porque nos permite valorar
en su justa medida cada situación.
La contemplación de lo eterno no se debe entender como si Agustín
sólo tuviera interés en el más allá. Al contrario, intenta un enfoque más claro
de las cosas que se presentan en nuestra existencia propia y finita, pero que
nunca pierden su valor; sabe que este tipo de pensamientos y asuntos tienen que
ver con Dios. Tenemos que entender que Agustín había recibido, como un don
especial de sabiduría, este deseo de contemplar lo eterno. Era muy consciente
de esta gracia y se sentía impulsado para desarrollar al máximo este talento.
El don que experimentó en su vida puede ser, hasta cierto punto, también
nuestro. "El que tiene conocimiento religioso de la despensa del Señor
-proclama Agustín en un sermón-, repartirá, dará alimento a sus hermanos,
fortalecerá a los fieles, revocará a los errantes, buscará a
los perdidos, en una palabra, hará lo que pueda" (S. 91,7,9).
Cada cual debe examinarse sobre lo que pueda hacer en este punto
para los demás. El repartir no está reservado a los ministros sagrados, ni sólo
a los intelectuales, ni sólo a los varones. A pesar de que nosotros,
probablemente, no podamos igualar los talentos de Agustín, sin embargo estamos
llamados a decir una palabra consoladora o animadora, a invitar a los
solitarios a la comunidad.
Aunque nuestros sentimientos sean espontáneos, y por más que
estemos dispuestos a abrir la boca, no por so podemos descuidar el cómo de la
acción pastoral. No es algo traído por el viento sino que exige aprendizaje. El
obispo de Hipona organizó una escuela en la que sus colaboradores podían
recibir una buena formación en la lectura y el comentario de la Sagrada
Escritura. Se ocupó de instruir a los que eran idóneos para la enseñanza (Vita
Aug. 19).
LA SAGRADA
ESCRITURA SUPERIOR A LA GESTIÓN
Lo que Agustín practicaba en los quehaceres diarios de la vida
doméstica, lo hacía también en la pastoral. Para el pastor la lectura de las
Sagradas Escrituras y la proclamación de la Palabra de Dios tienen preferencia
al empeño del gobierno o la gestión eclesiástica. Recién ordenado ministro se
vio lanzado repentinamente al agua y mandó una carta a su obispo en la que le
solicita un tiempo para profundizar más en las Sagradas Escrituras. "Acaso
yo diré (estando delante de Dios); y no pude estudiar las Sagradas Escrituras,
porque los quehaceres eclesiásticos me lo impidieron? Entonces dirá Dios: ...
Si mis árboles llenas de vida, estos que son mis fieles, son bien cuidados,
entonces acaso ellos no pueden calmar el hambre de los pobres de una manera más
fácil y más agradable para Mí? ¿Por qué entonces el pretexto de que te faltó
tiempo libre para enseñar a cuidar de mi campo?" (Ep. 21, 5).
Con su acertado criterio de considerar más importante la
evangelización que la gestión de tantos asuntos temporales, él podía, con toda
flexibilidad, delegar a otros mucha tareas y cuidados; y esto no tanto a los
sacerdotes porque también ellos debían desocuparse para tener
tiempo para la Palabra de Dios. Por eso solicita la ayuda de los fieles para
asuntos prácticos. Agustín se declaró dispuesto a delegar la administración de
los bienes eclesiásticos a los laicos a fin de que, en adelante, todos los
ministros pudieran vivir de las entradas del culto, tal como se lee en el
Antiguo Testamento (Vita Aug. 24; cf. Dt 18,1 y Num 18,8-32).
Encargó el cuidado del templo y del patrimonio de la iglesia a los clérigos más
capacitados y por turno les delegaba esta función. "Y como, causa de las
posesiones, el clero era blanco de la envidia, como suele suceder, el Santo,
predicando a los feligreses, solía decirles que pre-
fería vivir de las limosnas del pueblo a sobrellevar la administración y
cuidado de las propiedades eclesiásticas, y que estaba dispuesto a cedérselas,
para que todos los siervos y ministros de Dios viviesen, al estilo de los del
antiguo Testamento, del servicio del altar Pero nunca los fieles aceptaron la
propuesta" (Vita Aug. 23).
La forma de organizar sus trabajos y atenciones la aprendió de las
Sagradas Escrituras. Podríamos mencionar muchos ejemplos de su actitud, casi
escrupulosa, cuando se trataba de la predicación. Consulta cada vez de nuevo
las Escrituras y no quiere, de ningún modo, separarse del mensaje bíblico:
"El Evangelio me asusta. No hace falta que alguien me
convenza del valor de la tranquilidad sin cuidados y de la liberación de la
contemplación. Porque nada es mejor, nada más agradable que indagar la riqueza
divina, sin que nadie le estorbe a uno. Esto es agradable y bueno. Pero
predicar, denunciar, reprender, edificar, esforzarse por tanta gente, es una
carga pesada, un gran peso y un empeño agobiante.
¿Quién no desearía liberarse de tal trabajo? Pero el Evangelio me
asusta..." 2,4).
Aquí se manifiesta la interacción que existe entre el Agustín
contemplativo y el Agustín pastor. Retomemos el texto de Posidio ya citado:
"No tenía maniatado el espíritu con la afición y cuidado de los bienes
terrenos y propiedades eclesiásticas; con todo, aun conservándose siempre unido
y como suspendido de las cosas del espíritu, de más valor y trascendencia,
alguna vez abatía el vuelo de lo eterno para atender a las de acá, y después de
disponerlas y ordenarlas, como se debe, ... retornaba otra vez a las moradas
interiores y superiores, dedicándose, ora a descubrir nuevas verdades divinas,
ora a dictar las que
ya conocía, o bien a enmendar lo dictado y copiado" (Vita Aug. 4).El mismo
Agustín, a quien le gusta contemplar lo divino, confiesa que el
Evangelio le asusta (Cf. S. 2, 4).
Un año después de ser ordenado sacerdote escribe en una carta
"Ahora que conozco mi enfermedad, decir, mi sobreestimación, espero de
todo corazón que Dios no me haya llamado a este oficio para condenarme, sino
por compasión conmigo. Y si esto es así, entonces tengo el deber de
familiarizarme con todos los remedios de sus Escrituras. Y tengo que procurar
por la oración y la lectura, que El me dé suficiente salud para encargarme de
tan peligroso trabajo... En el monasterio de Tagaste todavía no sabía lo que me
faltaba en el campo del trabajo pastoral ... Ahora que me ocupo ya algún tiempo
con este trabajo, aprendo de mi propia experiencia lo que le hace falta a uno
que está al servicio del pueblo de Dios con la palabra y el sacramento"
(Ep. 21, 3). Es decir, el estudio de la Sagrada Escritura.
Para los
pastores la Sagrada Escritura tiene una doble función: hay que conocer el
contenido para poder proclamar la Palabra de Dios, consolar y animar a lo
demás. Pero también para confirmar la propia fe y para poder llevar una vida a
partir de las Escrituras. Por eso, según
Agustín, lo primordial es que el pastor conozca la Escritura tanto como fuese
útil para su propio provecho. Pero, además, tendrá que leerla constantemente
para poder dar una respuesta a los que la soliciten.
Demos, otra vez, la palabra al joven sacerdote Agustín: "Me
atrevo a decir, que yo sé todo cuanto se refiere a nuestra salvación y lo
acepto con fe. Pero lo que no sé es cómo transmitirlo a los demás para que
encuentren también ellos su salvación recordando las palabras: No busco mi
propio interés sino los intereses de otros muchos, para que sean sal-
vados (1Cor 10,33). Quizás los sagrados libros contengan otros principios que
un hombre de Dios debe saber y con que debe familiarizarse para cuidar de los
asuntos eclesiásticos más ordinarios. Pero de todos modos, precisa de estos
principios para que él viva o muera de tal manera con una buena conciencia
entre los injustos, que no pierda la vida eterna a que aspira el corazón
cristiano humilde y manso. Pero, ¿cómo puede llegar a tener conocimiento de
ello, sino golpeando (Mt. 7,7-8), es decir orando, leyendo y golpeándose el
pecho?" (Ep. 21,4). De la carta de Agustín a su obispo se evidencia que la
profesión pastora! hay que aprenderla en la Sagrada Escritura.
LIBRO Y ESPEJO
Como hombre
práctico, Agustín se preocupaba no sólo de que sus sermones y diálogos fuesen
claros, sino también de que no se perdiesen sus pensamientos. Los ponía por
escrito y de esta manera iba formandotoda una biblioteca. Era muy consciente de
la importancia de esos textos.
¿Cuál sería
nuestra actitud tratándose de la importancia de nuestros pensamientos? No sería
malo reposar nuestros pensamientos poniéndolos por escrito. Además de
obligarnos a una mayor precisión, podía ser una tarea que borrara la rutina de
los días largos y, más tarde, mirando hacia atrás, examinar el proceso y
progreso de nuestro modo de percibir y situarnos ante la realidad.
LA ESPIRITUALIDAD EN LAS CONSTITUCIONES DE LOS AGUSTINOS RECOLETOS
CAPITULOS INTRODUCTORIOS
Nuestras
Constituciones comienzan aludiendo al origen y el propósito del carisma
agustino recoleto.
La Orden, contiene en sí misma dos matices que
van muy unidos entre sí: por un lado, todo el sentido que san Agustín quiere
presentar en su comunidad monástica, centrado en la unidad en el amor, en la
vivencia de esa unidad en el amor; por otro lado, la renovación que surge en el
siglo XVI en la Provincia de Castilla, dando origen al movimiento recoleto, y
posteriormente a la congregación, y ya
en el siglo pasado a la Orden.
Una de las
realidades más importantes de nuestro carisma, agustiniano y recoleto, es el
profundo sentido que tiene la comunidad. San Agustín, deseoso de buscar a Dios,
se retira con sus amigos para organizar esa búsqueda de Dios a través de la
vida común. En el siglo XVI, algunos religiosos, impulsados por un renovado
fervor, quieren vivir con más plenitud la vivencia agustiniana, desde una mayor
radicalidad de vida. En ambas realidades hay un factor común: la comunidad, la
colectividad es la que conduce a una vivencia más profunda del carisma.
Nuestras
Constituciones recogen cual es el propósito de nuestra Orden que no es otro que
el de una familia religiosa. Ante todo, el seguimiento de Cristo, tratando de
imitarle en su mismo estilo de vida. Los consejos evangélicos nos concretizan
la forma de vida que asumió Cristo, como hombre pobre, casto y obediente.
La Orden
surge desde la fuerza misma que el
Espíritu Santo suscita en ese grupo de religiosos, y en las decisiones
de los padres capitulares de Toledo.
El Numeró
6 de las Constituciones nos indica dos elementos esenciales de nuestro ser
agustino recoleto: el primero de ellos el propósito de la Orden; y el segundo
el carisma.
Con
respecto al primero no introduce ningún valor novedoso. “viviendo en comunidad de hermanos, desean seguir e imitar a Cristo,
casto, pobre y obediente; buscan la verdad y están al servicio de la Iglesia;
se esfuerzan por conseguir la perfección de la caridad según el carisma de san
Agustín y el espíritu de la primitiva
legislación y, muy especialmente, de la llamada Forma de Vivir “ (Cf nº 6)
A simple
vista, encontramos tres elementos fundamentales en el propósito de la Orden:
Seguir e imitar a Jesucristo casto, pobre y obediente; buscar la verdad y estar
al servicio de la Iglesia; y el esfuerzo por conseguir la perfección de la
caridad. Aquí encontramos los tres pilares del carisma agustiniano.
En cuento al
carisma, según las Constituciones, “se
resumen en el amor a Dios sin condición, que une las almas y los corazones en
convivencia comunitaria de hermanos, y que se difunde hacia todos los hombres
para ganarlos y unirlos en Cristo dentro de su Iglesia”.
Muy unido
a esta idea tan agustiniana, las Constituciones recogen la Definición Quinta del Capítulo de Toledo,
donde aparece el inicio de la recolección agustiniana. Si unimos lo
anteriormente dicho, con las bases sobre las cuales comienza a edificarse la
Orden agustino recoleta, nos encontramos con un carisma basado íntegramente en
el espíritu monástico de san Agustín, añadiendo el matiz de austeridad de vida,
que aparece en el inicio de la recolección.
Podemos
decir que hay un retorno a las fuentes puramente agustinianas, puesto que a lo
largo de la historia de la Orden, podemos apreciar ese rasgo de
interioridad-contemplación, que brota claramente de san Agustín.
¿Donde
está el matiz, el sentido especial que adquiere nuestro carisma como agustinos
recoletos? ¿Cuál es la identidad que surge de un espíritu manifestado durante
más de cuatro siglos de historia? .
Juan Pablo
II en Vita Consecrata, pide a los institutos de vida consagrada que ante todo
sean fieles al carisma fundacional y al consiguiente patrimonio espiritual.
Precisamente en esta fidelidad “se
descubren más fácilmente y se reviven con más fervor los elementos esenciales
de la vida consagrada” (VC 36). La garantía de toda renovación que pretende
ser fiel a la inspiración originaria está en la conformación cada vez más plena
con el Señor. “En este espíritu vuelve a
ser hoy urgente para cada instituto la necesidad de una referencia renovada a
la Regla, porque en ella y las Constituciones se contiene un itinerario de
seguimiento, caracterizado por un carisma específico reconocido por la Iglesia.
Una creciente atención a la Regla ofrecerá a las personas consagradas un
criterio seguro para buscar las formas adecuadas de testimonio capaces de
responder a las exigencias del momento sin alejarse de la inspiración inicial”
(VC 37).
“Las Constituciones son la expresión más
genuina y estable del carisma fundacional que, como generador de vida, crea un
tipo evangélico de hombre o mujer, con esa especial configuración con Cristo,
que destaca una dimensión de su ministerio y que se proyecta en las obras; que
s hace como la marca de una peculiar espiritualidad” S.,MARCILLA “las
Constituciones, espejo y expresión de un carisma” y P.,PANEDAS, Las
Constituciones, nuestro libro de oro.
Tenemos
que destacar el valor pedagógico y evangélico de nuestras Constituciones, tanto
en la formación inicial como en la formación continua, de tal modo, que bien
asumidas, configuren nuestra identidad carismática y sean referencia evangélica
en nuestra vida y en nuestro ministerio.
Volvemos a
preguntarnos por nuestro carisma. El P. Angel Martínez Cuesta, gran historiador
de nuestra Orden, en un artículo publicado en 1984, señala como elementos
constituyentes del carisma agustino recoleto, desde una perspectiva histórica
los siguientes: el ideal monástico de san Agustín, la formación de la Orden de
Ermitaños de san Agustín, la Forma de Vivir y la desamortización, con su
incidencia en la organización de la Orden. Dice:
“San
Agustín nos ha legado, entre otras cosas, el aprecio y unas características
bien concretas de la vida común. La Forma de vivir matiza la vida común
agustiniana con fuertes coloraciones ascéticas e interiores, es decir, confirma
su clara tendencia interiorizante con normas precisas sobre el recogimiento y
la oración, y la envuelve en una atmósfera de austeridad. Y, por último, la
espiritualidad mendicante y la historia reciente la sensibilizan y abren a las
urgencias apostólicas de cada momento. Estas urgencias, sin embargo, no deben
nunca hacer olvidar ni relegar a un lugar secundario las prevalentes
necesidades espirituales de la comunidad y de sus miembros”
A. MARTINEZ CUESTA, “En torno al carisma
agustino recoleto” en Recolletio, 7, 1984, 2
Reconociendo
la importancia fundamental de estos cuatro elementos en la formación y en la
configuración del carisma de la Orden, se pueden indicar los elementos que hoy
pueden estar influyendo de una manera más clara en nuestro carisma, sin dejar
por ello de mirar siempre al origen carismático de nuestra fundación.
- El
Concilio Vaticano II, la reflexión teológica posterior sobre la vida religiosa
y los documentos del Magisterio sobre la misma;
- La
repercusión de los cambios ideológicos y sociales y la influencia de los medios
de comunicación en la vida de las
comunidades.
Las dos dimensiones constitutivas de nuestro ser:
- La espiritualidad agustiniana
San
Agustín imprimó su sello personal en la vida religiosa, encontrando para ello
la inspiración en la sagrada Escritura. Se trata de una evolución que se mueve
desde la ascesis personal a la comunidad de hermanos, y de una comunidad
animada por los mismos sentimientos, a la consciencia de ser enviados a toda la
Iglesia.
El
modelo de comunidad de Hch. 4,32, aglutina los cuatro elementos que san Agustín
quiere ofertar a la comunidad: Ascesis y unidad de corazón, comunidad de bienes
como acto liberador, el amor mutuo como prioridad, y la comunidad desde la
perspectiva apostólica. San Agustín elige el ideal de la comunidad de Jerusalén
como modelo y referencia para sus comunidades y la propone como una alternativa
a las aspiraciones egoístas de la sociedad de su tiempo.
En la espiritualidad agustiniana la dimensión
comunitaria está en el origen, es camino y es meta. Esta meta se alcanza
entregándose al servicio de lo común y olvidándose de lo privado. Así se honra
a Dios, a ese Dios al que el hombre encuentra en la contemplación, estado al
que se llega por medio de la interiorización trascendida. Dios ha puesto su
morada, no sólo en el corazón humano individual, sino también en la comunidad
que forman quienes desean tener un solo corazón; y así, unánimes, dirigirlo
hacia Dios.
Elemento primordial del patrimonio de san
Agustín es la contemplación que es vida para Dios, vida con Dios, vida en Dios,
vida de Dios mismo. El conocimiento y el amor de Dios, sin otra recompensa que
el mismo amor, constituyen el ejercicio de la contemplación. La oración, tanto
la litúrgica como la persona, tiene como fin ayudar al religioso a percibir la
presencia de Dios en las almas de quienes viven en común. La oración en san
Agustín es petición, diálogo y contemplación; en ella tiene singular
importancia la escucha, estudio y meditación asidua de la Sagrada Escritura:
“Cuando lees las Escrituras, te habla Dios; cuando oras, hablas tu a Dios” (En
in ps 85,7)
“La humildad y la interioridad facilitan la oración
continua, oración que surge del deseo y de los gemidos del corazón” (En in ps
85,7).
Componente
esencial de la espiritualidad agustiniana es su dimensión apostólica al servicio
de la iglesia. Es una exigencia del amor de caridad. Las Constituciones ponen
de relieve que la comunidad es apostólica y su primer apostolado es la
comunidad misma.
También
hay que señalar como elemento importante la moderación ascética y la libertad
del corazón en el uso de las cosas.
Pero, ¿Qué es lo recoleto?.
La
Recolección agustiniana no es una Orden nueva sin una tradición y sin un
pasado, ni es una ruptura con esa tradición y con ese pasado. Es un movimiento
dentro de la Orden de san Agustín. El hecho de que actualmente sea una Orden
con independencia jurídica dentro de la familia agustiniana no quiere decir que
sea una desviación del agustinianismo ni una rama desgajada del tronco nutricio.
Nuestra espiritualidad nace de aquella famosa
“Definición Quinta” del Capítulo de Toledo de 1588. Aquellos que quieren
aceptar la Forma de Vivir escrita por Fr. Luís parten del principio que el fin
del cristiano es la caridad, y como están dispuestos a alcanzarla con mayor
perfección, quieren poner los medios ascéticos que entienden los conducirán a
ello. Su blanco es el amor a Dios, y por tanto su cuidado principal ha de ser
todo lo que más les encienda para lograrlo: el culto y las alabanzas, los
sacramentos y el ejercicio de la meditación y oración: Se cantará con sencillez
el oficio completo en el coro; a la
oración mental se le dedican dos horas al día; en ella se da preponderancia a
lo afectivo sobre lo intelectual. Del amor a Dios nace la caridad con el
prójimo, y así la paz de los religiosos entre sí es muy cierta señal de que el
Espíritu Santo vive en ellos, por lo cual buscan atender como sumo cuidado todo
aquello que les permita realizar este propósito. Para cumplir sus votos con
pureza y perfección, dos cosas consideran necesarias, ánimo pronto y dispuesto
y leyes bien ordenadas.
La Forma de Vivir contiene valores de clara
ascendencia agustiniana: la interioridad y la vida común, con su expresión
material, que es pobreza de cada religioso o desapropio. Hay que situar el
documento en su época y tener en cuenta la sensibilidad creada por los
movimientos espirituales del siglo XVI. Pero no podemos rechazarla, siempre
será un punto de referencia en nuestra vida. Son nuestras primeras
Constituciones y contiene el inicio del carisma recoleto. Será necesario
traducir esa vida a nuestro mundo contemporáneo, a la luz de los nuevos
documentos de la Iglesia, tal y como nos lo presentan las Constituciones
actuales.
Muy unido a todo esto, estará la dimensión apostólica, que es propia y
constitutiva del carisma agustino recoleto. Ni siquiera en los inicios de la
recolección, los conventos no renunciaron a la actividad apostólica, y muy
pronto el fuego misional prendió en
ellos. El P. Angel Martínez Cuesta nos dice: “los recoletos no vieron incompatibilidad
alguna entre el apostolado y la vida común, entre ascesis y el amor a las
almas, entre el retiro del mundo y la presencia salvadora; mas bien creyeron
que ambos polos de la vida religiosa son interdependientes y reciben aliento de
un mismo núcleo o ecuador, que es el amor de Dios” (A. Martínez Cuesta, la
Orden de Agustinos Recoletos. Evolución carismática, Madrid, Augustinus, 1988,
67.
Tenemos el
ejemplo de san Ezequiel Moreno, y de tantos religiosos con fama de santidad.
Curiosamente, muchas horas de oración y de coro, estaban unidas a una entrega
generosa a los demás en el apostolado.
Hoy
solemos poner excusas: El exceso de trabajo nos priva de la oración. Puede que
en algún momento sea así. El religioso agustino recoleto, iluminado por el don
del Espíritu Santo, tiene que saber conjugar ambos aspectos en su vida. Puede
que a veces no sea tanto trabajo, sino otras cosas o actividades las que nos
priven de hacer oración.
Las
Constituciones de la Orden expresan y concretan este ideal común de vida según
nuestro peculiar carisma agustino recoleto. Este carisma constituido por el
amor casto y contemplativo, el amor ordenado y comunitario y el amor difusivo
apostólico, adquiere una dimensión de ternura y de calor humano en la devoción
a la Virgen María, madre y prototipo del la Iglesia. Por tanto, hay que tener
presente que todo intento de perfilar o profundizar nuestro carisma debe partir
de las Constituciones. Ellas nos deparan las líneas maestras que, ciertamente,
habrá que robustecer y embellecer con el recurso a otras fuentes.
Carácter
contemplativo de la Orden.
Las
Constituciones inician el artículo segundo haciendo referencia al sentido
agustiniano de la contemplación. “El religioso agustino recoleto busca a Dios y
se entrega plenamente a él. “. Esta idea, fundamental en toda persona
consagrada a Dios, se recoge en la cita agustiniana: “Vida con Dios, vida en Dios, vida de Dios mismo” (S 297,5)
La tarea
principal del agustino recoleto es el conocimiento y el amor de Dios, sin otra
recompensa que el mismo amor de Dios. Toda la vida del religioso, traducida y
puesta en marcha en multitud de proyectos, historias, trabajos... sólo tiene
una finalidad: el conocimiento y el amor de Dios. Esta se constituye en tarea
principal. Aquí es donde se ha de poner todo el interés, todo el cuidado
personal para que pueda ser una realidad en cada consagrado. Se hace además
alusión al sentido escatológico que tiene en sí misma la vida consagrada.
El Número
10 profundiza aún más, poniendo como camino, como ideal de consagración a
Cristo. “Cristo es la regla suprema y el camino que ha que seguir según el
Evangelio. Se le sigue en cuanto que se le imita. Luego el ideal del agustino
recoleto, se torna en algo tan grande y tan sencillo como tratar de imitar cada
día a Jesucristo.
El número
11 continua colocando las bases del sentido contemplativo de nuestro ser
agustino recoleto. “La vocación del
agustino recoleto es la continua conversación con Cristo, y su cuidado
principal es atender a todo lo que más
de cerca lo pueda encender en su amor”. Esta cita, tomada de la
Forma de Vivir, nos vuelve a recordar el sentido contemplativo del ser agustino
recoleto. Toda la dedicación, toda la búsqueda incesante, todo el ideal de vida
se ha centrar en buscar continuamente a Dios y poner al alcance personal y
comunitario todos los medios que sean necesarios para esto.
“Sólo con la ayuda de Cristo, mediante la
purificación por la humildad, puede el hombre recogerse y entrar otra vez en sí
mismo” (Conf. 10, 40)
En
definitiva, la misma experiencia de búsqueda que tuvo san Agustín, es la que se
nos propone como ideal de vida. Entrar en Cristo, reconocer a Cristo, reconocer
nuestra identidad personal y en Cristo ser sanados y salvados.
Será,
pues, necesario, poner todos los medios suficientes para buscar a Cristo,
rechazando todo aquello que no nos ayude a buscarle. Las Constituciones recogen
repetidas veces la interioridad agustiniana como una realidad vital dentro del
carisma y del elemento contemplativo.
“Recolección es un proceso activo y dinámico
por el que el hombre, disgregado y desparramado por la herida del pecado,
movido por la gracia, entra dentro e sí mismo, donde ya lo está esperando Dios,
e, iluminado por Cristo, maestro interior el cual el Espíritu Santo no instruye
ni ilumina a nadie, se trasciende a sí mismo”.
Se trata
de hacer vida el mismo proceso que le llevó a san Agustín al encuentro con
Dios. Un proceso que es dinámico, activo. Un proceso donde el religioso ha de
ejercitarse cada día buscando a Cristo.
Se trata a
su vez, de una experiencia gozosa del Espíritu. Cada consagrado descubre su
identidad plenamente en el encuentro con Dios. En Cristo se renueva, y esa
renovación se traduce en un constante deseo de seguirle y a la vez imitarle.
Ahí está “esa belleza tan antigua y tan nueva” de la que no habla san Agustín
en las Confesiones. Es a la vez anticipo de ese deleite por el cual suspira
todo creyente: la búsqueda de Cristo que se pacifica en la contemplación de la
Verdad.
A través de
la contemplación, el agustino recoleto encuentra a Dios, y como más tarde
veremos, encuentra también a los hermanos.
Las
Constituciones destacan varios elementos
que nos ayudan a fortalecer el espíritu de contemplación, espíritu y
ejercicio de oración; “espíritu de penitencia y de continua conversión;
manifestación de ese mismo espíritu en las obras externas por las que aparece
lo que hay dentro”. Esta cita está tomada de la Forma de Vivir.
El
religioso agustino recoleto es un hombre enamorado de Dios. Esta tiene que ser
nuestra ocupación esencial, y la que más cuidado hemos de tener, si queremos
que el resto del carisma se difunda adecuadamente.
El número
13 explicita claramente la necesidad de una ayuda externa para poder conseguir ese fin. “La organización externa
de la Orden debe favorecer la paz interior, el silencio del espíritu, el
estudio y la piedad; de modo que, en medio de las cosas de las que se usa por
necesidad transitoria, el religioso mantenga el coloquio con Dios.
Tenemos
que cuestionarnos seriamente esto, tenemos que examinarnos acerca de esta
realidad. Si ponemos cuidado en esto,
alcanzaremos el ideal por el cual hemos entregado toda una vida. De lo
contrario nos estaremos privando de la experiencia gozosa del Espíritu que Dios
nos ofrece.
El número
30 de la Vita Consecrata, nos da algunas pistas para hacer realidad adecuada
del sentido contemplativo de nuestra vida. “La
llamada a la santidad es acogida y puede ser cultivada sólo en el silencio de
la adoración ante la infinita trascendencia de Dios: “Debemos confesar que
todos tenemos necesidad de este silencio cargado de presencia adorada: la
teología para poder valorizar plenamente su propia alma sapiencial y
espiritual; la oración, para que no se olvide nunca de que ver a Dios significa
bajar del monte con un rostro tan radiante que obligue a cubrirlo con un velo;
el compromiso, para renunciar a encerrarse en una lucha sin amor y perdón Todos, tanto creyentes como no
creyentes, necesitan aprender un silencio que permita al Otro hablar, cuando
quiera y como quiera, y a nosotros comprender esa palabra. Esto comporta en
concreto una gran fidelidad a la oración litúrgica y personal, a los tiempo
dedicados a la oración mental y a la contemplación, a la adoración eucarística,
los retiros mensuales y los ejercicios espirituales” (VC 38)
En
referencia a todo esto, me atrevo a lanzar algunas ideas. Es correcto cuidar una serie de elementos
importantes en nuestra vida de comunidad, pero creo que nos podemos pasar, en
muchas ocasiones, al otro extremo, dejando a un lado valores trascendentales en
nuestra vida consagrada. Los grandes maestros de espíritu, el mismo Evangelio
nos hablan continuamente de una vigilancia en los camino de Dios. Necesitamos,
hoy más que nunca, cuidar nuestra dimensión contemplativa como agustinos
recoletos. Sólo así podremos expresar ante la Iglesia y ante la sociedad lo que
realmente somos y vivimos. Hoy
necesitamos también de una vida ascética que nos ayude a permanecer vigilantes
en nuestro santo propósito, en el don inmenso que es la vocación.
“Es necesario también tener presentes los
medios ascéticos típicos de la tradición espiritual de la Iglesia y del propio
Instituto. Ellos han sido y son aún una ayuda poderosa para un auténtico camino
de santidad. La ascesis, ayudando a dominar y corregir las tendencias de la
naturaleza humana herida por el pecado,
es verdaderamente indispensable a la persona consagrada para permanecer fiel a
la propia vocación y seguir a Jesús por el camino de la Cruz. “ (VC 38)
Juan Pablo II, en la exhortación apostólica,
también nos invita a permanecer vigilantes acerca de algunas nuevas tentaciones
que amenazan directamente al consagrado de nuestros tiempos, amenazas, y
posibles peligros los cuales nos afectan también a nosotros: “Es necesario reconocer y superar algunas
tentaciones que a veces, por insidia del Diablo, se presentan bajo la
apariencia del bien. Así, por ejemplo, la legítima exigencia de conocer la
sociedad moderna para responder a sus desafíos puede inducir a ceder a las
modas del momento, con disminución del fervor espiritual o con actitudes de
desánimo” (VC 38).
De ahí la necesidad, desde el Espíritu de
nuestras Constituciones , “de un renovado
compromiso de santidad por parte de las personas consagradas para favorecer y
sostener el esfuerzo de todo cristiano por la perfección “ (VC 39)
Los textos
agustinianos que presentan las Constituciones acerca de la vida contemplativa
son pocos. El primero de ellos hace referencia a una definición de contemplación:
“Vida para Dios, vida con Dios, vida en Dios, vida de Dios mismo”. Este texto
se refiere más bien a la vida eterna, realidad que esperan alcanzar los
bienaventurados. Si lo aplicamos a lo que podríamos llamar un deseo de oración
en el religioso, estaría mejor utilizado. La contemplación aparece aquí más
como meta, como deseo, como ideal.
Puede ser
más acertada, y está más en la línea y experiencia del santo, los textos que
aparecen en el número 11. Estos textos se refieren al proceso de interiorización,
como el camino de contemplación propiamente agustiniano. “El hombre, por la
soberbia se aparta de Dios; cae en sí mismo y resbala hacia las criaturas” (De
Trin 10,5,7). “Sólo con la ayuda de Cristo, mediante la purificación por la
humildad, puede el hombre recogerse y entrar otra vez en sí mismo” ( Conf.
10,40).
La
contemplación, entendida desde san Agustín y tal como la presentan nuestras
constituciones, es un proceso dinámico que desde la purificación moral va
ascendiendo a la contemplación de la Verdad. En la Regla, el “In Deum” con el
cual culmina san Agustín el artículo segundo, donde se propone el ideal
monástico, podría ser la mejor expresión de la contemplación, “dirigidos hacia
Dios”. El artículo 9 de las Constituciones hace alguna referencia a este dato,
cuando habla de que “el agustino recoleto se siente referido a Dios como a fin
último y único”.
La
identificación ente contemplación y amor castus, que se encuentra en el número
9, es algo muy agustiniano. Para san Agustín, amor castus es “aquello por lo
nos unimos a Dios” (de Civitate Dei). En el comentario al salmo 72, dicho amor castus es el amor a Dios por encima de
todas las cosas. “Se hace casto un
corazón; ya ama gratis a Dios, no pide otra recompensa de El. Quien pide a Dios
otra recompensa fuera de él, queriendo servir a Dios sólo por ella, estima más
lo que quiere recibir que al mismo Dios de quien lo pretende recibir. Entonces,
¿no hemos de recibir ningún premio de Dios? - Ninguno fuera de él mismo. El
premio que da Dios es el mismo. Esto es lo que ama, esto es lo que aprecia; si
amase otra cosa no sería amor castus” (En. in Ps 72, 32
Así pues,
el amor castus contempla el concepto de contemplación que se alcanza mediante
la interioridad; de la dispersión de las criaturas, el hombre vuelve a sí mismo
y se eleva hacia lo trascendente para amar a solo Dios con todo su ser
. La vida
de oración en nuestras Constituciones.
Los
números 64 al 83 están dedicados a la oración en la vida de la comunidad. “la
contemplación, o amor castus, tiene fuerza de unión y es de por sí comunitaria;
congrega a los hermanos, templos vivos de Dios, en comunidad de oración y e culto, dentro del cuerpo místico de Cristo.
“
“la
comunidad agustino recoleta es una comunidad orante y cultual. Cristo ora en
nosotros, por nosotros y con nosotros.
Esta
dimensión cultual de la comunidad la
hace más viva y expresa con más autenticidad el misterio de Dios hecho hombre
en Jesucristo.
Cuando más
sincera e intensamente cultiva la comunidad el espíritu y la práctica de la
oración, con más propiedad merece ser llamada comunidad orante y cultual, y más
eficazmente expresa la presencia de Cristo en la comunidad.
Todo esto
nos quiere decir que la persona consagrada, está referida plenamente a Cristo. A
través de la consagración religiosa
expresamos nuestra identidad plena con él. La vocación consagrada se formula
desde una llamada y una respuesta. Toda nuestra vida, mediante la profesión
religiosa de los consejos evangélicos en la vida común, queda referida a
Cristo. De por sí nuestra vida toda es ya una actitud cultual. Ofrecemos a
Cristo el don de nuestra existencia, le otorgamos aquello que el Padre nos ha
ofrecido.
La
comunidad, cuando se reúne para la celebración de la Eucaristía, para la alabanza
de las horas, para la oración mental, está expresando dicha actitud cultual. De
ahí que a lo largo de la jornada, en varios momentos, la comunidad, unida a la
Iglesia esposa de Cristo, manifieste dicha actitud cultual.
La
comunidad agustino recoleta vive de la Eucaristía. “Sacramento de piedad, signo
de unidad y vínculo de caridad”. Las Constituciones recogen el planteamiento
agustiniano en una doble vertiente: la celebración del sacramento, y la
realización de la comunidad en el sacramento. “ Y para comer dignamente el
Cuerpo de Cristo, los hermanos no descuiden ser cuerpo de Cristo. Háganse
cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Porque del Espíritu
de Cristo no vive sino el cuerpo de Cristo” (Cf Constituciones).
Las
Constituciones dan una gran importancia a la celebración del sacramento de la
Eucaristía. Es expresión de la vida de la común. De ahí que la Eucaristía sea
el acto principal de cada día, en el la comunidad de los hermanos se encuentra
reunida ante el altar de Cristo y anuncia la muerte y resurrección del Señor.
San
Agustín da mucha importancia a éste sacramento, como culminación de toda la
iniciación cristiana, hablando a los
catecúmenos. La Eucaristía cierra el proceso de la iniciación en la fe.
Pero
decíamos que la comunidad vive de la Eucaristía y se hace en la Eucaristía. El
gran ideal monástico de san Agustín, “Cor unum et anima una”, alcanza su
plenitud de ser en la Eucaristía. La comunidad agustiniana se hace Eucaristía,
puesto que cada uno de sus miembros, con su propia realidad, con su manera de
ser, se une en el pan y en el vino consagrado. La Eucaristía, sacrificio de
Cristo, descubre el verdadero rostro del Señor, y descubre el verdadero rostro
de la comunidad. Ante Cristo, que nos congrega desde el amor, sólo podemos
encontrar una única respuesta en nuestra vida: el amor. De ahí la importancia
que nuestras Constituciones quieren dar a la celebración de la Eucaristía.
Posteriormente
aparecen una serie de preceptos, pertenecientes al código adicional, sobre la
celebración de la Eucaristía.
Los textos
agustinianos que centra éste apartado de las Constituciones, hacen mención a la
Eucaristía, pero no a una forma de expresión orante agustiniana.
LA COMUNIDAD EN LAS CONSTITUCIONES
El “amor
castus”, negocio exclusivo del hombre con su Creador, y relación íntima de la persona con Dios, no
convierte al religioso en un solitario, sino que tiene fuerza de unión y es de
por si comunitario. Cristo, Verdad y Bien encarnados congrega a los dispersos y
los hace ser humanos por la comunión de la caridad. Dios se revela
especialmente en el ejercicio del amor fraterno; así lo describe san Agustín: “el es quien habita en los suyos y éstos son
su habitación. Porque los que viven en la casa de Dios son ellos también la
casa de Dios” (S. 337,3).
No hace
mucha falta recordar que este matiz fraternal es una de las notas más
característica del carisma agustino recoleto, que tanto han destacado muchas
generaciones de religiosos, y por el testimonio de muchos fieles que así nos
han visto y así han lo han afirmado.
San
Agustín nos insiste que recemos para poder llevar a la práctica aquel ideal que
san Lucas refleja en los Hechos de los Apóstoles y que era la característica se
la primitiva comunidad de Jerusalén. Nuestras Constituciones colocan dicha cita
como punto de referencia para poder ser imitadores de tan gran realidad.
La Lumen
Gentium del Concilio Vaticano II nos dice que “la Iglesia es misterio de comunión y sacramento de unidad” (LG 1).
En la comunidad agustino recoleta, todos somos hermanos, que tienen un sólo
corazón y un sólo alma, que todo los comparten y tiene en común lo espiritual y
lo material, podríamos decir.
Nuestras
Constituciones nos hablan de la gran
posesión común que es Dios; incluso que el alma de cada religioso es también
posesión común. De aquí se deducen conclusiones importantísimas. La vida de
cada hermano en la comunidad ha de ser vigilada y cuidada por todos. Si un
hermano ofende a Dios, la comunidad es la que se siente también pecadora; si un
hermano vive una entrega plena al Señor, la comunidad se alegra y recibe los
frutos de esa santidad de vida. Tal es
la profundidad de todo esto, que es necesario meditarlo casi a diario para no
perder el verdadero sentido de nuestra comunidad. De ahí que la corrección
fraterna, practicada y acogida con humildad, ha de ser un instrumento que nos
ayude a todos a crecer en santidad y en amor hacia los demás.
La
comunidad trata de expresar esa unidad de la Iglesia. “se pide a las personas consagradas, que sean verdaderamente expertas en
comunión y que vivan la respectiva espiritualidad como testigos y artífices de
aquel proyecto de comunión que constituye la cima de la historia de hombre
según Dios” (Caminar desde Cristo nº
28)
Según Juan
Pablo II, la “espiritualidad de comunión
significa ante todo una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que
habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los
hermanos que están a nuestro lado, y además, espiritualidad de comunión
significa capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo
místico y, por tanto, uno que me pertenece. De este principio derivan con
lógica apremiante algunas consecuencias en el modo de sentir y de obrar:
compartir las alegrías y los sufrimientos de los hermanos; intuir sus deseos y
atender a sus necesidades; ofrecerles una verdadera y profunda amistad.
Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay
de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios; e saber
dar espacio al hermano llevando mutuamente los unos las cargas de los otros.
“ (Caminar desde Cristo nº 29) .
Esta
realidad eclesial, que como vemos destacan nuestras constituciones, tiene que
constituirse en verdadero ejercicio de fidelidad a nuestro carisma recoleto. “En estos años las comunidades y los diversos
tipos de fraternidades de los consagrados se entiende más como lugar de
comunión, donde las relaciones aparecemos formales y donde se facilita la acogida
y la mutua comprensión. Se descubre el valor divino y humano de estar juntos gratuitamente, como
discípulos y discípulas en torno a Cristo Maestro, en amistad, compartiendo
también los momentos de distensión y de esparcimiento” (Caminar desde
Cristo 29).
Hoy día no
podemos renunciar al fenómeno de la interculturalidad. Nuestras comunidades,
cada vez son menos “uniformadas” en cuanto a la edad y a la procedencia de las
personas. Algunas congregaciones han preferido todavía uniformarlas, para
evitar posibles enfrentamientos, constituyendo comunidades con hermanos o
hermanas de una edad más o menos semejante, o pertenecientes a una misma
nación. Sin embargo, no sería agustiniano el que nosotros asumiéramos dichas
realidades. El sentido eclesial que mana de nuestras Constituciones, nos animan
a emprender nuevos retos. “Las
comunidades multiculturales e internaciones, llamadas a dar testimonio del
sentido de la comunión entre los pueblos, las razas, las culturas, en muchas
partes son ya una realidad positiva, donde se experimentan conocimiento mutuo,
respeto, estima, enriquecimiento” (Caminar desde Cristo 29).
En esta
línea del misterio de la comunión, “la comunidad religiosa es manifestación
palpable de la comunión que funda la Iglesia, y al mismo tiempo, profecía de la
unidad a la que tiende como a su meta última” (Congregavit nos in unum nº
10)
El
Documento “Congregavit nos in umun”, llama a los religiosos “expertos en
comunión”. Si esto es común a todos los religiosos, los agustinos recoletos nos
tendríamos que llamar no sólo expertos en comunión, sino también maestros.
Las
Constituciones destacan como valor fundamental de testimonio agustino recoleto
el que los hermanos son una sóla alma y un sólo corazón dirigidos hacia Dios.
Este es el testimonio que ha de darse, como una fidelidad esencial al carisma
recoleto. Si en esto no nos ejercitamos, estaremos atentando gravemente con
nuestro carisma.
A veces
resulta penoso como no somos capaces de valorar esta gran riqueza que tenemos a
nuestro lado que son los hermanos de comunidad. Cierto que la vida de comunidad
en infinidad de ocasiones es una prueba para ejercitar la humildad y la
caridad. De ello nos hablan también las Constituciones. Pero nunca podremos
dejar de defender al hermano que comparte con nosotros un ideal de vida.
A veces
también se prefieren a otras personas que no forman parte de la comunidad,
familias, amigos... En ocasiones se sitúan en un plano muy por encima del plano
comunitario. Incluso llegamos a compartir experiencias humanas y espirituales
de una manera mucho más profunda que en la
comunidad misma. Si esto sólo lo hacemos con la gente seglar que nos
acompaña, nos indica que algo muy serio esta pasando en la comunidad, entre los
hermanos, en la vida misma.
Muchas
veces, como ejecutivos cansados de una jornada laborar, nos sentamos en
nuestras confortables salas de recreo, para buscar ansiosamente noticias,
programas de televisión, deportes... Y no es que esté mal, lo será cuando día tras día, año tras año, no nos vamos
dando cuenta de lo que significa la vida de comunidad. “Ordena lo externo, fiel trasunto de lo interior, al servicio del
Espíritu de Cristo, que la vivifica para su cuerpo”. (Const. nº 20).
La
comunidad agustino recoleta ha de manifestar una realidad de paz y de
concordia. Este es el buen olor de Cristo que brota en el corazón de cada
comunidad. Nos dice Vita Consecrata, que “todos
los religiosos, queriendo poner en práctica la condición evangélica de
discípulos, se comprometen a vivir el mandamiento nuevo del Señor, amándose
unos a otros como El nos ha amado. El amor llevó a Cristo a la entrega de sí
mismo hasta el sacrificio supremo de la Cruz. De modo parecido entre sus
discípulos no hay unidad verdadera sin este amor recíproco incondicional, que
exige disponibilidad para el servicio sin reservas, prontitud para acoger al
otro tal como es, sin juzgarlo, capacidad de perdonar hasta setenta veces siete” (VC 42).
Así mismo,
se nos insiste a ponerlo todo en común, incluso las tareas apostólicas. Como
agustinos recoletos, desde la comunidad, tenemos que compartir nuestro trabajo
apostólico. Qué testimonio damos de unidad a la Iglesia cuando trabajamos en
una misma dirección. Cuando existe ayuda y colaboración entre unos y otros.
Esto siempre ha sido una característica esencial entre los frailes recoletos,
pero hay que tener cuidado, puesto que existe cada vez, y con más fuerza, la
tentación del individualismo. La comunidad
tiene que hacer frente a dicha tentación creando espacios cada vez más
sinceros, donde se abran nuevos horizontes en el compartir, desde Cristo, todos
juntos una tarea.
Este es el
camino que nos señalan las Constituciones: los hermanos se aman, se honran
recíprocamente, se entregan y sirven, se soportan y perdonan, se corrigen, se
ayudan y tratan con delicadeza. Conviven en amistad, dialogan en clima de
confianza, socorren a los enfermos, consuelan a los desanimados, se
complementan y alegran con los triunfos del otro. Esta paz y concordia entre
los religiosos son señal cierta de que el Espíritu Santo vive en ellos, y de
tal comunidad fluye por doquier el buen olor de Cristo, por lo que debemos
atender a este propósito.
En estos
tiempos de crisis vocacional, tal vez estemos necesitando presentar unas
comunidades donde se vivía mejor todo esto que dicen nuestras constituciones.
Qué buen reclamo vocacional sería el ofrecer comunidades de hermanos, que desde
su sencillez, desde su pobreza, intensan amarse cada día desde Cristo.
Es muy
importante este dato, sólo desde Cristo se pueden amar los hermanos. La
amistad, a la cual no exhorta san Agustín en la Regla, no es una amistad carnal
sino espiritual. En la vida de comunidad hemos de ejercitarnos continuamente en
esa autotrascendencia para poder valorar y aceptar al hermano desde Dios. Este
sería un gran reclamo para todos aquellos que quieran vivir nuestra vida.
Las
Constituciones recogen este santo propósito de la comunidad, como un regalo del
Espíritu, como un don. No es una imposición, es un don muy preciado que nos
ofrece a todos los agustinos recoletos.
Hay un
elemento que en las Constituciones puede echarse de menos en la presentación
del carácter comunitario; es la Eucaristía. Esta e presenta en una línea
agustiniana en los nn. 64, 67 y 151, hablando de la comunidad. Pero san Agustín
dice algo más, él pone en relación directa el ser de la comunidad con la
Eucaristía, y precisamente a través del término casa del salmo 67.
“discutían
entre sí los judíos, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Altercaban, es verdad, entre sí, porque no comprendían el pan de la concordia,
y es más, no querían comerlo; pues los que comen este pan no discuten entre sí:
somos muchos un mismo pan y un mismo cuerpo. Por este pan hace Dios vivir en su
casa de una misma manera” (In Io. Ev. 26)
Vale lo que dice Agustín: "Quien entiende el arte dar consejos a los demás, dará dirección a su prójimo y disipará las dudas sombrías gracias a la luz del amor" (S. 91,7,9).
hermanos. Y, a la vez, sus almas te pertenecen, o mejor dicho: sus alma junto con la tuya no forman muchas almas, sino una sola alma, a saber la única alma de Cristo" (Ep. 243,4).
estudio y oración, enseñando a presentes y ausentes con su palabra y
sus escritos" (Vita Aug.).
no es digno de sentarse en esta mesa.
habían de borrarse aquellos versos o él se levantaría de la mesa para retirarse a su habitación" (Vita Aug. 22).
cuento entre esos pilotos, reconozco cuán imprudente era mi crítica, por más que desde antes ya había caído en la cuenta de lo peligroso de este oficio" (Ep. 21,2).
mente, dejamos de ser un lugar para el Señor. Llegar a ser un lugar para el Señor quiere decir renunciar a esa posesión que llamamos nuestro propio juicio sobre los demás y abandonar actitudes críticas que siempre son peligrosas.
común al interés personal. No se trata de ninguna abstracción pero sí de una tarea difícil. Afortunadamente, no faltan en nuestras comunidades personas que testimonian de forma clara este comportamiento. El interés de Cristo tiene que ver con paz, tolerancia, comprensión,
no sobredimensionar las cosas, controlar el afán de imponerse, prestar atención al bienestar espiritual y corporal de los miembros de la comunidad y de todas las personas que uno encuentra diariamente. El interés de Cristo consiste más en el crecimiento en la unidad que en vivir bajo un mismo techo. El interés de Cristo es compatible con la pluralidad, siempre que esté subordinada al bien común. Llama la atención la frecuencia con que Agustín cita las palabras de Pablo a los Filipenses: "Los que alaban a los servidores de la Iglesia sólo se refieren a los buenos entre ellos, los fieles administradores del tesoro divino; que son tolerantes con todos; que entregan su corazón a los que quieren hacer progreso; que no se preocupan de sus propios intereses, sino de los intereses de Cristo (Fil 2,21)" (En. Ps.
99,12).
refleja en su amplia correspondencia con prelados y políticos, y en su cuidado de la Iglesia universal participando vivamente en los concilios. "Asistió cuando pudo a los concilios de los santos Obispos celebrados en diversas provincias, buscando siempre la gloria de Jesucristo, no la suya propia, para que la fe de la Iglesia se conservase incólume o algunos sacerdotes y clérigos excomulgados justa o injustamente fuesen absueltos o depuestos" (Vita Aug. 21).
cómo podemos hacerlo mejor.
los perdidos, en una palabra, hará lo que pueda" (S. 91,7,9).
tiempo para la Palabra de Dios. Por eso solicita la ayuda de los fieles para asuntos prácticos. Agustín se declaró dispuesto a delegar la administración de los bienes eclesiásticos a los laicos a fin de que, en adelante, todos los ministros pudieran vivir de las entradas del culto, tal como se lee en el Antiguo Testamento (Vita Aug. 24; cf. Dt 18,1 y Num 18,8-32).
Encargó el cuidado del templo y del patrimonio de la iglesia a los clérigos más capacitados y por turno les delegaba esta función. "Y como, causa de las posesiones, el clero era blanco de la envidia, como suele suceder, el Santo, predicando a los feligreses, solía decirles que pre-
fería vivir de las limosnas del pueblo a sobrellevar la administración y cuidado de las propiedades eclesiásticas, y que estaba dispuesto a cedérselas, para que todos los siervos y ministros de Dios viviesen, al estilo de los del antiguo Testamento, del servicio del altar Pero nunca los fieles aceptaron la propuesta" (Vita Aug. 23).
convenza del valor de la tranquilidad sin cuidados y de la liberación de la contemplación. Porque nada es mejor, nada más agradable que indagar la riqueza divina, sin que nadie le estorbe a uno. Esto es agradable y bueno. Pero predicar, denunciar, reprender, edificar, esforzarse por tanta gente, es una carga pesada, un gran peso y un empeño agobiante.
¿Quién no desearía liberarse de tal trabajo? Pero el Evangelio me asusta..." 2,4).
ya conocía, o bien a enmendar lo dictado y copiado" (Vita Aug. 4).El mismo Agustín, a quien le gusta contemplar lo divino, confiesa que el
Evangelio le asusta (Cf. S. 2, 4).
Agustín, lo primordial es que el pastor conozca la Escritura tanto como fuese útil para su propio provecho. Pero, además, tendrá que leerla constantemente para poder dar una respuesta a los que la soliciten.
vados (1Cor 10,33). Quizás los sagrados libros contengan otros principios que un hombre de Dios debe saber y con que debe familiarizarse para cuidar de los asuntos eclesiásticos más ordinarios. Pero de todos modos, precisa de estos principios para que él viva o muera de tal manera con una buena conciencia entre los injustos, que no pierda la vida eterna a que aspira el corazón cristiano humilde y manso. Pero, ¿cómo puede llegar a tener conocimiento de ello, sino golpeando (Mt. 7,7-8), es decir orando, leyendo y golpeándose el pecho?" (Ep. 21,4). De la carta de Agustín a su obispo se evidencia que la profesión pastora! hay que aprenderla en la Sagrada Escritura.
CARACTER APOSTÓLICO DE LA ORDEN
Cuando
hablamos del carácter comunitario de la Orden, sin darnos cuenta estábamos
tratando ya la dimensión apostólica de nuestro carisma. El religioso
contemplativo y comunitario es apóstol generoso y eficaz, porque lleva dentro
de sí el amor, cuya esencia es dar y comunicar, cuyo impulso natural es
extenderse entre los semejantes para robarlos a todos para Dios. Esta es la
llamada de la caridad, a la cual nos
insta de una manera clara el Evangelio
de Nuestro Señor Jesucristo.
Tal vez,
en ningún otro artículo de nuestras constituciones aparezca tan evidentes el
carácter de “conventuales de vida mixta” que conviene a nuestra Orden. Somos
una comunidad, sometida a las propias observancias regulares y bajo la autoridad del Prior, que conjugan la
interiorización con el apostolado, el “otium sanctum” con el negotium iustum”,
la sed de la verdad y de conocer y descubrir la voluntad de Dios en las
Escrituras, con el servicio de la predicación apostólica.
Siguiendo
a san Agustín, forma parte de nuestro carisma la integración armónica de la
acción y la contemplación. Aunque él siempre
prefirió la paz del monasterio, nunca se negó a las necesidades de la
Iglesia, que, como sabemos, fue un gran pastor solícito del rebaño encomendado.
El carisma
de la Orden, nace en el amor contemplativo, para posteriormente unir las almas
y los corazones en la comunidad. Está realidad, este flujo carismático suscita
el amor y la entrega hacia los demás.
Las
Constituciones en el número 23 recogen
los elementos doctrinales que dan la base para realizar el carácter apostólico
de la Orden. Parte del amor que se manifiesta en las tres Personas divinas,
para después desarrollar los distintos elementos que caracterizan nuestro apostolado.
El
religioso, cuanto más participa del conocimiento y del amor de Dios, con más
fuerza tiende a difundir entre sus semejantes ese conocimiento y ese amor. Esto
nos da pie para destacar la importancia de la oración y del amor a Dios en el
religioso. Sabemos que cuanto más grande es ese amor, más fecundo es el
apostolado.
Importancia del amor.
“Habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la
cena (...) se levanta de la mesa(...) se peso a lavar los pies de los
discípulos y a secárselo con la toalla con que estaba ceñido” (Jn 13,1-2.4-5).
“En el
gesto de lavar los pies a sus discípulos, Jesús revela la profundidad del amor
de Dios por el hombre: En él, Dios mismo se pone al servicio de los hombres. El
revela al mismo tiempo el sentido de la vida cristiana y, con mayor motivo, de
la vida consagrada, que es vida de amor oblativo, de concreto y generoso
servicio. Siguiendo los pasos del Hijo del hombre, que no ha venido a ser
servido sino a servir, la vida consagrado se ha caracterizado siempre por este
gesto” (VC 75)
Esta cita
de Vita Consecrata, nos reafirma en el principio del amor, como elemento
fundamental de todo nuestro apostolado. Nuestra Orden, en todos los momentos de
su historia, y en la actualidad, ha “lavado los pies”, se ha puesto al servicio
de muchos hombres y mujeres de la tierra para animar su vida humana y
suscitarles y acompañarles en la fe.
El
religioso, pues, contemplativo y comunitario es apóstol generoso y eficaz,
porque lleva dentro de sí el amor, cuya esencia es dar y comunicar, cuyo
impulso natural es extenderse entre los semejantes para robarlos a todos para
Dios, para Cristo. Esta cita agustiniana que recogen nuestras Constituciones
bien se puede coronar con otra en la cual, el amor al prójimo consiste en
ayudarle a amar a Dios “ Es imposible que
el que ame a Dios no se ame a sí mismo. Así pues, te amas a ti saludablemente
cuando amas a Dios más que a ti mismo. Y lo que haces contigo lo has de hacer
igualmente con el prójimo, esto es, que también él ame con perfecto amor a
Dios. Pues no le amarás como a ti mismo si no te esfuerzas por llevarlo al
mismo bien al que tu aspiras” De moribus eclesiae catholicae et de moribus
manichaeorum 1, 48-49.
De aquí se
desprende que el objeto central de nuestra dimensión apostólica, como también
de nuestra dimensión comunitaria, entendida ésta como un apostolado, es enseñar
a amar a Dios.
El
religioso está siempre dispuesto al servicio de los hombres y de la Iglesia
según el carisma de la Orden. Aquí podemos descubrir, como el “amor difussivus”
se ha extendido a lo largo de la historia de la Orden, como una llamada de la
misma Iglesia, y de la sociedad, para que seamos, ante todos, apóstoles
generosos e intrépidos del amor, y en el amor va unido el perdón, la
misericordia, la comunión, la fraternidad... Elementos que pertenecen al
carisma agustiniano y que la llamada de
la Iglesia nos está invitando constantemente a realizar.
El número
24 concreta como es la vida del agustino recoleto: contemplativa y activa.
Ambos aspectos se integran y se complementan. La contemplación ayuda a la
acción y la acción a la contemplación. Ambas son para la Iglesia
manifestaciones vitales de un mismo amor.
La Forma
de Vivir, el texto primitivo de nuestras constituciones, donde aparece el
modelo de vida que los agustinos recoletos quieren seguir, intenta establecer
una ideal donde , a través de las leyes, se ordena la vida de la comunidad en
torno a la oración, a la vida de la misma comunidad, con los rasgos monásticos
que sabemos que tiene, y al apostolado. A lo largo de la historia, sobre todo
tras la desamortización, la Orden, sin perder su identidad primera, refuerza el
carisma con la fuerza del apostolado misional.
Los
hermanos de la comunidad, prosigue el
número 24, se ayudan mutuamente en la acción y en la contemplación. Esta es una
de las características esenciales de nuestra vida como recoletos. No sólo la
comunidad se ha de ayudar en la oración, en la búsqueda de Dios, sino también
en el apostolado. Este número es una llamada para que nuestro trabajos
apostólicos sean de la comunidad, no sean exclusivos de un religioso o de otro.
A lo largo de nuestra vida hemos acertado en ponerlo en práctica. A veces hemos
tomado un camino equivocado y hemos podido dejar al hermano sólo al frente e un
determinado trabajo o tarea apostólica. Nuestras Constituciones nos recuerdan
más adelante que ningún religioso busque un determinado apostolado para su
bien, sino que nazca de la misma comunidad.
El número 25
comienza haciendo referencia a dos realidades carismáticas: la primera que la
comunidad es apostólica, y el primer apostolado de la comunidad es la comunidad
misma. La doctrina agustiniana sobre la comunidad y el monacato valora la vida
misma de la comunidad como un apostolado, como una dedicación exclusiva.
De ahí la importancia que tiene la vida de
comunidad, y el valor apostólico que la vida misma en sí tiene. Como dicen las
Constituciones, la comunidad dedicada a la oración y a la práctica de las virtudes,
es ya una obra apostólica.
“Este
testimonio de las personas consagradas tiene un significado particular en la
vida religiosa por la dimensión comunitaria que la caracteriza. La vida
fraterna es el lugar privilegiado para discernir y acoger la voluntad de Dios y
caminar juntos en unión de espíritu y corazón” (VC 92)
El mismo
número 92 de la Vita Consecrata dice más
adelante que “la vida de comunidad signo, ante la Iglesia y la sociedad, del
vínculo que surge de la misma llamada y de la voluntad común de obedecerla”
(ibidem).
El número
25 propone más adelante, como tarea de
la comunidad, el gozo de poder anunciar el Evangelio de Jesucristo a todas las
gentes. Por ello, la comunidad, atenta siempre a las necesidades de la Iglesia,
busca el lugar y el modo de ser más útil al servicio de Dios.
A lo largo
de la historia de la Orden hemos ido descubriendo cuales han sido las
características de nuestro apostolado. Han surgido, la mayoría de las veces,
mediante la llamada de la Iglesia. En los tres primeros siglos de la
recolección, donde prevalecía más el carácter contemplativo y comunitario, las
labores encomendadas se centraban únicamente en las ministeriales y educativas.
En el último siglo y medio, la labor misional ha ido cobrando más fuerza. Hoy
día, ante la llamada de la sociedad y de la Iglesia, tendremos que estar
atentos a la llamada del Espíritu para descubrir cuales son los campos en los
que se nos necesitan.
Vita
Consecrata propone a los religiosos una serie de areópagos para la acción
misionera y apostólica: tales como la educación, la evangelización de la
cultura, presencia en el mundo de las comunicaciones sociales, el diálogo
ecuménico, el diálogo interreligioso, y sobre todo, una idea que Juan Pablo II
destacó con mucha importancia: la
respuesta a quienes buscan a Dios. “Las
personas consagradas tienen el deber de ofrecer con generosidad acogida y
acompañamiento espiritual a todos aquellos que se dirigen a ellas, movidos por
la sed de Dios y deseosos de vivir las exigencias de su fe.” (VC 103)
El número
26, cuya importancia radica en la cita de san Agustín: ”Somos siervos de la Iglesia del Señor y nos debemos principalmente a
los miembros más débiles, sea cual fuere nuestra condición entre los miembros
de este cuerpo” De opere monachorum 29,37 . Sabemos el deseo que tenía san
Agustín de vivir en el monasterio dedicado al trabajado, a la oración y al
estudio de las Escrituras. Sin embargo, las múltiples ocupaciones eclesiales le
hacen padecer los mismo sentimientos del Apóstol Pablo: sufrir con los que
sufren, padecer con los que padecen... En el término “débil”, el trata de
englobar a los que más necesitan de su ministerio, a aquellos que más requieren
de su cuidado y atención.
Esta es
también una llamada para nosotros dentro de nuestro campo apostólico. Miembros
débiles hay muchos. No sólo los pobres materialmente hablando, aquellos que
carecen de lo necesario para una vida
digna, hoy día asistimos a nuevos tipos de pobrezas en nuestro mundo: la
marginación, la soledad, la ancianidad, la falta de valores, la falta de fe...A
imitadores de san Agustín, tenemos que acompañar a aquellos y aquellas que más
nos cuestan, que nos pueden resultar más incómodos o más difíciles. En nuestra
Europa hoy estaríamos hablando de los jóvenes, de la catequesis que para ellos
se propone. Les invito a leer este número 29, 37, descubramos en nuestro Padre
el deseo y el coraje, a pesar ya de su cansancio y enfermedad, de trabajar con
los miembros más débiles.
El número
27 vuelve a valorar de nuevo la interiorización
“otium sanctum”, en terminología agustiniana, como un elemento esencial
en la tradición monástica agustiniana. Desde siempre, la orden se ha
caracterizado por el apostolado de la investigación y la profundización en las obras de san Agustín y de otros santos
de la Orden. Las Constituciones parecen ampliarlo más hacia otros campos. Ponen
como característica la búsqueda de la Verdad al servicio de la Iglesia.
El
documento “caminar desde Cristo nos dice al respecto” que hace falta promover en el interior de la vida consagrada un
renovado amor por el empeño cultural que consienta elevar el nivel de la
preparación personal y favorezca el diálogo entre mentalidad contemporánea y
fe, para promover, también a través de las propias instituciones académicas,
una evangelización de la cultura entendida como servicio a la verdad. En este
perspectiva, resulta más que oportuna la presencia en los medios de
comunicación social”. (Caminar desde Cristo nº 39
Esta
característica, tan agustiniana, tan recoleta, ha se ser mantenida por cada uno
de los religiosos como un elemento esencial de crecimiento y maduración en la
fe. La vida de la comunidad tiene que contar con tiempo suficiente para
dedicarse a la oración y al estudio de los libros sagrados. Esto ha de ser
esencial en nuestra vida recoleta. No podemos confundir el “otium sanctum” con
otras formas de pseudo recogimiento. En esto tenemos que ser claros y no
engañarnos. Se trata de dedicar tiempo suficiente a nuestra formación personal,
desde la búsqueda y conocimiento de Dios. “Arrebata
a los siervos de Dios la sed de la Verdad y de conocer y descubrir la voluntad de Dios en las
sagradas Escrituras” Epist. 243,6,.
El número
28, con el que se cierra este apartado dedicado al carácter apostólico de la
Orden, recoge, de alguna manera lo que
la misma comunidad agustino recoleta aspira a ser. Es decir el sentido
escatológico de nuestra vida consagrada. Si leemos la obra de san Agustín “de
opera monachorum”, nos daremos cuenta de las múltiples tribulaciones que él
vivió ejerciendo su ministerio espiscopal. Sin embargo, siempre se sentían
acompañado del amor de Dios, y esperaba gozar con él de la gloria eterna.
Unida a la vida
de oración, san Agustín ve necesaria una ascesis, sin la cual no puede haber un
camino espiritual serio. El hombre viejo necesita ser continuamente renovado a
través de un dominio de sí mismo y de sus pasiones. La ascesis agustiniana no
es un fin en sí misma, sino un medio para alcanzar la santidad de vida. La Regla
nos habla de una vida austera, pobre… “mejor es necesitar poco que tener
mucho”. Una vida donde las cosas se usen por necesidad transitoria. San Agustín
conoce muy bien como el corazón del ser humano se apega a las cosas, y las
cosas se hacen dueñas de la vida del monje. De ahí la necesidad de una ascesis
liberadora, que rompa las ataduras que posee el corazón del ser humano.
Elemento
característico de la espiritualidad agustiniana es el apostolado. San Agustín,
en un primer momento, quiere expresar en sus monasterios una vida dedicada
continuamente a la oración, la trabajo y al estudio, desde el amor a Dios y a
los hermanos. La primera tarea apostólica que propone es la comunidad en sí
misma. Lograr esa unidad, en grupos tan variados y variopintos como se
establecían a veces en los monasterios
fundados por el santo, no era tarea fácil.
Sin embargo, va a ser la llamada de la Iglesia, la que va a
suscitar en la espiritualidad agustiniana la dimensión apostólica. Agustín, y
sus monjes, atienden, siempre que eran llamados, a esas necesidades
apostólicas.
La Lectio Divina en San Agustín
1.
Disposiciones para la oración.
• La Escritura, don de Dios.
Dios se manifiesta a través de su
Palabra que es la Sagrada Escritura. La experiencia de su vida, releída a la
luz de la Escritura, desde el momento de la conversión y del encuentro con
Dios, le animan a ir leyendo las situaciones dinámicas de su existencia desde
la Palabra. El encuentra en la Escritura la respuesta y el interrogante ante su
existencia. Esta se le presenta como don de Dios, de una manera especial en los
salmos, donde Dios hace que él pueda leer su vida en las citas de la Biblia.
¿Dónde estaba por espacio de tantos años mi libre
albedrío, y de qué bajo y profundo arcano fue evocado en un momentos, para que
yo sujetase mi cuello a vuestro yugo suave, y mis hombres a vuestra carga
ligera? 1IX,1
Así pues, la Escritura, la Palabra
de Dios irrumpe en el interior de su corazón para ir preparando su vida al
encuentro con Dios, maestro de vida interior. Esto mismo sucede en la Lectio
divina, donde el corazón se prepara, ayudado por la lectura de la Biblia, al
encuentro con Dios que habla al interior del creyente, y le transforma.
- Humildad.
Para Agustín la humildad siempre será el camino directo para el
encuentro con Dios. Mas vos, oh Señor,
bueno y misericordiosos; y vuestra diestra mirando la profundidad de mi muerte,
y agotando el abismo de podredumbre del fondo de mi corazón. IX,1. Esta
actitud de arrepentimiento sitúa el corazón de san Agustín ante Dios desde la
perspectiva de la humildad. La humildad se hace necesaria para que la criatura
encuentre a su hacedor. Así quiere hacer suyas las palabras del profeta Isaías,
afirmando que con internos acicates me
domasteis, y de que modo allanasteis, humillando los montes y collados de mis
pensamientos, y enderezásteis mis tortuosidades, y suavizásteis mis asperezas.
IX,4.
El amor de Dios contagió también a los que estaban junto a él en
la incesante búsqueda. Alipio, su íntimo amigo, fue también cautivado por la
gran misericordia de Dios. Y de qué
manera sometísteis también a Alipio, hermano de mi corazón, al nombre de
vuestro Unigénito, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, nombre que antes se
desdeñaba de insertarlo en nuestro escritos; porque más quería que oliesen a
los cedros de las Escuelas, que ya el Señor había quebrantado. IX,4.
Así pues, la humildad aparece como
la primera virtud para el encuentro con Dios en la oración. El ejemplo de san
Agustín suscita el deseo de encontrarse con Dios en la oración.
- Conversión del corazón.
El salmo número 4, aparece repetidas
veces comentado en este Libro IX de las
Confesiones. Uno de los versículos del salmo dice: Hijos de hombres, hasta cuando seguiréis pesados de corazón? ¿ Por qué
amáis la vanidad y buscáis la mentira?. Porque yo había amado la vanidad y
buscado la mentira. Ps 4,3; IX,9.
Al igual que en el encuentro de Dios con Agustín, éste le pide una
conversión del corazón, también en la dinámica de la lectio es necesaria una
conversión del corazón a Dios. Transformar el corazón duro, pesado, mal oliente
por el fruto de los pecados, por el corazón libre, limpio, disponible para la
escucha. El ejemplo de Cristo que reconcilió el corazón del Padre con el todos
los hombres, es modelo de verdadera conversión del corazón. Mas Vos, Señor, habíais ya engrandecido a
vuestro Santo, resucitándole a vuestra derecha. Ef, 1,20 IX,9.
- Ascesis y purificación.
El camino de la humildad y de la
conversión del corazón, necesariamente han de pasar por la ascesis, que es el
trabajo activo del creyente, para conseguir un mayor dominio de su humanidad, y
avanzar por los caminos del Espíritu. El proceso de conversión en la vida de
Agustín pasó también por caminos de ascesis.
La renuncia de la cátedra magisterial supone un desprendimiento de
una tarea que le daba bastante fama y prestigio, para tomar en sí el corazón
humilde, sencillo, propuesto por Dios en el evangelio de Jesucristo. Agustín
quiere abrazar el estilo de vida del reino. Dios se lo manifiesta y por eso
desea poner todo de su parte para volver al camino de Dios. Los ejemplos de vuestros siervos, que de
negros habíais tornado resplandecientes, y de muertos vivos, recogidos en el
seno de nuestro pensamiento, abrasaban y consumían nuestro grave torpor para
que no volviésemos a las cosas bajas, y
poderosamente nos encendían, tanto que todo soplo de contradicción por parte de
las lenguas engañosas, podría más violentamente inflamar nuestra llama, no
extinguirla. IX,2,3.
Así pues, a través de estos ejemplos descubrimos la necesidad de
una ascesis interior para propiciar el encuentro con el Dios revelado.
2. La Escritura, verdadero alimento del creyente.
Un punto que a san Agustín le gusta recordar es este: la Palabra
de Dios, la Escritura es pan, alimento del cristiano. esta forma de presentar
la palabra la coloca en íntima relación con la Eucaristía, en cuya celebración
se proclama con solemnidad. este acercamiento es fácil de hacer, pues la
Eucaristía es el Cuerpo de Cristo, y éste es el Verbo encarnado, la palabra
hecha carne. Así pues, para san Agustín la celebración litúrgica es el lugar
natural de la palabra a donde debemos acudir para tomarla el pan de la palabra se coloca en la mesa. In Io Ev. 34, 1, y así
participar en el banquete de este pan, el manjar más dulce. Ahora bien, nunca
olvida la preparación y la buena disposición, porque para poder comerlo se
necesita purificar el espíritu: necesitamos
tener sano el paladar del corazón , In Io. Ev. 7,2 amonesta a sus fieles.
La Escritura es el
alimento del creyente. Diariamente la escuchamos en las asambleas litúrgica,
como una preparación de la liturgia celeste; aquí participamos en el Cuerpo de
Cristo, allí seremos comensales en el banquete de las bodas del cordero: Cuando
pedimos pan, recibimos con él todas las cosas. Lo que yo os expongo es el pan
de cada día. Pan de cada día es escuchar diariamente las lecturas en la
iglesia; pan de cada es oir y cantar himnos. Cosas todas que son necesarias en
nuestra peregrinación ¿Acaso cuando lleguemos allá hemos de escuchar la lectura
del códice? Al Verbo mismo hemos de ver, a él oiremos, él será nuestra comida y
nuestra bebida como lo es ahora para los ángeles. S. 57, 7
3. El Espíritu Santo, guía de la oración.
Agustín concede una gran importancia
al Espíritu santo en la oración. Por eso su invocación debe iniciar los
primeros momentos de este ejercicio. Pero, sobre todo, no podemos olvidar que
la iniciativa parte de Dios, pues la misma oración es ya un don suyo que nos lo
inspira a través del Espíritu Santo.
San Agustín llama al Espíritu Santo doctor interior Ep 184 A 1, ya que sólo
El es quien nos capacita para entender la Escritura y poder orar como conviene.
1. Lectura.
La lectura significa el primer
encuentro con el texto que se va a orar. Lo que se pretende en la lectio es el
conocimiento del texto hasta llegar a familiarizarse lo más posible con él,
repitiendo su lectura cuantas veces haga falta. En este ejercicio san Agustín
aconseja tener en cuenta varios elementos:
1. Oscuridad
de la Escritura.
Aunque a veces la Escritura pueda
parecer muy clara, sin embargo suele ser difícil de comprender; es necesaria la
ayuda divina: Ningún texto ofrece
dificultad si ayuda el Espíritu. Ayúdenos él por vuestras oraciones, pues el
mismo deseo de querer comprender es ya una oración a Dios. De él, pues,
conviene que esperéis la ayuda. S 152, 1
Nos detenemos en las lecturas que
hace de su propia vida y en los textos que él mismo emplea. Vemos ahora aquello
que lee Agustín.
Para ello, podemos dividirlo en tres etapas o estadios. Estas tres
etapas son fundamentales a lo largo de toda su vida, y serán piezas clave en su
modelo de oración. En el libro noveno encontramos referencia clara a esto
textos.
Porque me representa mi
memoria, y me es dulce, Señor, confesároslo, con qué internos acicates me
domasteis, y de que modo me allanasteis,
humillando los montes y collados de mis pensamientos, y enderezasteis mis
tortuosidades, y suavizasteis mis asperezas. IX,4,7, cf Is 40,4. De esta manera, Dios se acerca a su corazón a través de la lectura
de este libro del Profeta Isaías. Pero, sin duda alguna, es el salmo 4, al que
menciona varias veces, el que suscita en su interior un deseo más vehemente de
Dios. Los salmos son para él el centro de su vida espiritual y el camino más
cercano para la relación con Dios. los salmos son fáciles de aprender. El canto
frecuente de las estrofas, se hacía musicalmente cercano al oído, y desde el
oído penetraba la profundidad de su mente hasta llegar a la conversión del
corazón. ¡Qué voces os di, Dios mío,
cuando todavía rudo en vuestro verdadero amor, y catecúmeno, veraneando en la
Quinta con Alipio, leía los Salmos de David, cánticos de fe, acentos de piedad,
que excluyen el espíritu de soberbia!. IX,4,8
Nos situamos en su etapa de catecúmeno, por ello la lectura y la
meditación del salmo 4, producen en él verdaderos sentimientos de perdón y
cercanía a la misericordia del Padre. El dolor que siente ante las afirmaciones
maniqueas le hacen exclamar: Quisiera yo
que entonces estuvieran en algún sitio cercano, y sin que yo supiera que estaba
allí, viera mi semblante, y oyeran mis voces, cuando en aquel reposo leía el
salmo 4, lo que obraba en mí aquel salmo: cuando os invoque y me oíste,
Dios de mi justicia; en la angustia me
ensanchaste el corazón. Apiadaos de mí, Señor, y oíd mi oración” IX,4,8.
Son numerosas las citas bíblicas que
hacen referencia a esta petición de perdón, únicamente enumeramos aquí algunas
otras que aparecen en este libro número IX, la mayoría de ellas tomadas del
salmo 4. Ps 4,3 (8,9); Ps 4,5 (8,10); 2 Cor 4,18 (8,10).
2. Búsqueda de Dios.
El deseo de eternidad que manifiesta
Agustín, se pone de manifiesto en la continua búsqueda de Dios en su vida. Es
tan grande ese deseo, que sólo Dios puede frenarlo. Clave para entender su
método de oración va a ser siempre la búsqueda de Dios, en todo momento, en
toda circunstancia, en toda realidad.
El hecho de la búsqueda está
iluminado ya por la luz del Espíritu. Su mente puede ya conocer quien es el
Dios que le ama y suscita tanto amor en él. Ya
mis bienes caían por de fuera, ni lo
buscaba a la luz de ese sol con los ojos de la carne. Porque los que quieren
gozar por de fuera, fácilmente se desvanecen y derraman en las cosas visibles y
temporales. IX,4,10. La lectura de las cartas de san Pablo producen en él
sentimientos de cercanía hacia la búsqueda no ya de otros bienes, sino de la
verdad única y suprema que es Dios.
Esta búsqueda, oscura y difícil en otro tiempo, se convierte ahora
en luz y salvación: Impresa esta en
nosotros la luz de vuestro rostro, Ps 4,
Porque no somos nosotros la luz que ilumina a todo hombre, sino que
somos iluminados por Vos, para que los que algún tiempo fuimos tinieblas,
seamos luz en Vos Ef, 5,8 .IX,4, 10
3. Alabanza y acción de gracias.
Esta actitud de alabanza y de acción
de gracias aparece siempre en san Agustín.
En concreto, hay diversas actitudes de alabanza y de acción de gracias,
pudiendo resaltar algunas. todas ellas caminan sin duda, hacia Aquel que ha
obrado grandes maravillas en su amor. ¡Gracias
a Vos, Dios mío! ¿De dónde y hasta dónde habéis traído mi recuerdo, para que os
confesase estas cosas tan grandes, que por olvido me había callado!
IX,7,15.
Al final del capítulo 7, eleva esta oración de acción de gracias,
como otras muchas. El motivo era el traslado de los restos de dos mártires
cristiano, Protasio y Gervasio, y el milagro de la curación de un ciego.
Cualquier motivo de la misericordia de Dios, que el mismo Agustín descubre, es
suficiente para entonar una plegaria de acción de gracias por la manifestación
de su amor. Y con exhalar entonces tal
fragancia vuestros perfumes, sin embargo, no corríamos en pos de vos. Por eso
lloraba más entre vuestros cánticos e himnos, al principio suspirando por Vos. IX,7,15
4. Meditación
A través de la palabra de Dios, San
Agustín medita sobre los acontecimientos salvíficos de la obra de Dios en él y
en la vida. A través de esos textos, san Agustín descubre la presencia de Dios
revelado y cómo Dios se hace presente en los acontecimientos narrados a través
de la Escritura.
Una vez que el texto se ha leído reiteradamente, teniendo en
cuenta los aspectos literales, se pasa a la meditación. Ésta consiste en la
reflexión y valoración de lo que en la lectura se ha encontrado. Agustín, desde
su experiencia personal, aconseja tres actitudes necesarias.
1. Escucha
interior respetuosa.
Al ser palabra de Dios, es necesaria la actitud respetuosa y
orante ante la presencia de Dios; por esto san Agustín pide oraciones y ora al
explicar la Escritura. la palabra hay que escucharla dentro para entenderla y
después poderla comunicar. Pierde el
tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios quien no es oyente en su
interior. S. 179,1. De ahí que la escucha interior sea el elemento clave: Oiré primeramente, oiré, y sobre todo, oiré
lo que en mi interior habla el Señor Dios. En in Ps 49,23. En la regla
también afirma y pide meditar en el
corazón lo que se dice con la voz Regla 2, 3; en referencia al canto de la
salmodia en la oración.
La escucha interior lleva consigo el
deseo de un conocimiento respetuoso del Dios que habita en el interior del
creyente. Así pues, al escuchar la voz de Dios que habla en la Escritura,
Agustín toma la actitud de vaciarse de las criaturas para dejar paso al Autor
de la vida y de la salvación. Ya gustaba
tanto dejarlas, cuanto antes temía perderlas. Vos las echabais de mí, oh
verdadera y suprema suavidad; las echabais y en su lugar entrabaiss Vos, más
dulce que todo deleite, pero no a la carne y sangre; más dulce que todo deleite,
pero no a la carne y sangre; más claro que toda luz, pero más íntimo que todo
secreto. IX,1,1.
Dios aparece en la vida de san Agustín como el ideal siempre
buscado y anhelado. Su presencia será respetuosa y misteriosa.
2. La fe.
la fe es necesaria como elemento
esencial. Lo subraya utilizando Is 7,9: si no creéis no comprenderéis. Aplica
esta misma idea a la lectura de la Escritura: La fe es el peldaño para la comprensión, y ésta es la recompensa de la
fe porque también la fe tiene una especie de luz propia en las Escrituras.
Todas estas lecturas que ahora se nos hacen son lámparas en la oscuridad. S
126,1.
El texto de Isaías, libro al cual hace referencia en este capítulo
IX, lo conoció pronto. San Ambrosio le recomendó la lectura del profeta Isaías
como preparación al Bautismo, libro que abandonó pronto por resultarle muy
difícil. pero a éste pasaje si llegó , pero a éste pasaje si llegó, porque lo
cita en ya en el De lib.arb.1,1,2.
Sólo a través de la fe podemos
comprender el verdadero significado de los textos bíblicos, así como el poder
descubrir la realidad divina que estos contienen. La fe es la luz que ilumina
el contenido de las palabras bíblicas y las convierten en luz para la vida del
creyente. ¡Oh si ellos viesen la Luz
interna eterna, que yo, que la había saboreado, bramaba por no poder
mostrársela si me presentan el corazón en sus ojos! IX,4,10. Quiere
reprochar a todos los maniqueos que ocultan sus ojos a la verdadera fe en
Cristo Jesús, Hijo de Dios. El también formó parte de aquella oscuridad y por
ello lo manifiesta con fuerza en el siguiente texto:
Leía y me abrasaba, y no
hallaba qué hacer por aquellos sordos.muertos, entre los cuales yo había sido
una peste, un labrador amargo y ciego contra las Escrituras melifluas con miel
del Cielo y resplandecientes con vuestra luz; y ahora contra los enemigos de
estas Escrituras me repudia.
IX,4,11.
c) La caridad.
También subraya como disposición
fundamental la caridad: si no dispones
del tiempo para escudriñar todas las páginas santas, para quitar todos los
velos a sus palabras y penetrar en todos los secretos de las Escrituras,
mantente en el amor, del que pende todo; así tendrás lo que allí aprendiste e
incluso lo que aún no has aprendido. En efecto, si conoces el amor, conoces
algo de lo que pende también lo que tu tal vez no conoces. En lo que comprendes
de las Escrituras se descubre evidente el amor, en lo que no entiendes se
oculta. Quien tiene el amor en sus costumbres, posee, pues, tanto lo que está a
la vista como lo que está oculto en la palabra divina. S. 350,2.
Este texto del sermón 350 subraya la
doble vertiente de la oración como meditación o “lectio”: la búsqueda de Dios
en la Escritura, conduce a la caridad y al amor sin límites.
Hay que hacer mención, en el libro
que nos corresponde a la muerte de Mónica, madre de Agustín. Los dramáticos
momentos que aparecen en la escena, nos evocan el amor hecho oración e
inflamado en ardiente caridad. Agustín llora ante la muerte de Mónica, puesto
que se ha dado cuenta que Ella ha llorado antes por sus pecados. Y ahora, Señor, os lo confieso en este
escrito, léa lo quien quiera, e intreprételo como quiera. Y si hallare pecado
en que llorase yo por una exigua parte de una hora a mi madre recién muerta
delante de mis ojos, a mi madre que por tantos años me había llorado delante de
los vuestros, no se ría; antes, si tiene gran caridad, lloré el también por mis
pecados a Vos, Padre de todos los hermanos de vuestro Cristo. IX,12,33.
La caridad esta unida a la misericordia puesta en Dios y a la vez
trasmitida desde Dios. Agustín descubre la mano de Dios en la persona d su
madre Mónica. Ella, con su oración insistente, hizo que Dios escuchara sus
gemidos para otorgar la conversión a la fe. De ahí que san Agustín recalque
repetidas veces la dimensión de la caridad unida a la oración. En el libro que
nos atañe la oración, unida a la caridad, aparece reflejada en la persona de
Mónica. Dios se sirve de la madre de Agustín para mostrar todo el amor y la
cercanía hacia él. Esta dimensión de la caridad en la oración, claramente
manifestada en los ruegos por su madre difunta, nos presenta la dimensión del
amor que se realiza en todo aquel que se acerca a su corazón. Vos que tendréis compasión de quien la
tengáis, y os compadeceréis de quien os compadezcáis. IX, 13,35
Sentido
espiritual.
Lo fundamental en la lectura de la Escritura es encontrar el
sentido espiritual que tiene el texto, porque dicho sentido es el que edifica
la caridad: El sentido espiritual salva
al creyente S. 350. Leer la Escritura carnalmente significa retroceder, no
conseguir la utilidad a la que está destinada; esta se consigue mediante la
comprensión del testo animado por el Espíritu. Para alcanzar el sentido
espiritual, san Agustín suele emplear la
alegoría, que tiene un amplio significado:
a) Tipología.
La alegoría incluye, en primer lugar, la tipología, es decir, el reconocimiento
de que en las personas, cosas o hechos del Antiguo Testamento encontramos tipos
proféticos de aquello que sucederá en el Nuevo. Los libros del Antiguo testamento, generalmente no se limitan a
presentar hechos sucedidos, sino que también sugieren el misterio de aquello
que sucederá después S.10,1.
b) Jesucristo.
Toda la Escritura encuentra su unidad de fondo en Jesucristo. La Escritura debe
ser entendida por los cristianos. . El Antiguo y el Nuevo Testamento se
diferencian entre sí, pero están íntimamente unidos por el misterio de Cristo,
de tal modo que Cristo esta velado en el Antiguo y desvelado en el Nuevo. Su
muerte en cruz ha abierto la luz a todo lo escondido en el Antiguo Testamento.
(1 Cor 3, 14-16).
Así pues, la comprensión y la
interpretación espirituales deben estar dirigidas fundamentalmente a descubrir lo que cada
texto dice de Cristo y de su cuerpo, la iglesia. Si en Cristo encuentra la
Escritura su sentido pleno, éste debe realizarse en la Iglesia y en los
cristianos.
Cristo aparece repetidas veces mencionado en el libro IX: Y de qué manera sometisteis también a
Alipio, hermano de mi corazón, al nombre de vuestro Unigénito, nuestro Señor y
Salvador Jesucristo. IX,4,7.
Hay que destacar en lo pocos textos referentes a Cristo, y que
todos constituyen una oración de Agustín, la alabanza que brota del santo por
la grandeza de Dios manifestada en Cristo, su Hijo. Destacar la infinita
misericordia de Dios depositada sobre Jesucristo. ¿En qué se parece a vuestro Verbo, señor Dios nuestro, el cual permanece
en sí sin envejecerse, y renueva todas las cosas?. IX,10,24.
Pero en definitiva Cristo es el mediador entre Dios y el hombre.
Cristo intercede por el hombre para que éste llegue a Dios. Oídme por la Medicina de vuestras llagas,
que estuvo pendiente del madero, y sentado a vuestra derecha, intercede con Vos
por nosotros. IX, 13,34.
La
oración-meditación.
La oración es la conversación con
Dios en la que se le responde al Señor por todo lo que se ha vivido en la
lectura y en la meditación. Es el momento de la alabanza, de la petición y de
la acción de gracias por todo ello. La oración es fruto de esta lectura espiritual
que pone en íntima relación con Dios.
Este ejercicio de lectura y oración,
si es continuo lleva al hombre a entablar una familiaridad cada vez mayor con
el sentido profundo que tiene la palabra, a descubrirlo más fácilmente y a
sentir más cercana la presencia de Dios que habla y enseña. De ahí que san
Agustín, que ha vivido todo esto, muestra una confianza y familiaridad grande a
la hora de explicar el sentido profundo de la oración cristiana.
Hablando de los salmos invita a cantar con inteligencia: nos enseña y amonesta a cantar con
inteligencia, es decir, no vayamos a buscar el sonido del oído, sino la luz del
corazón. En, in Ps 46,9. Cantar con
inteligencia es aplicarnos a nosotros mismos aquello que encontramos en la
palabra orada; y para ello, dice, hemos de identificar nuestros sentimientos
con los que ahí se expresen: ved cuán
claras son estas cosas y conocedlas con nosotros, y en ellas alabad conmigo al
Señor. Y si ora el salmo, orad, si gime, gemid; si se alegra, alegráos; si
espera, esperad, y si teme, temed. Porque todas las cosas que se escribieron
aquí son nuestro espejo o reflejo. En. in Ps 30 II s. Y además, en los
salmos, encontramos los textos más apropiados para orar, pues para que Dios sea alabado perfectamente por el hombre, Dios se
alabó a sí mismo,; y porque dignó
alabarse a sí mismo, por lo mismo encontró en el hombre el modo de albarle.
En. In Ps 144, 1. Dios proporciona las palabras que tenemos que decir, Dios
mismo nos da la respuesta. En la Escritura encontramos este camino de amor y de
luz.
El Libro IX expresa en sí mismo toda
una realidad oracional y meditativa. El esquema expuesto anteriormente en el
trabajo: perdón, búsqueda y encuentro de Dios, alabanza y acción de gracias,
son empleados con frecuencia a lo largo de este libro de las Confesiones. la
oración de Agustín es una oración, pues, que gira en torno a estos tres elementos.
Orar desde los
acontecimientos.
Hemos llegado a la parte de la
lectio llamada meditación u oración. El creyente que vive la realidad de la
oración en su vida, suele concluir en esta etapa. Agustín no propone un método,
personal, propio de su estilo para caminar en esta fase de la lectio divina.
1. Orar desde
los acontecimientos a la luz de la escritura: Narratio.
La “narratio” agustiniana significa que la Palabra de Dios no es
algo que esta anclado en el tiempo, o algo que sucedió sin un protagonismo
mayor. la “narratio” siginifica que la Palabra de Dios continua operando en la
vida del creyente y en la comunidad cristiana. El pasaje, por ejemplo, del
libro Genésis: “Dios creó...”, continua siendo una realidad en la vida de cada
creyente. De ahí que la Escritura sea para Agustín el centro de su oración y a
través de ella, ore al Padre.
• Cambio de
vida.
Uno de los acontecimientos más
significativos que encontramos en este libro es el cambio de vida, de rumbo en
la vida de Agustín. Ha optado ya por el camino de la conversión, pero ahora
debe encontrarse con una serie de consecuencias que se derivan de la conversión
misma y que apuntan hacia un cambio radical en la vida. A la luz de estos
acontecimientos el ora al Padre.
¿Quién
era yo cómo era yo? ¿Qué no hubo de malo en mis hechos, o si no en los hechos,
sí en los dichos, sí en mi voluntad?. Pero tú, Señor, fuiste bueno y misericordioso
al explorar la profundidad de mi muerte y al desecar con tu derecha el abismo
de mi canceroso corazón. IX, 1,1.
Este breve detalle de la oración inicial del libro IX nos abre el
camino para entender cómo su oración esta marcada directamente por su vida.
Hasta este momento, el siente el dolor por los pecados, la búsqueda incesante
de Dios y la acción de gracias unida a la alabanza por su conversión. Esta
trilogía no la podemos olvidar.
• Cambio de
trabajo.
Agustín cambia de trabajo. Opta por dejar
la cátedra. Quiere dedicarse plenamente al servicio de Dios. Hace oración de todas estas realidades y
acontecimientos. Tal es así, que aquejado de una enfermedad pulmonar, lo cual
de dificulta dar adecuadamente las clases, ve la mano de Dios en estos
acontecimientos y ora por la situación que le acontece. Pero desde el momento en que tomó consistencia en mí la firme
resolución, tu lo sabes, Dios mío, de dedicar mi ocio a considerar a que tu
eres el Señor, hasta llegué a alegrarme de que se me hubiera presentado esta
excusa no fingida, que atempera el mal humor de aquellas personas que, en
atención sus hijos, pretendían que yo no
gozara nunca de libertad. IX,2, 4.
Esta idea de conversión y de cambio en los planes de vida, no es
sólo vivida y experimentada por Agustín. Sus amigos más íntimos comparte
también este gozo de sentirse tocados por el Señor, con gran deseo y actitud
para cambiar de vida. La idea de la comunidad agustiniana empieza a forjarse en
estos momentos, cuando el gran ideal de la búsqueda de Dios trasciende la misma
realidad humana y abre a todos la
puerta del
gran ideal de una alma sóla y un sólo corazón en torno a Dios, que es el
verdadero y auténtico Señor de nuestras vidas.
Habías aseteado nuestro corazón con tu caridad y
llevábamos tus palabras clavadas en nuestras entrañas. IX,2,3
• Verecundo y
Nebridio.
Estos dos amigos de Agustín, fueron
arrebatados hacia la casa del Padre en el proceso de su conversión. Agustín da
gracias a Dios por sus vida, por el testimonio sincero de su búsqueda, por su
amor, entrega y fidelidad. Forman parte de un acontecimiento esencial en su
vida ,desde el cual manifiesta la realidad amorosa de Dios, y como su mano
actúa en los acontecimientos más cercanos y sencillos de la vida.
¡Gracias, Dios nuestro!, somos tuyos, Lo prueban tus
consejos y tus consuelos, Fiel a las promesas y a cambio de aquella finca de
Casiciaco, donde descansamos en ti de la batahola del siglo, le darás a
Verecundo la amenidad de tu paraíso de eterna primavera, instalado en el monte
de cuajada, en tu monte, en el monte fértil, después de perdonarle los pecados
cometidos en la tierra IX, 3, 5
• Bautismo de
Agustín.
Todo el proceso de conversión agustiniana, queda reflejado en el
momento del Bautismo. Tal vez el libro de la Confesiones, no le dedique mucho
espacio, quizás porque el Bautismo de san Agustín fue la conclusión de todo un
proceso de conversión hacia Dios, y a la vez el inicio de una nueva vida en
camino hacia la realidad de la fe cristiana. Fue bautizado en la noche de la
Pascua, tal y como era costumbre en la Iglesia de Hipona. Para Agustín debió
ser un gran momento de gozo y deleite espiritual, pues por unos momentos pasó a
través de su mente y su corazón toda una vida de ofensas y misericordias
recibas por parte de Dios. En aquellos días no me hartaba de
considerar, embargado de una asombrosa dulzura, tus profundos designios sobre
la salvación del género humano. ¡Cuántas lágrimas derramé escuchando los himnos
y cánticos que dulcemente resonaban en tu iglesia! Me producían una honda
emoción. Aquellas voces penetraban en mis oídos, y tu verdad iba destilándose
en mi corazón. Fomentaban los sentimientos de piedad, y las lágrimas que
derramaba me sentaban bien. IX,6,14
El momento de su bautismo expresa
una realidad mística. A la hora de este tema volveremos a tratar del Bautismo,
pero centrado en los valores que la lectio propone para el momento llamado
contemplativo o místico. Las lágrimas que produce Agustín, expresión corporal
donde la profundidad de la fe de la caridad, se apoderan de su realidad física
y psicológica, producen en él estos sentimos de verdadera oración, sin que
exista expresión alguna verbal.
• El canto de
la iglesia.
Se instituye en occidente el canto de los himnos y salmos,
importados del oriente, como una manera más vida y sensible de hacer realidad
la alabanza al Señor en el culto divino. Agustín, hombre de gran sensibilidad,
siente especial ternura por esta faceta y hace oración en este libro noveno,
acerca del significado que tiene el canto de los salmos y las voces que
resuenan en la iglesia para alabanza de Dios. Por eso se iban intensificando progresivamente mis lágrimas durante el
canto de tus himnos. Después de tanto suspirar por ti, finalmente, acababa por
respirar la cantidad de aire que puede correr en una choza de paja. IX, 7, 16.
• Mónica,
madre de Agustín.
Una amplia parte de este capítulo lo
dedica Agustín a su madre Mónica. Ella aparece como modelo de oración y como
ejemplo de madre para él. A lo largo del texto, Agustín ora al Padre por su
madre, pero no sólo por ella, sino que a través de ella, encuentra el camino
para dar gracias por su vida y su
conversión. Podríamos decir que Mónica va a ser para Agustín una maestra de
oración por el ejemplo y el testimonio de su propia vida. Podemos descubrir
varias oraciones.
- Oración por
su madre.
Actitud de agradecimiento a Dios por el don de
su madre. A esta buena sierva, en cuyo
seno me creaste, Dios mío y misericordia mía, le habías regalado también este
hermoso don: siempre que le era posible, se la ingeniaba para poner en juego
sus dotes pacificadoras entre cualquier tipo de personas IX, 9, 21. Agustín va a valorar muy positivamente
a su madre, puesto que ella ha intercedido ante Dios y sus lágrimas le han
engendrado para Cristo. De sus buenas acciones y su ejemplo, hace varias
oraciones, para testimoniar la presencia amorosa de Dios en medio de su vida.
Especial relieve presenta el pasaje de la muerte de Mónica, donde
Agustín, en un verdadero alarde de oración y sentimientos conjugado, nos
presenta una de las más bellas páginas del amor hacia una madre. Su delicadeza,
la verdadera intensidad espiritual de sus palabras, su sensibilidad, nos
presagian a un Agustín enamorado de Dios, sensible y a la vez fuerte, contemplativo
y entregado al servicio de Dios.
Así pues, alabanza mía y vida mía, Dios de mi
corazón, dejando a un lado por un momento sus buenas acciones por las que te
doy gracias en actitud gozosa, yo te ruego ahora por los pecados de mi madre.
Escúchame en nombre del médico de nuestras heridas que pendió del madero y que,
sentado a tu derecha, intercede por nosotros.
IX, 13, 35.
Sería positivo analizar cada uno de
los sentimientos que vive Agustín en la oración. Tal vez, a la luz de la muerte
de Mónica, encontremos esos sentimientos y esa realidad de la narratio, de la
que hablábamos al comienzo de este capítulo.
Agustín descubre en Mónica su propia vida. Como madre que es suya,
ella estuvo cerca del hijo, en los momentos de pecado, en los momentos de búsqueda
desesperada, en los momentos de la conversión, en los momentos de alabanza y
acción de gracias por la conversión del hijo y por haber hecho de Agustín una
realidad de la misericordia de Dios. Hijo,
por lo que a mí respecta, nada en esta vida tiene atractivo par mí. No sé que
hago aquí ni porqué estoy aquí, agotadas ya mis expectativas en este mundo. Una
sóla razón me retenían un poco en esta vida, y era verte cristiano católico
antes de morir. Dios me lo ha dado conc reces, puesto que, tras decir adiós a
la felicidad terrena, te veo siervo suyo. IX, 10,26
La
contemplación.
El cuarto y último paso que
representa lectio divina es la contemplación. Esta viene presentada como el
gozo a través de su palabra y su conversación; es el silencio contemplativo en
el Espíritu. Es gracia, es don de Dios. Aquí ni hay técnica ni método, sino
sólo amor. No es enajenación, sino percepción de luz que no tiene fin, de la
realidad con su valor más pleno, de todo como don del amor de Dios.
Podemos decir, en líneas generales, que en este capítulo se nos
narra una experiencia de contemplación profunda, la que acontece entre Agustín
y Mónica en el puerto de Ostia.
Podemos dividir esta realidad
contemplativa, en tres etapas o estadios. Puesto que estas tres realidades nos
sitúan en una nueva visión o realización de la lectio. El pasaje del éxtasis de
Ostia, resume perfectamente el proceso de la lectio así como el fruto de que se
espera alcanzar en la oración.
a) Disposición
para la oración.
Agustín y Mónica descansa tras un
largo viaje y se preparan para iniciar otro. Hay una búsqueda del silencio, de
la paz interior, del sosiego, de la tranquilidad. Hay una distancia material de
las cosas del mundo y una búsqueda sincera de las cosas de Dios. Aconteció, por tus disposiciones
misteriosas, según creo, que ella y yo nos hallábamos asomados a una ventana
que daba al jardín de la casa donde nos hospedábamos. Era en las cercanías de
Ostia Tiberina. Allí, apartados de la gente, tras las fatigas de una viaje
pesado, reponíamos fuerzas para la navegación. IX, 10,23.
Esta disposición es efectuada por la madre y el hijo. La madre,
creyente, luchadora para que Dios otorgase la fe a Agustín. El, recién
bautizado, sosegado y en paz, orientando su vida hacia un nuevo rumbo. Ambos
intentan hacer recopilación de su vida, y Dios actúa en ellos con amor. Este
primer paso supone pasar de la vida material, mundana, a la realidad de lo
trascendente y absoluto. Es un camino para el encuentro con Cristo camino que
aparece en la realidad del hombre, apoyada por el misterio de su encarnación,
que a la vez es redención.
b)
Lectio-narratio.
Estas dos realidades de la
terminología agustiniana, elevan a un segundo estadio o nivel el pasaje de
Ostia. Hay un deseo por parte de ambos de entrar en oración y dirigirse al
Padre, creador y Señor de todo. En ese deseo entra a formar parte la vida y el
futuro de ambos. Una vida que ha sido transformada y alimentada por la
presencia amorosa de Dios en medio de ellos. En esa búsqueda incesante topan con una realidad desbordante hasta
entonces para el ser humano: la eternidad, el cielo, el más allá, la patria de
los justos. Abríamos con avidez la boca del corazón al elevado chorro de tu
fuente, de la fuente de la vida que hay en tí, para que, rociados por ella
según nuestra capacidad, pudierámos en cierto modo imaginarnos una realidad tan
maravillosa. IX, 10,23.
En el encuentro con las realidades
eternas es desde donde empieza el contacto con lo desconocido para el hombre.
Hay una serie de elementos que lo van preparando, como es el continuo diálogo
que se establece a lo largo del discurso-oración. En ese diálogo hay una
contemplación de las cosas creadas por Dios, el cosmos, la naturaleza, la vida
misma del hombre. Seguimos ascendiendo
aún más dentro de nuestro interior, pensando, hablando, y admirando tus obras.
Y llegamos hasta nuestras mismas mentes, y seguimos nuestro avance
remontándolas hasta la región de la abundancia inagotable donde apacientas a
Israel. IX, 10,24.
En la dinámica del proceso de Ostia, encontramos la misma dinámica
ascendiente de Dios hasta el hombre, pero a la vez reconocemos que esa
ascensión no ha podido realizarse si Dios no desciende primero al hombre. A
través de Cristo se ha abierto la puerta del diálogo con Dios. Cristo es el
mediado entre Dios y el hombre. En Cristo se encuentra la plenitud de la vida y
de la salvación puesto que El es capaz de llevar en su seno la realidad humana
y la divina.
Más adelante en el diálogo-oración
de Ostia, se descubre la presencia de Dios en todas las cosas, puesto que el
creyente, al llegar a este estado de oración-contemplación, es capaz de
discernir y admirar la obra de Dios en toda su grandeza. Agustín nos narra el
pasaje de Ostia a posteriori, es decir, una vez que ha sucedido y como su mente
y su corazón han podido comprender toda aquella realidad. No podemos llegar a
las mismas palabras y mucho menos a los mismos afectos que allí acontece, de
ahí que esta realidad sea mucho más expresiva en la totalidad de su
manifestación. Es difícil plasmar en un papel una experiencia que debió ser
transformante y renovadora para ambos.
c)
Contemplación-mística.
En ese ascenso de la mente a Dios,
Agustín y Mónica, mientras habábamos y
suspiramos por ella, llegamos a tocarla un poquito con todo el ímpetu de
nuestro corazón, y dejamos allí cautivas las primicias del espíritu. IX, 10,24. No hay suficiente expresión
para narrar lo que allí sucedió, y como ambos quedaron sobrecogidos por la
fuerza del espíritu y la misericordia de Dios.
La experiencia que allí acontece sitúa todo lo real, lo existente
en plano o papel secundario. Sólo la presencia de Dios con su sabiduría, con la
plenitud de su amor, desbordan la realidad humana. La expresión con que narra
Agustín este acontecimiento, evoca una experiencia autentica de contemplación,
donde el sujeto, en este caso el creyente, ya no es autor de búsqueda, sino que
aparece rodeado de una serie de elementos pasivos, desde los cuales Dios actúa
de una manera clara, y eleva al hombre hacia otras experiencias cada vez más
trascendentes y místicas.
Toda oración tiende a esto, a la
contemplación, al encuentro con Dios. A la búsqueda del amor de Dios. Cuando en
la oración no son necesarias ni la lectura de la Escritura, ni la consideración
o meditación de algunos aspectos de la vida de Cristo, cuando la oración no
lleva consiga una serie de propuestas para renovar la vida, en ese momento es
cuando Dios se presenta como el autor de la amor. Por unos momentos se alcanza
algo de lo que significa la vida del amor con Dios para siempre. Esto aconteció
a Mónica y Agustín en Ostia. Si le
oyéramos a él mismo en directo y sin intermediarios, al igual que ahora nos
lanzamos y, con la rapidez del rayo, tocamos con el pensamiento la sabiduría
eterna, que permanece sobre todas las cosas. IX, 10, 25.
d) Vida
eterna.
El fruto de la oración no se alcanza
en esta vida. El estado actual del ser humano no logra la plenitud de la
felicidad. Dicha felicidad, deseo máximo del creyente, sólo se alcanzará en la
visión de Dios, en el goce y en el deleite de la otra vida. La contemplación
del amor de Dios anticipa, atisba algo aquella realidad prepara para aquello
que le han amado en la tierra. Por eso, en toda oración cuando llega a ser contemplación, se suele
producir una tristeza, que no es otra que la producida por el desasosiego de no
poder estar para siempre con Dios, gozando de la felicidad de su amor, ya que
la condición corporal de nuestra vida lo limita.
Si
por último, éste estado se prolongue y fueran difuminándose todas las otras
visiones de rango inferior, y ésta sóla arrebatase, absorbiese y zambullese a
su contemplador en los gozos más íntimos, de modo que la vida eterna se
pareciera a aquel momento de intuición que nos hace suspirar: ¿no sería esto el
entrar en el gozo de tu Señor? Pero, ¿cuándo se realizará esto? ¿Será cuando
todos resucitemos, aunque no todos seamos transformados? IX, 10,25.
En esta cita se expresa claramente
el sentido de plenitud que lleva la contemplación de Dios en la oración. A la
vez, la contemplación trae consigo un deseo de eternidad, y un afán cada vez
más grande por llevar a nuestra mente y a nuestro corazón el deseo y la
presencia continua de Dios.
El fruto de esta contemplación fue
alcanzado por Mónica, quien a los pocos días partió de este mundo al Padre.
Dios quiso otorgar a Agustín el goce en la tierra de la realidad del cielo, y
precisamente con su madre, quien tanto le había amado y por quien tanto había
llorado.
Una sóla razón y deseo me retenían un poco en esta
vida, y era verte cristiano católico antes de morir. Dios me lo ha dado con
creces, puesto que, tras decir adiós a la felicidad terrena te veo siervo suyo.
¿Qué hago aquí? IX,10,26.
La oración en san Agustín
1.La oración, diálogo con Dios.
A
la hora de presentar qué es la oración, san Agustín parte de una noción muy
sencilla: orar es hablar, dialogar con Dios. “Tú oración es un diálogo con
Dios dice; cuando lees las escrituras Dios te habla, cuando rezas, tú hablas a
Dios. Es, pues, una comunicación que se establece con Dios a través de las
Escrituras, que es palabra, y sabemos que ésta es el medio privilegiado para
comunicar el pensamiento y la voluntad propia”
2. La oración es un diálogo
con Dios basado en la fe.
Este
diálogo tiene como punto de partida la fe; ésta es un vínculo necesario, sin el
cual es imposible la oración. “Todo el que invoque el nombre del Señor se
salvará. Pero cómo invocarán a aquel a quien no han oído? ¿ Cómo oirán sin que
les predique?”( Rom 10, 13-14)
Esta
idea la desarrolla de forma amplia
y clara en los sermones que explica el Padre nuestro a los que se preparaban
para el Bautismo. “El orden de vuestra instrucción exige que aprendáis
primero lo que habéis de creer y luego lo que habéis de pedir. Esto mismo dice
el Apóstol: sucederá que todo el que invocare el nombre del Señor será salvo.
El Bienaventurado Pablo tomó este testimonio del Profeta porque por él habían
sido vaticinados estos tiempos en que todos habían de invocar el nombre del
Señor: Quien invoque el nombre del Señor será salvo. Y añadió: ¿Cómo van a
invocar a aquel en quien no han creído? ¿O cómo creerán en aquel de quien no
han oído hablar? ¿Cómo van a oir si no se les predica? ¿O cómo van a predicar
si no son enviados? Fueron enviados, pues, los predicadores y predicaron a
Cristo. Con su predicación los pueblos creyeron; oyendo, creyeron; creyendo le
invocaron. Puesto que se dijo con toda razón y verdad: ¿Cómo van a invocar a
aquél en quien no han creído?, por esto mismo habéis aprendido antes lo que
debéis creer y hoy habéis aprendido a invocar a aquél en quien habéis creído” (S 57,1).
Pero
señala además, que una y otra, la fe y la oración se influyen mutuamente, dando
lugar a un círculo cerrado en continuo movimiento. Comentado el texto de Lc 18,
1-17, comienza diciendo:
“El
Evangelio nos impulsa a orar y creer. Si la fe flaquea, la oración perece.
¿Quién hay quien ore si no cree? Por eso, el bienaventurado Apóstol, exhortando
a orar decía: cualquiera que invocare el nombre del Señor será salvo. Y para
mostrar que la fe es la fuente de
la oración, y que no puede fluir el río cuando se seca el manantial del
agua añadió: ¿Cómo van a invocar a aquél en quien no han creído? Creamos, pues,
para poder orar. Y oremos para que no decaiga la fe, mediante la cual oramos.
De la fe fluye la oración; y la oración, que fluye, suplica firmemente por la
fe”. (S. 115).
La
predicación suscita la fe y de la fe brota la alabanza. La fe es imprescindible,
por tanto, para orar; en consecuencia, lo primero que se ha de pedir en ella es
la misma fe, para que la oración pueda llegar a ser perfecta. La oración es,
pues, un diálogo con Dios fundamentado en la fe.
2. La oración es un diálogo
del corazón.
En
segundo lugar, este diálogo, que parte de la fe, tiene su lugar en el corazón
del hombre. El corazón es el centro de la vida espiritual: “Posee sus sentidos,
allí está la imagen de Dios, allí habita Cristo” (In Io. Ev. 18,10).” El
corazón que comprende es el que ama, el que tiene hambre y sed, el que se
siente desterrado; el corazón helado no comprende este lenguaje de la
Escritura” (In Io. Ev. 26,4). Por este motivo llama a la oración grito del
corazón:
“nadie
dudará que es vano el clamor que elevan a Dios los que oran si lo ejecutan con
el sonido de la voz corporal sin tener elevado el corazón a Dios cuando oramos
a Dios con la boca, cuando sea necesario o en silencio, siempre ha de clamarse
con el corazón. El clamor del corazón es un pensamiento vehemente que, cuando
se da en la oración, expresa el gran afecto del que ora y pide, de suerte que
no desconfía de conseguir lo que se pide” (En in Ps 118, s 29,1).
2.1 La interioridad.
Este
texto contiene para san Agustín una serie de enseñanzas muy importantes. En
primer lugar esta la interioridad como clave fundamental de la oración: “Tú, en
cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la
puerta, ora a tu Padre” (Mt 6, 6-8). Dichas palabras le indican que el diálogo en
que consiste la oración es un diálogo interior del corazón. Esto no es otra
cosa que la interiorización de la oración; interiorización porque su ámbito
natural es el alma, el corazón, y solamente tiene valor y sentido si brota del
interior de la persona. De ahí que les diga a sus monjes:
“Cuando oréis a Dios con salmos y
cantos, meditad en el corazón lo que decís con la voz” (Regula 3, 2).
En
este contexto presenta los sentidos como la puerta que se manda cerrar, pues
por ellos entra lo exterior en la persona: “Pocos entran en los aposentos si la
puerta está abierta a los importunos, por lo cual penetran descortésmente las
cosas exteriores y solicitan nuestra devoción y nuestro recogimiento. Pero ya
dijimos que lo exterior significa todos los objetos temporales y visibles, los
cuales, por la puerta, esto es, por el sentido carnal, penetran en nuestros
pensamientos y con multitud de vanos fantasmas perturban nuestra oración. En
consecuencia, ha de cerrarse la puerta, es decir, ha de resistirse al sentido carnal,
para que la oración espiritual se diriga al Padre, la cual se hace en lo íntimo
del corazón, donde en secreto se ora al Padre”. (De s. Domini 2, 3,11)
Cerrar
la puerta indica, por lo tanto para san Agustín recluirse en uno mismo y buscar
a Dios en el corazón, con la ayuda de los medios necesarios para no distraerse
con cosas externas. Y, en consecuencia, todo esto nos están pidiendo no hablar
mucho con la boca, sino con el corazón: “Muchos aclaman con la voz y son mudos
con el corazón; otros hay que callan con los labios y gritan con el
sentimiento” (En. In ps 119,9).
1. ¿Cómo hay que orar?
La primera parte termina con el capítulo 3, 8, pues el comienzo del 4, 9
: Hasta aquí hemos hablado de la actitud para orar; ahora vamos a tratar del
contenido de la oración. Estas palabras nos indican el límite de la primera
parte y el tema que se desarrolla en ella; tenemos pues, el marco en el que
centrarnos.
1. La viuda cristiana
El tema de la primera parte como el mismo Santo dice trata de la actitud
para orar, que san Agustín presenta a través de la imagen de la viuda. La
condición de ésta se caracterizaba por el abandono y la pobreza , por eso parte
él de 1 Tm 5, 5: La que es verdadera viuda y está abandonada espera en el Señor
y persevera en la oración noche y día. Para san Pablo ésta es una condición
necesaria para formar parte del grupo de las viudas, y san Agustín no la
desconoce por ello la subraya con insistencia y trata de conjugar la situación
de Proba rica, noble y rodeada de familia con lo que exigía este estado. Para
ello nos presenta dos argumentos que se complementan entre sí:
1° La inseguridad e inconsistencia propia de esta vida: Pero tú sí has
entendido perfectamente que en este mundo y en esta vida nadie puede estar
seguro En estas palabras cualquier lector de la época no podía menos de recordar el saqueo de Roma a
manos de los godos: ¿quién puede estar seguro si ni siquiera la
capital del Imperio lo está? Fue aquella
una experiencia que orientó a mucha gente hacia la vida ascética y llevó a no
pocos ricos a poner su confianza sólo en Dios:
No te preocuparías tanto de orar a Dios si no esperases en Él; y no
podrías esperar en Él si confiases en las riquezas inseguras y despreciaras el
precepto aquel del Apóstol: Manda a los ricos de este mundo que no se
enorgullezcan ni pongan su confianza en estas riquezas, inseguras sino en Dios
vivo, que abundantemente nos provee de todos los dones para que los
disfrutemos. Mándales que sean ricos en obras buenas, que sean generosos y
compartan, y hagan acopio de una base firme para el futuro, de modo que
conquisten la verdadera vida (1 Tm 6,
17-19)
Esta vida, comparada con la futura, no es nada: En comparación con
aquélla, ésta otra vida que tanto amamos no merece tal nombre, por alegre y
próspera que sea. A1 final vuelve a recordar este principio con palabras
suficientemente claras: Por muy rica que seas, ora como pobre, porque aun no
poseas las auténticas riquezas del siglo futuro, donde no tendrás que temer
pérdidas de ningún tipo. Aunque tengas hijos, nietas y una numerosa familia,
como ya dijimos antes, ora como si estuvieras abandonada. Todas las cosas
temporales son inseguras, aunque las conservamos toda la vida para nuestro
consuelo.
Así que, si tú buscas y saboreas las cosas de allá arriba (Cf. Col 3,
1-2), si deseas las eternas y seguras durante todo este tiempo en que todavía
no las posees, te debas considerar abandonada, aunque conserves todos los
bienes y seas honrada por todos
Así pues, toda la tensión ha de dirigirse hacia aquella vida verdadera,
cosa que se hace a través de las Escrituras que son lámparas colocadas en un
lagar oscuro (2Pe 1, 19), cuya luz sólo se ve si el corazón está purificado por
la fe Estos dos argumentos los presenta juntos al terminar toda la exposición:
Ya ves lo inciertas que son todas estas cosas; y, aunque no lo fuesen, ¿qué
serán, comparadas con la felicidad prometida ? y la conclusión que saca es la necesidad de vivir como
auténtica viuda para no cesar de orar, porque al relativizar esta vida y buscar
con afán la futura no se anhela otra cosa que a Dios: El alma cristiana debe
considerarse abandonada para no dejar de orar. Con esta palabras el concepto de
viuda se amplía a todo cristiano, y el Santo de Hipona lo hace apoyándose en el
famoso texto de 2 Co 5, 6-7, con el que explica la condición del hombre en este
mundo. De esta forma, la auténtica viuda es quien vive esta tensión
escatológica que le hace ver esta vida como un destierro y anhelar la patria
del padre: De ahí que dice al final de la carta, si el alma se siente
abandonada y solitaria en este mundo, mientras peregrina lejos del Señor (2 Co
5, 6) sin duda le presenta a Dios, su defensor, una especie de viudez con la
suplica asidua e intensísima. Por lo tanto, ora como viuda de Cristo que
todavía no contemplar su figura, pero solicita su auxilio. Vuelve a recordar el
texto de san Pablo y con él fundan1enta esta dimensión viudal de todo
cristiano. En otro lugar, partiendo del texto de 1 Tm, comenta El alma que
comprende que se halla desprovista de todo auxilio fuera del de Dios es viuda
¿Por qué es viuda . Porque no recibe auxilio de ninguna parte sino sólo de
Dios. Las mujeres que tienen varones se ensoberbecen por el apoyo de ellos; las
viudas parecen abandonadas, sin
embargo, es más potente su apoyo. Luego toda la Iglesia es una viuda, ya
en los varones o en las mujeres; ya en los casados o en las casadas; ya en los
adolescentes, en los viejos o en las vírgenes. Toda la Iglesia es una viuda,
abandonada en el mundo, si percibe, si conoce su viudez; pero entonces tiene a
la mano el socorro, El verdadero consuelo
La situación de viudez y desolación está compensada por el consuelo
verdadero. Éste es un concepto correlativo al anterior, pues si el alma rechaza
lo terreno y vive esta pobreza y abandono, entonces espera sólo en Dios para
recibir de Él el consuelo y el descanso. Como estos conceptos expresan la misma
idea es decir, que sólo se puede confiar en Dios, la forma de argumentar es
también semejante. En primer lugar destaca que los bienes' terrenas no pueden
ofrecer el verdadero consuelo: Igual que, sin el verdadero consuelo el que el
Señor promete por el profeta, diciendo: Le daré un consuelo verdadero, paz
sobre paz (Is 57, 18-19), nadie encontrará consuelo alguno, sino sólo
desolación. Porque, a fin de cuentas, ¿qué dicha ofrecen las riquezas, los
honores y todo aquello por lo que se felicitan quienes no conocen la verdadera
felicidad? Lo propio de ésta no es sobresalir, sino no necesitar; y, una vez
conseguidas esas cosas, el miedo a perderlas produce mayor tormento que el
deseo de alcanzarlas, que antes se tenía. Con esos bienes los hombres no se
hacen buenos, sino que previamente se han hecho buenos por otros medios y, al
utilizar éstos debidamente, los hacen buenos. En fin, el auténtico descanso no
se encuentra en ellos, sino allí donde está la vida verdadera; y el hombre sólo
podrá llegar a ser feliz mediante lo que le hace bueno. Muy al contrario, el
verdadero consuelo y la verdadera vida sólo se encuentran en Dios; en los
bienes terrenos no hay seguridad y felicidad plena. Esta argumentación la
completa con el texto clave de esta primera parte, de cuyo versículo 6 se sirve
ahora: La que se dedica a los gozos terrenos, vive muerta. San Agustín lo
aprovecha para yacer ver a Proba que no encontrará felicidad en medio de sus
riquezas; éstas son medio para alcanzarla:
Ten sumo cuidado con lo que sigue: La que se dedica a los gozos terrenos,
vive muerta (1 Tm 5, 6) El hombre se entrega a las cosas que ama, pues las
desea por encima de todo, y con ellas se cree que es feliz. Por eso, lo que la
Escritura dice de las riquezas: Si abundan las riquezas, no les deis el corazón
(Sal 61, 11), se lo aplico yo a los gozos terrenos: "Si abundan los gozos
terrenos, no les deis el corazón. No te sobrestimes porque no te faltan, porque
estás colmada de ellos, porque fluyen como de la generosa fuente de la
felicidad terrena. Por el contrario, desprecia todo eso, recházalo, y no
busques en ello más que lo necesario para la salud corporal" .
Sí hay algo en esta vida que le procura al hombre un auténtico descanso y
un sentido agradable en todo lo que realiza, la amistad: En cualquier asunto
humano, nada le resulta agradable al hombre sin una compañía amigable. Este
tema fue uno de los preferidos de nuestro Santo, que lo estudiará en la
filosofía clásica y sobre todo en Cicerón; por más que él cristianice el
concepto interpretándolo a la luz del Evangelio, En esta carta llega a
relativizar el consuelo que la amistad puede ofrecer al hombre, ya que si nadie
puede estar seguro de sí mismo ,mucho menos lo estará de los demás. De donde se
deduce que no se puede juzgar a la ligera al prójimo (cf. 1 Co 4, 5), y que es
sólo en Dios donde se encuentra plena seguridad y, consuelo.
Así pues, la oración cristiana ha de partir de esta actitud, la de
viudez, por la que se transciende todo lo terreno y se encuentra consuelo sólo
en Dios, y se dispone el alma a vivir aquello a lo que está llamada en la
eternidad. La oración aparece de este modo como algo necesario a todo
cristiano, pues es el camino para alcanzar el verdadero consuelo.
3. La ascesis y la oración
Finalmente, hay que recordar que la oración está íntimamente relacionada
con las prácticas ascéticas; más aun, ella es una de estas prácticas y, además,
la principal, en función de la cual están las otras dos limosnas y ayunos que
son como las alas de la oración. En esta carta no se extiende sobre este tema,
pero sí subraya los elementos fundamentales:
—En primer
lugar, recuerda que los ayunos y las limosnas sirven para elevar la oración:
Los ayunos y todo lo que refrena los placeres de la concupiscencia carnal
siempre y cuando no perjudiquen la salud, ayudan mucho a la oración; y más
todavía las limosnas.
—En segundo
lugar, defiende el principio enunciado en este último texto: la salud es un
criterio que limita -y guía el ejercicio de toda mortificación 28, En esta
carta pone el ejemplo de Tito:
A Tito, que
según parece castigaba excesivamente su cuerpo, le amonesta para que beba un
poco de vino por causa del estómago y de sus frecuentes enfermedades .Aquí,
como en otros lugares, la defensa de la bondad del cuerpo y de la salud la hace
utilizando Ef 5, 29:
Nadie ha odiado jamás su
propia carne; aunque complementa esta parte con otros textos que llaman la
atención sobre el cuidado que hay que tener para no dejarse arrastrar por las
inclinaciones de la carne ". Con todo ello deja bien claro que, para
hacer
oración, es necesario practicar los ejercicios ascéticos que la elevan hacia su
meta.
2. ¿Qué
hay que pedir en la oración?
El capítulo cuarto comienza así: Hasta aquí hemos hablado de la actitud
para orar; ahora vamos a tratar del contenido de la oración . Es decir, si la
primera parte respondía a la pregunta ¿cómo hay que orar?, esta segunda plantea
la siguiente: ¿qué hay que pedir en la oración? La respuesta que nos da san
Agustín es clara y sencilla: hay que pedir la vida feliz, con un deseo
continuo. Su exposición terminará con el Padrenuestro, porque en él nuestro
santo encuentra condensados todos estos elementos de la oración.
1. La
vida feliz
Pero ¿qué es la vida feliz? Ésta es la gran cuestión que san Agustín se
plantea desde el principio de su tarea intelectual y que guiará su búsqueda
interior y su vida espiritual. E1 P. Capánaga nos comenta:
En el corazón inquieto anida un deseo que mueve todo el dinamismo humano:
el de la vida feliz. Todos los hombres quieren ser felices, y hacen cuanto
pueden por conseguirlo Su vida comenzó a girar en torno a este principio, que
también fue el tema o aspiracıón .
Para nuestro Santo la filosofía y la especulación de todos los filósofos
se reduce a esto, a buscar y alcanzar la vida feliz . El quehacer filosófico lo
resume así: Los filósofos en general perseguían todos una finalidad común La
aspiración de todos ellos en sus estudios, búsquedas, disputas y maneras de
vida, era llegar a la vida feliz. Tal era el móvil único de los flósofos; y,
citando a Varrón, sentencia: El hombre no pretende otra cosa al filosofar alcanzar la felicidad .
En esta sección de la epístola 130 san Agustín hace una síntesis de esta
cuestión tan de moda en su tiempo. Comienza por la presentación filosófica
apoyándose en un texto del Hortensio de Cicerón. A este texto le da un valor
muy grande, pues termina apostillando: Estas palabras las podría haber dicho la
misma Verdad por medio de cualquier hombre, y le aplica el dicho del Apóstol
sobre los versos de un poeta cretense. E1 texto ciceroniano le proporciona una
noción de hombre feliz bien clásica: Feliz es quien tiene todo lo que quiere y
además, no quiere nada que no le convenga. Por esto, el paso siguiente como en
la tradición filosófica es determinar los bienes que convienen y así poder
alcanzar la meta.
La lista de estos bienes, es decir de aquello que se puede desear y pedir
lícitamente, no es pequeña. Siguiendo a los filósofos de la época san Agustín
enumera, en primer lugar, el matrimonio, los hijos y la salud; también incluye
el honor y el poder siempre y cuando sea para atender a quienes viven bajo su
cuidado cuando esos bienes se desean no por sı mismos, sino por lo que de ellos
podemos alcanzar. A partir de aquí formula dos principios para pedir
adecuadamente:
1. Tomando como base 1 Tm 6, 6-10 y
Prv 30, 8-9, sostiene que hay que pedir simplemente lo necesario: Quien desea,
pues, lo necesario y no aspira a más, actúa correctamente; si hiciera lo
contrario, no buscaría lo necesario y su deseo no sería correcto .
- Todos los bienes terrenos están en función de la salud y la amistad o amor a los semejantes; es decir no tienen valor en sí mismo, sino que son medios para alcanzar los superiores: La salud y la amistad de las personas se pueden desear por í mismas. Las demás cosas necesarias para la vida, no hay que buscarlas si se quiere hacer legítimamente por sí mismas sino en razón de lo anterior.
Pero incluso la salud y la amistad son bienes temporales, y por lo tanto
no pueden fundamentar de forma absoluta la felicidad. Por eso también éstos
están en función del bien supremo, que es la vida con Dios y de Dios. Ésta es la vida feliz; aquí
empezamos ya a gozarla cuando a Dios lo amamos por sí mismo, a nosotros y al
prójimo por ÉI. La vida eterna es nuestra meta, y para alcanzarla el Señor ha
enseñado a orar: Para alcanzar la vida bienaventurada, la misma Vida
bienaventurada nos enseñó a orar; y así termina presentando el objeto de la
oración con el Sal 26, 4: Una cosa pido al Señor, ésta buscaré: habitar en la
casa del Señor todos los días de mi vida para contemplar el gozo del Señor y
visitar su templo. Ésta es la verdadera y auténtica vida feliz.
2. El deseo
de Dios E1 bien supremo, nos ha dicho, es la vida con Dios y de Dios.
Alcanzarlo significa la felicidad. Por esto, la oración se caracteriza por el
deseo, el deseo de esta vida verdadera, el deseo de Dios. A1 hablar de la
oración en general ya destacábamos el puesto fundamental que san Agustín
concede al deseo. En la carta que estamos presentando, recoge los aspectos más
fundamentales que ya allí exponíamos, y que podemos resumir así:
1. Sentido del deseo
E1 deseo se identifica con una vida teologal profunda: Por medio de la
fe, la esperanza y la caridad oramos siempre con un deseo ininterrumpido .
Estas virtudes son las que permiten tener el deseo de la vida futura y de Dios.
Poco antes lo ha explicado. Lc 11, 9-13, el texto del pez, el huevo y el pan
que pide el hijo al padre. En cada una de estas cosas y en sus contrarios
nuestro Santo encuentra simbolizada una virtud: la fe en el pez ya sea por el
agua del bautismo o por el hecho de mantenerse íntegra en medio de las olas de
este mundo; la esperanza en el huevo, porque la vida del pollo aun no ha
aparecido, sino que lo hará en el futuro; y la caridad en el pan, pues ella es
la mayor de las tres, y el pan es el más útil de todos los alimentos
2. Explicaciones del deseo
En segundo lugar, al identificar deseo con oración se explican elementos
claves de ésta. El tema de la necesidad de la oración sólo está enunciado;
parece bastante lógico en un texto como éste, que no es sistemático sino
ocasional y dirigido a personas iniciadas y deseosas de oración Recuerda san
Agustín, simplemente, que la oración es necesaria ahora porque existe la
tentación y porque no hemos alcanzado en plenitud la vida feliz ". Otros
elementos, sin embargo, sí los trata de forma particular; éstos son: la razón
para pedir, la oración continua, los tiempos exclusivos dedicados a la oración
y el sentido de la oración prolongada.
1. Razón para pedir. Si se parte del Evangelio,
como dice el mismo san Agustín: Puede resultar extraño que nos exhorte a orar
el que, antes que se lo pidamos, conoce ya nuestras necesidades. ¿Cuál es,
entonces, la razón para pedir? Nuestro deseo; y así nos preparamos a recibir
debidamente el don: El Señor y Dios nuestro no busca que le mostremos nuestra
voluntad, que ya conoce; lo que quiere es que en la oración ejercitemos el
deseo, y así nos hagamos capaces de recibir lo que nos va a dar .
2. La oración continua: En el
Evangelio y en san Pablo tenemos el mandato de orar de forma continua, sin
interrupción. ¿Cómo puede hacerse esto? Deseando siempre: A1 decir el Apóstol:
Orad sin cesar (l Ts 5, 17), ¿qué otra cosa quería decir sino que deseemos
incesantemente la vida bienaventurada o eterna, que viene de aquél el único que
la puede dar? Vamos, pues, siempre a desear que el Señor Dios nos dé esa vida;
oramos siempre .
3. Los tiempos exclusivos de
oración: El deseo pide que se le dedique a la oración ciertos tiempos
exclusivos para que no se apague, sino que se mantenga vivo y progrese:
Por este
motivo, en determinados momentos nos olvidamos de nuestras preocupaciones y
quehaceres que en cierto modo entibien nuestro deseo y nos dedicamos a la tarea
de orar. De este ,modo, con las palabras que decimos en la oración, nos
animamos a nosotros mismos a tender hacia el bien que deseamos. No sea que lo que
empezó a entibiarse termine enfriándose, y se apague del todo si no se alimenta
con frecuencia .
4. Sentido de la oración prolongada:
Teniendo en cuenta todo lo dicho anteriormente, ¿hay que dedicar largos ratos a
la oración? San Agustín parte de que debemos orar siempre con el deseo; por
ello el tiempo va a depender de la atención que se mantenga en el afecto y
deseo. Dedicar largos ratos no es reprobable ni inútil , siempre y cuando otras
obligaciones más importantes no lo impidan y se tenga en cuanta la enseñanza de
Mt 6, 7: una cosa es hablar mucho y otra distinta orar mucho . Como consejo
práctico recuerda lo que hacían los monjes de Egipto, utilizar especie de
jaculatorias muy breves que no requerían una atención excesiva, y así ésta se
mantiene fácilmente. La conclusión de todo esto es clara no se debe forzar la
atención cuando no se puede más, ni tampoco se debe interrumpir cuando se
mantiene fácilmente.
El Padrenuestro
Los capítulos 11 y 12 de esta carta los dedica san Agustín al Padrenuestro.
Esta oración está presentada como el resumen de todo lo que ha dicho
anteriormente, de modo que es en ella donde debe aprender el cristiano qué
tiene que orar. No hace, por tanto, un comentario en sentido estricto, sino una
exposición de los elementos que en cada petición se refieren a lo que ha venido
diciendo.
La conclusión que saca es que la oración dominical resume todo lo que el
cristiano debe pedir, y no debe buscar en su oración nada que no esté incluido
de alguna ella:
Por lo tanto, quien quiera orar de modo conveniente, no diga nada
distinto de lo que encuentra la oración dominical, independientemente de lo que
diga en la oración: sea que esté preparándola y empezando a darse cuenta de lo
que en ella deba vivir, sea que esté ya en ella y quiera aumentar su amor. De
manera que quien en la oración dice algo que no tiene que ver con la oración
evangélica, si no ilícitamente, cuando menos ora en vano; aunque, bien pensado,
no sé por qué a una oración así no hemos de considerarla ilícita, cuando a los
renacidos del Espíritu sólo les conviene orar espiritualmente .
Y para demostrar que el Padrenuestro es el resumen y compendio de toda
oración, confronta cada una de sus peticiones con textos del Antiguo
Testamento, para terminar diciendo:
En fin, si recorres todas las oraciones de las Escrituras no encontrarás
nada que no se contenga en la oración dominical o no se concluya de ella. De
donde se deduce que, en la oración, hay libertad para decir todo esto con unas
u otras palabras; pero no la hay para decir cosas distintas Romanos 8,26
Este famoso texto de san Pablo ya lo hemos recordado repetidas voces a lo
largo de esta introducción, pero es necesario volverlo a mencionar, pues es uno
de los textos fundamentales de esta carta. En realidad es el fundamental y el
que da origen a todo este tratado, pues Proba se ha dirigido a san Agustín un
tanto perpleja por lo que dice el Apóstol: Esto es, sobre todo, lo que te
empaló a consultarme, ya que te inquieta lo que dice el Apóstol: "No
sabemos orar como conviene, y temes que te perjudique más no orar como conviene
que no orar62. De estas palabras brota la parte central de la carta y la
respuesta más importante de ella: Pide ia vida foliz63. Pero desde el capítulo
4 hasta el 14 no utiliza el texto de la carta a los Romanos; ahora en esta
última parte lo hará de forma continua.
Parte san Agustín de la primera enseñanza del texto de san Pablo: no
sabemos pedir como conviene. La razón que presente nuestro Santo se apoya en la
ignorancia que no permite ver el beneficio de las tribulaciones temporales; por
esto el hombre pide verse libre de todas ellas. Sin embargo, éstas son muy
útiles para el progreso espiritual.
Esta ignorancia es tan universal que hasta el mismo Apóstol la sufrió.
Para explicarlo utiliza san Agustín el texto de 2 Co 12, 7-9, el aguijón de Satanás que san Pablo
tenía en su carne, por el que oró tres voces para que le librasen de él, pero
recibió una respuesta muy distinta: Te basta mi gracia, pues la fuerza llega a
perfección en la debilidad (v. 9). El provecho espiritual que el Apóstol
obtiene es la humildad (para que no me enorgullezca por lo sublime de mis
revelaciones me fue dado -v. 7-). La explicación que presenta es muy semejante
a la que se encuentra en otro lugar: muchas voces Dios es benévolo negando lo
que se le pide y es cruel concediéndolo. Los ejemplos son: Nm 1.1, 1-34, la
petición de comida por parte de los israelitas en el desierto y la hartura que
les sobrevino como consecuencia; 1 Sm 8, 5-7, la petición de la mayor parte de
los israelitas y la esclavitud en la que caen; Job 1, 12 y 2, 6: la petición de
Satanás de tentar a Job y la victoria de éste; Mt 8, 30-32, los espíritus
inmundos que piden ir a la piara de cerdos y éstos terminan ahogados.
Por lo tanto, todas estas cosas han sido escritas para que nadie se
engría por haber sido escuchado al
pedir con impaciencia algo que no le convenía. Y han sido escritas también para
que nadie se tenga a menos ni desespere de la divina misericordia, si no es
escuchado en lo que pide. Jesucristo ha dejado una magistral lección en su
oración del Getsemaní : Padre, si es posible pase de mí este cáliz. Pero no se
haga mi voluntad, sino la tuya (Mt 26, 39). Así, recurriendo a la voluntad de
Dios, vuelve al punto central de la petición: hay que pedir la vida, eterna; es
la forma de alcanzar la seguridad de que se ora como conviene.
Finalmente y
resumiendo, define la situación del orante como de docta ignorancia. Es
ignorante porque no sabe orar; pero docta, porque tiene el auxilio del
Espíritu, cuya actuación no debe interpretarse como si Él gimiese o
interpelase, sino que hay que entender que É1 hace
Conclusión
E1 último capítulo hace de conclusión y despedida. Vuelve a presentar el
tema de la viuda como la actitud fundamental del orante: De ahí que, si el alma
se sienta abandonada y solitaria ,
en este mundo, mientras peregrina lejos del Señor, sin duda le presenta
a Dios, su defensor, una especie de viudez con la súplica asidua e intensísima.
Y en la despedida pide oraciones por él; y da las últimas recomendaciones: una
vida ascética para ayudar a la
oración, y la concordia mutua como el fruto principal de ella.
E1 Dios al que oramos
puede hacer más de lo que pedimos o pensamos (Ef 3, 20). Es su despedida final.
El itinerario espiritual según
san Agustín.
En los escritos agustinianos
encontramos varios esbozos para trazar un itinerario espiritual. El primero es
el intento hecho inmediatamente después del bautismo en el De quantitate
animae, donde se habla de siete grados de la actividad del alma. Es un esquema
abandonado inmediatamente porque depende demasiado de los filósofos paganos y
con escasos elementos cristianos. Un segundo esquema aparece en el comentario
del Génesis en contra de los Maniqueos, y luego en el tratado de Vera
religione, basado en las siete edades del hombre vistas ala luz de los siete
días de la creación. Aquí la inspiración bíblica, y en particular la
inspiración paulina, es mayor pero se resiente todavía demasiado de la
tradición filosófica: por último en el Sermone Domini in monte (393-394) se
propone un esquema totalmente nuevo, inspirado todo él en la sagrada Escritura.
Se vuelve a hablar de grados, porque a la vida cristiana se la concibe como la
subida a un monte cuya meta la representa la perfección de la sabiduría y de la
asimilación con Cristo. Los grados no están ritmados por la actividad el alma;
son más bien, las disposiciones que el alma adquiere con los dones del Espíritu
Santo y viviendo según las bienaventuranzas del Evangelio.
Con toda probabilidad, la idea de
enlazar el progreso espiritual con las bienaventuranzas del evangelio y los
siete dones del Espíritu Santo, se la sugiere san Ambrosio a San Agustín. En el
comentario del evangelio de san Lucas, el obispo de Milán había dicho que las
ocho bienaventuranzas del evangelio de Mateo, además de tener un significado de
subida moral, son un número simbólico de la perfección. En el comentario sobre
el salmo 118, había presentado luego los siete dones del Espíritu Santo como
eslabones para obtener la sabiduría desde el temor de Dios, es decir,
invirtiendo el orden de los dones que se lee en Is. 11,2-3. Una tal inversión
encontraba su justificación en la Escritura misma, en la que “el principio de
la sabiduría es el temor del Señor” (Ps 111,10).
Según el nuevo esquema, el primer
grado de la vida cristiana está marcado por el don de temor de Dios y la
bienaventuranza: dichosos los pobres de espíritu; el segundo grado por el don
de piedad y por la mansedumbre: dichosos los mansos; el tercer grado por el don
de ciencia y por la bienaventuranza: dichosos los que lloran; el cuarto grado
por el don de fortaleza y por la bienaventuranza: dichosos los que tienen
hambre y sed de la justicia; el quinto por el don de consejo y por la bienaventuranza:
dichosos los misericordiosos; el sexto por el don de entendimiento y por la
bienaventuranza: dichosos los limpios de corazón; el séptimo por el don de la
sabiduría y la bienaventuranza dichosos los artífices de la paz. Falta en este
esquema la octava bienaventuranza: dichosos los perseguidos por la justicia. En
realidad, la octava bienaventuranza expresa la perfección de todos los grados
anteriores: “Las siete primeras
bienaventuranzas son, en consecuencia, los grados de la vida perfecta. La
octava muestra y esclarece la perfección alcanzada y, como si empezase de nuevo
por la primera, manifiesta que por estos grados todos los demás se perfeccionan”
(S. Dom.m.I,3,10).
¿Qué valor otorgar al nuevo esquema?
No parece estar exento de un cierto artificio y libertad, de los que el autor
mismo parece ser consciente (Ib. II,25,87). Sin embargo, a pesar de sus
límites, tuvo que resultarle grato ya que volvió a proponerlo, con la distancia
de muchos años, en el segundo libro de De doctrina Cristiana, en la carta 171 y
en sermón 347. En efecto, el último esquema
permite poner de relieve numerosos aspectos de espiritualidad cristiana
y agustiniana, siendo los más relevantes
entre ellos, por una lado la necesaria acción del Espíritu Santo en la
santificación de los fieles y, por otro, el compromiso personal del creyente
que quiere seguir e imitar a Jesucristo según las bienaventuranzas del
evangelio. San Agustín insiste en ambos aspectos.
En primer lugar pone de relieve la
necesidad de la acción del Espíritu Santo “Como
nadie posee la recta sabiduría, el recto entendimiento ni el recto consejo, ni
la recta fortaleza, nadie es piadoso con ciencia o sabio con piedad, nadie teme
a Dios con temor casto ni recibe el espíritu de sabiduría y entendimiento, de
consejo y fortaleza, de ciencia, piedad y temor de Dios; como nadie tiene valor
verdadero, caridad sincera, continencia religiosa, sino por el espíritu de
valor, caridad y continencia; del mismo modo, sin el espíritu de fe nadie
creerá rectamente y sin en espíritu de oración nadie orará saludablemente. No
es que sean tantos los espíritus, sino que todas estas cosas las obra un mismo
Espíritu, que reparte sus dones a cada uno como quiere, porque el Espíritu
sopla donde quiere” (Ep 194,4,18).
Una vez asegurado este principio fundamental, el Obispo de Hipona
no deja de reiterar el irremplazable compromiso del hombre: “Todo proviene de Dios, sin que esta
afirmación signifique que podemos echarnos a dormir o que nos ahorremos
cualquier esfuerzo o hasta el mismo querer. Si tú no quieres no residirá en ti
la justicia de Dios. Pero aunque la voluntad no es sino tuya, la justicia no es
más que de Dios. Si el ser hombre es obra de Dios, y el ser justo es obra tuya,
al menos esa obra tuya es más grande que la de Dios. Pero Dios te hizo sin ti.
¿Cómo podrías dar el consentimiento si no existías? Quien te hizo sin ti, no te
justificará sin ti. Por lo tanto, creó sin que lo supiera el interesado, pero
no justifica sin que lo quiera él” (S 169,11,13).
Otro elemento puesto de relieve en
el citado esquema, es el seguimiento de Cristo. Ya en el comentario de la Carta
a los Gálatas, san Agustín había dicho que por medio de la fe Cristo se forma
en el corazón del creyente, que está llamado a ser como Cristo, manso y humilde
de corazón (Exp. Gal.38) En otra ocasión dirá que el cristiano esta llamado a
vivir con Cristo, en Cristo y de Cristo (B. vid 19,24). Y por último, el
esquema ofrece la ventaja de presentar el camino de la vida cristiana como un
crecimiento en las virtudes cardinales y teologales (Ep. 171/A,2) o en el
conocimiento y en la caridad, según la enseñanza del Apóstol: “El que se
renueve en el conocimiento de Dios, en justicia y santidad verdaderas, al
crecer en perfección de día en día,
transfiere sus amores de lo temporal a lo eterno, de las cosas visibles a las
invisibles, de las carnales a las espirituales y pone todo su empeño y
diligencia en frenar y debilitar la pasión de aquellas y unirse a estas por la
caridad” (Trin. XIV, 17,23). La purificación paulatina del corazón consiste en
hacer disminuir la concupiscencia o el amor desordenado de sí, que es el origen
de las divisiones y de las luchas, para dejar crecer cada día más la caridad
que une a Dios y al prójimo. La riqueza de la doctrina espiritual agustiniana
no se agota, como es natural, en los pocos subrayados que acabamos de hacer.
Son muchos más numerosos los temas unidos al esquema de los siete grados, a los
que hacemos sólo alusión.
Grado 1: El temor de
Dios y la pobreza de espíritu.
Es el grado de la conversión, fruto
del amor de Dios y de la humildad del hombre, que se reconoce criatura y
pecador ante Dios. La explicación más exhaustiva la leemos en el De doctrina
Cristiana: “Ante todo es preciso que el
temor de Dios nos lleve a conocer su voluntad y así sepamos que nos manda
apetecer y de qué huir. Es necesario que este temor infunda en el alma el
pensamiento de nuestra mortalidad y el de la futura muerte, y que como,
habiendo clavado las carnes, incruste en el madero de la cruz todos los
movimientos de la soberbia” (Doctr. Chr. II, 7,9). El temor de Dios, la
humildad y la confesión de los pecados, por consiguiente, son los grandes temas
unidos al primer grado. No cualquier temor de Dios lleva a la conversión. El
temor carnal y servil de aquellos que sólo temen a Dios por los castigos de
esta vida deja el corazón pegado a los bienes de la tierra. Distinto es el
temor de Dios, servil sí, pero que nace de la fe en los castigos eternos: puede
impulsar hacia una verdadera conversión. Ahora bien, el cristiano está llamado
a pasar del temor por el castigo, típico del siervo, al temor casto de ofender
a Dios: se trata del temor típico del hijo, que va unido al amor, y que por
consiguiente durará por siempre (Ep 127,7; S 188,10; En Ps. 127,7).
El otro tema es la humildad con su
contrario: la soberbia. Para san Agustín la soberbia es el origen de todo mal,
asimismo la humildad es el fundamento del edificio espiritual: “¿Quieres ser grande?, comienza por lo
ínfimo. ¿Piensas construir una fábrica en la altura? Piensa primero en el
cimiento de la humildad. Y cuanta mayor mole pretende alguien imponer al
edificio, cuanto más elevado sea el edificio, tanto más profundo cava el
cimiento” (S 69, 1,2). La humildad es necesaria no solo al comienzo del
camino espiritual, sino siempre, porque la soberbia “no permitirá perfeccionar al hombre, ninguna otra cosa impide más la
perfección… La soberbia es el vicio capital, puesto que, cuando alguien
progresa en la virtud, tienta para que pierda todo los que progresó. Todos los
vicios deben ser temidos por sus malas obras, pero la soberbia debe ser temida
mucho más en las buenas acciones” (En. Ps 58, d2,5). La humildad, por
último, lleva a la confesión de los pecados, algo que todos, hombres y mujeres,
han de practicar en un arrepentimiento que conlleve un cambio real. (En. Ps
93,15).
Grado 2: El don de
piedad y la mansedumbre.
Si el temor de Dios quiebra la
soberbia de manera que uno se dispone a uniformar la propia voluntad con la ley
divina, con el don de la piedad nace en el alma un sentimiento de amor hacia
Dios que impulsa a buscar en cada circunstancia su voluntad, para someterse a
él sin oponer resistencia alguna (Cf. Ep.171/A,1). El don de piedad ayuda a
buscar con amor la voluntad de Dios, la mansedumbre ayuda a acogerla con
docilidad, sin rebeldía, aún cuando la Escritura resulte incomprensible (En. Ps
146,17) o los acontecimientos de la vida son contrarios a nuestras expectativas
(S 347,3; En. Ps 32,d1,2).
Grado III: El don de la
ciencia y el gemido de la oración.
“Después
de estos dos grados, del temor y la piedad, se sube al tercero, que es el de la
ciencia. Porque en este se ejercita todo el estudioso de las divinas
Escrituras, no encontrando en ella otra cosa más que se ha de amar a Dios por
Dios y al prójimo por Dios”. (Doctr.chr.II,7,10). El estudio y el
conocimiento en profundidad de la Sagrada Escritura son indispensables para
quienes quieren alcanzar la sabiduría, y cuanto más se avanza en la comprensión
de la Escritura, tanto mayor es el progreso en la sabiduría (ib. IV,5,7). El
don de ciencia, sin embargo, no consiste tanto en un conocimiento técnico o
científico de la Escritura, sino más bien en el conocimiento de la voluntad de
Dios y en el conocimiento de uno mismo. Posee el don del conocimiento aquel que,
tras haber reconocido el mal de los propios pecados en el primer grado de la
penitencia, reconoce la miseria inherente a su propia condición mortal y a la
lejanía del Señor, y por esto gime e invoca con lágrimas la ayuda de Dios (S
347,3).
Reconocerse como en exilio y
peregrinos en este mundo, lo considera Agustín un rasgo esencial de la vida
cristiana. El cristiano, con el cuerpo camina en la tierra, pero con el corazón
habita en el cielo porque pone su gozo en la esperanza futura (En. Ps. 48, d2,2
y 5). Insiste también mucho en el reconocimiento de la propia miseria, sobre
todo con motivo del excesivo optimismo pelagiano. Con la oración “no nos dejes
caer en la tentación, sino líbranos del mal” –observa- “El Señor nos enseña que hay mal del que no podemos líbranos a solas”,
sino que sólo es posible con la ayuda de la gracia de Dios. Y la
bienaventuranza, dichosos los que lloran, indica el remedio a nuestra miseria
en la invocación asidua y constante de la ayuda de Dios. La ayuda de la Ley no
basta; se nos dio “para convencer al enfermo de que estaba enfermo, y así
pidiese médico” (En. Ps. 102, 15).
Grado IV: el don de
fortaleza y el hambre de justicia.
Si el don de ciencia ha hecho que el
creyente fuera consciente de su miseria, induciéndole a invocar llorando la
gracia de Dios, el don de fortaleza lo hace más confiado en desear con mayor
ardor la perfección de la justicia y lo impulsa a luchar con fuerza para
sustraerse al encanto de las cosas que pasan y convertirse de lleno al amor de
aquello que es eterno (Doctr. Chr. II, 7,10). Tener hambre y sed de justicia no
quiere decir otra cosa sino que tener hambre y sed de Cristo, a cuya imagen
hemos sido hechos, despojándonos del hombre viejo y revistiéndonos del hombre
nuevo (S 9,8-9). A causa de la concupiscencia “quien vive justamente, al volver
sus ojos al interior, encuentra en sí la guerra. Notad que no digo si es malo.
Es bueno si vive justamente y encuentra en sí lo que dice el Apóstol “la carne tiene deseos contrarios a los del
espíritu, y el espíritu desea cosas contrarias a la carne” (S 25,4). En el
tiempo presente, el hambre y la sed de la justicia se traducen necesariamente
en la lucha contra la carne, el diablo y el mundo, ya que la justicia se
perfeccionará en ti cuando no te deleite
hacer cosa alguna fuera de la justicia; cuando será absorbida la muerte por la
victoria; cuando ningún deseo carnal te deleite; cuando no haya lucha contra la
carne y la sangre; cuando obtengas la corona de la victoria, trofeo del
enemigo. Entonces tendrás justicia perfecta”(Ep. Io. Tr. 4,3). Concluyendo, el
cuarto eslabón es el del hambre y la sed de la perfección cristiana, pero
también de la lucha, por los cual es necesario el don de fortaleza y de oración
para que Dios cree en nosotros la justicia (En. Ps 98,7).
Grado V: El don de
consejo y la obras de misericordia.
El quinto grado se presenta así: “No obstante, cuando alguno encuentra
dificultad en estos trabajos y, caminando por una senda dura y áspera rodeado
de varias tentaciones y viendo que por uno y otro lado se levantan enormes
obstáculos de la vida pasada, teme no poder llevar a cabo la obra emprendida,
tome un consejo para que merezca ser ayudado. ¿Cúal es ese consejo sino el
sufrir la enfermedad de su prójimo, favoreciendo cuanto puedan, como desea en
las suyas recibir auxilio del cielo?” (S. dom.m 1,18,55). Misericordiosos,
explica san Agustín, son los que conocen las necesidades de los menesterosos”.
Estos, como dice el Evangelio, “son
dichosos porque ellos también serán librados de su miseria” (Ib. I,2,7). La misericordia
tiene una enorme eficacia en la purificación del corazón. “con ningún modo se vence mejor al enemigo que siendo misericordioso…
Mas cuando sucumbe la fragilidad humana por algunos engaños de él, entréguese a
la humildad mediante la confesión y se ejercite en las obras de misericordia y
de caridad” (En. Ps. 143,7).
Grado VI: el don de entendimiento y pureza
de corazón.
El Sexto eslabón del itinerario
espiritual se presenta en los siguientes términos: “A aquel que lleno de esperanza e íntegro en sus fuerzas llega hasta el
amor del enemigo, y de aquí sube al sexto grado donde purifica el ojo mismo con
que puede ver a Dios, como pueden verle aquellos que cuanto pueden mueren a
este mundo” (Doctr. Chr.II,27,11). En realidad toda la vida cristiana tiene
como fin la purificación de la mente, que permitirá la visión de Dios. En el
sexto grado, sin embargo, se supera el último obstáculo, es decir, aquel que “el ojo del corazón, de idéntica manera,
perturbado y dañado se aparta de la luz de la justicia y ni se atreve y ni es
capaz de contemplarla” (S 88,5).Y ¿Cual
es este último y grave obstáculo sino la falta de sencillez del corazón?. Para
dirigir hacia Dios una mirada pura y sencilla, es necesario que ni las acciones
buenas y loables que uno logra hacer, ni los pensamientos agudos y profundos
que uno logra tener, tengan como fin el placer a los hombres o el satisfacer
las necesidades del cuerpo (Ep. 171/A,2), sino que todo ha de tener a Dios
como punto de referencia: “no tiene
corazón sencillo, esto es puro, sino aquel que pasando sobre las alabanzas
humanas, al vivir bien, busca solamente agradar a Dios, que es único en
penetrar la conciencia” (S. dom.m. 2,1). En este eslabón no se trata de
añadir más obras buenas, sino que se trata de hacer todo con una recta
intención y “la intención de la buena
conciencia, por la cual se hace ante Dios y para su gloria todo aquello que
ante los hombres brilla en las buenas obras” (Ep. 140,31,75).
Grado VII El don de la sabiduría y la paz de los hijos
de Dios.
A quien llega al séptimo grado le
llama san Agustín hombre espiritual, y sabio es aquel que ha recibido el don de
sabiduría y que, una vez restaurada y reformado en sí la imagen de Dios, goza
de la paz típica de los hijos de Dios (Ep. 171/A,2). Es una sabiduría
esencialmente cristiana: “Vistiéndose de
Cristo, mediante la fe, todos los hombres se hacen hijos no por naturaleza como
el único Hijo, qué también es sabiduría de Dios, sino que se hacen hijos por participación de la sabiduría, y hermanos
del Mediador a quien conduce y prepara la fe” (Exp. Gal. 27).Por
consiguiente, en los hombres espirituales “resplandece
la figura de Cristo” (Qu. Ev. 2,2) Ellos son sabios porque conocen la
gloria tan grande que supone el estar unido a Dios, hasta tal punto de vivir
para él, participar de su sabiduría, y de su felicidad”( Civ. Dei XII, 1,3).
Los hombres espirituales son hombres de paz “no se dividen, no piensan en cismas. Conservan la paz en sí mismos y la
guardan en cuanto pueden con los demás y, cuando dejan de tenerla con otros, la
retienen en sí” (En. Ps. 103, d3,5).
Más que en experiencias místicas
extraordinarias, san Agustín ve la perfección cristiana en la unión con Dios y
con el prójimo. Es espiritual quien vive constantemente en presencia de Dios,
para que él le ilumine y le guíe en la vida concreta de cada día, y así el
hombre pueda servirle con amor de hijo en los hermanos, para ofrecerle en
sacrificio toda su vida, para darle gracias por los beneficios recibidos y
contemplarlo y alabarlo, anticipando, de alguna manera, el gozo del cielo. Un
hombre así goza, tanto como es posible en la tierra, de unidad y de paz
interior y trabaja por la unidad y la paz de todos.
Con su acción contribuye a la vida
de la Iglesia y a la construcción del edificio espiritual. Sin embargo, la
perfección que el cristiano puede alcanzar en la vida terrenal no es nunca como
la perfección absoluta que alcanzará cuando se asemejará a Cristo también en su
cuerpo resucitado. Por ahora, la perfección no es sino aquella posible a los
caminantes o peregrinos que están todavía de camino, es decir, “ésta es nuestra justicia durante el mismo
destierro… que tendamos ahora con un caminar recto y perfecto a aquella
perfección y plenitud de la justicia, por la que corremos hambrientos y
sedientos, para después saciarnos de ella” (Perf. Ius. 8, 18).
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