lunes, 29 de diciembre de 2014

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS. 1 DE ENERO


La fiesta de Santa María, Madre de Dios, está colocada en el calendario litúrgico inmediatamente después de la Navidad. De esta forma no corremos el riesgo de aislar a María, disminuyendo su importante misión en relación con Cristo su hijo y con la Iglesia. Las celebraciones navideñas han sido la ocasión para contemplar la cercanía y la ternura de Dios que comparte nuestra condición humana y nuestro camino en el tiempo.
En medio de este misterio, María es como el paradigma de la humanidad que se abre al don de Dios, la encarnación del ideal de los pobres de Yahvéh, el modelo del discípulo que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica. El nuevo año se abre bajo el signo de la bendición divina (primera lectura) y bajo la mirada amorosa de la madre de Cristo, “nacido de una mujer, nacido bajo la ley” (segunda lectura).



             La primera lectura (Num 6,22-27) es una bellísima fórmula de bendición que el Señor, a través de Moisés, confió a los sacerdotes para que la pronunciaran sobre el pueblo (vv. 22-23). Es la misma bendición que todavía hoy utilizan nuestros hermanos hebreos en las celebraciones de la sinagoga. Estas palabras no son un simple deseo o una fórmula ritual de saludo. Es Dios mismo quien ha revelado esta bendición, con la cual él mismo se dona a su pueblo. El v. 27 suena literalmente en hebreo así: “Así pondrán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré”.
La bendición sacerdotal hace que el pueblo partícipe del Nombre de Dios, es decir, de su dinamismo vital, de su fecundidad, de su misterio santo. La bendición, en sentido bíblico, no es simplemente una declaración de buena voluntad, sino algo eficaz en la vida del hombre, desencadena una novedad, produce un evento. El texto pone la bendición de Dios en relación con el rostro de Dios: “el Señor haga brillar su rostro sobre ti”, “el Señor te muestre su rostro”. En el mundo bíblico ver el rostro es ver a la persona, y ver el rostro de alguien importante (un rey, por ejemplo) significa ser admitido a su presencia, con la confianza de que tal acogida será favorable.
Decir que Dios “hace brillar su rostro”, o “muestra su rostro”, es decir que él está dispuesto a manifestar al pueblo su benevolencia y su favor, en síntesis, su paz. La paz, (en hebreo: shalom), representa en sí todos los dones de Dios: protección, seguridad, fecundidad, salud, bienestar. Israel es el pueblo de Dios porque goza de la bendición de Dios, por la cual el hombre participa de su amor gratuito y de su misma vida. La bendición divina es portadora de paz y de misericordia, de vida y fecundidad. El hombre bendecido por Dios está llamado a ser un “hombre santo”, porque participa de la misma santidad de Dios y ha sido invitado a colaborar íntimamente en su proyecto salvador.


            La segunda lectura (Gal 4,4-7) hace referencia a la Madre de Jesús sólo en forma indirecta. Pablo afirma: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley…” (Gal 4,4). El texto, en primer lugar, evoca la larga historia de las intervenciones de Dios en “el tiempo” de la humanidad. Cuando el Padre envía a su Hijo al mundo, llega “la plenitud del tiempo”, el punto culminante de la historia salvífica.
Es en este momento decisivo y pleno de la redención cuando Pablo menciona el nacimiento de Cristo en la carne (“nacido de una mujer”). Esta mujer es María, colocada en el mismo centro del proyecto salvador de Dios. En ella, el Mesías—Hijo de Dios llega a ser verdadero “hermano” nuestro (Heb 2,11), compartiendo nuestra propia carne y sangre (Heb 2,14).
María es Madre de Dios. Creer en su maternidad divina, por tanto, significa proclamar con certeza el infinito amor de Dios a los hombres, manifestado en la encarnación. Además, si ser cristianos significa acoger en la propia vida la Palabra eterna de Dios que se ha hecho carne, María ocupa un lugar verdaderamente singular en la vida de la comunidad cristiana: ella llevó en su seno a Jesús Mesías y Señor, lo cuidó,  lo educó y lo introdujo en las tradiciones del pueblo elegido, lo siguió con fe hasta la cruz y llegó a ser así la primera creyente del nuevo Israel.


El evangelio (Lc 2, 16-21) constituye la parte final de la narración del nacimiento de Jesús en el capítulo 2 de Lucas. Después que han recibido el anuncio del ángel los pastores se dirigen “de prisa” (verbo: speudô) a Belén (v. 16), demostrando así su docilidad a los caminos Dios. Come había hecho antes María, dirigiéndose “con prisa” (sustantivo spoudé) a la casa de Isabel (Lc 1,39). Tanto la Virgen como los pastores obedecen con urgencia y prontitud al proyecto divino que se realiza “hoy”, y delante del cual no es admisible ningun retardo o descuido. Es la actitud del creyente que vive abierto a los caminos del Señor y es dócil a sus inspiraciones.
Lo anunciado por el ángel corresponde exactamente a la realidad de los hechos (vv. 15-17): los pastores “encontraron a María, a José, y al niño acostado en el pesebre” (v. 17). Entonces aquellos que antes fueron destinatarios de la buena noticia (Lc 2,10: verbo euaggelízomai), se convierten ahora en anunciadores de la misma, y comienzan “a contar lo que el ángel les había dicho de este niño” (2,17).
“Y cuantos escuchaban lo que decían los pastores, se quedaban admirados” (v. 18). La gente se admira (griego: thaumazein). Es la reacción normal de quien experimenta la acción de Dios, como Zacarías (Lc 1,21), María y José (Lc 2,23), los habitantes de Nazaret (4,22; cf. 9,43, 11,14.38; 20,26; 24,12.41). Se destaca, sin embargo, la actitud de María: “María, por su parte, conservaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón” (v. 19). El verbo griego traducido como “conservar” es syntêreô, que quiere decir literalmente: “custodiar algo precioso”, “cuidar con esmero algo de valor”. El otro verbo traducido como “meditar” es el verbo griego symballô, que quiere decir literalmente: “poner dos cosas juntas”, “unir realidades que están separadas”, “confrontar”. Supone una actividad mental y una actitud del espíritu que crea síntesis, que logra encontrar una lógica en medio de cosas o situaciones aparentemente sin relación. El verbo griego está en tiempo imperfecto, lo que indica una acción repetida, continua.
            Lucas, por tanto, describe a María como alguien que vive a la escucha del Misterio y que, con profunda actitud contemplativa, lee continuamente los acontecimientos para descubrir su sentido más profundo. María es aquí verdadero intérprete, hermeneuta, de los hechos acaecidos. El evangelista hace notar con esto que la Virgen no había entendido todo desde el inicio y que solamente, poco a poco, con el transcurrir del tiempo y atenta a los hechos, va comprendiendo la lógica intrínseca de los acontecimientos y su sentido.
María recuerda todo lo que ha acaecido en su vida de parte de Dios y va descubriendo los caminos del Señor y su voluntad poniendo en relación unos hechos con otros. Esta actitud profundamente contemplativa se realiza en “el corazón”, sede del discernimiento, del ejercicio intelectual, y sobre todo de la fe abierta a los designios de Dios. El texto concluye con la glorificación y la alabanza de los pastores que han podido experimentar lo que Dios les ha anunciado (v. 20).
            La figura de María, intérprete de los hechos históricos y contemplativa delante de las acciones de Dios, es modelo para todo creyente, llamado a descubrir el misterio y la presencia del Dios de la vida en la cotidianidad y lo ordinario de cada día. María, la madre de Jesús, es maestra de vida interior, de oración y de escucha de la Palabra. Ella ha acogido la palabra de Dios en su vida, la ha dejado resonar dentro de sí, desde la primera palabra del ángel hasta las últimas palabras de Jesús en la cruz. María ha sabido encontrar momentos de silencio para adorar y meditar.


miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA NAVIDAD LA GRAN FIESTA CRISTIANA





La Iglesia en su misión de ir por el mundo llevando la Buena Nueva ha querido dedicar un tiempo a profundizar, contemplar y asimilar el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios; a este tiempo lo conocemos como Navidad. Cerca de la antigua fiesta judía de las luces y buscando dar un sentido cristiano a las celebraciones paganas del solsticio de invierno, la Iglesia aprovechó el momento para celebrar la Navidad.

En este tiempo los cristianos por medio del Adviento se preparan para recibir a Cristo,"luz del mundo" (Jn 8, 12) en sus almas, rectificando sus vidas y renovando el compromiso de seguirlo. Durante el Tiempo de Navidad al igual que en el Triduo Pascual de la semana Santa celebramos la redención del hombre gracias a la presencia y entrega de Dios; pero a diferencia del Triduo Pascual en el que recordamos la pasión y muerte del Salvador, en la Navidad recordamos que Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros.

Así como el sol despeja las tinieblas durante el alba, la presencia de Cristo irrumpe en las tinieblas del pecado, el mundo, el demonio y de la carne para mostrarnos el camino a seguir. Con su luz nos muestra la verdad de nuestra existencia. Cristo mismo es la vida que renueva la naturaleza caída del hombre y de la naturaleza. La Navidad celebra esa presencia renovadora de Cristo que viene a salvar al mundo.
La Iglesia en su papel de madre y maestra por medio de una serie de fiestas busca concientizar al hombre de este hecho tan importante para la salvación de sus hijos. Por ello, es necesario que todos los feligreses vivamos con recto sentido la riqueza de la vivencia real y profunda de la Navidad.



LOS ORÍGENES DE LA NAVIDAD

Existe una profunda semejanza de las fiestas de finales de diciembre y comienzos de enero con las de marzo, sin duda porque ambos meses, enero y marzo, han sido considerados por diversas culturas como inicio del año. Enero era el mes dedicado a Jano. San Paciano, obispo de Barcelona en el siglo IV, ya hablaba de mascaradas paganas que tenían lugar por estas fechas, diciembre y enero. Muchos Santos Padres condenaron estas fiestas paganas. Las Saturnalias o fiestas en honor a Saturno se celebraban entre los días 17 y 23 de diciembre. Las muy posteriores fiestas de los obispillos, el Bisbetó de Monserrat,la fiesta del Rollo, el obispo de los locos o el abat de los locos de los días 6 y 28 de diciembre, según los casos, que subsistieron en los pueblos españoles como residuos de aquellas Saturnalias, se celebraban también en las iglesias.

Hay referencias históricas de que en la Edad Media había grandes libertades en los templos. Por tanto, es muy probable que los Papas eligieran el 25 de Diciembre para conmemorar el nacimiento de Jesús con el fin de que los fieles cristianos se apartaran de las celebraciones paganas del solsticio de invierno.
La Navidad venía así a ocupar el lugar que todavía llenaban esas fiestas saturnales y otras propias del invierno en Roma. Reinando Constantino el Grande, la iglesia propuso que el 25 de diciembre se celebrara el nacimiento del Salvador por su coincidencia con la celebración romana del Sol Invictus.
En todo caso, en el año 345 d.c. el día 25 era fiesta de Navidad en Occidente.En Oriente, sin embargo, la celebran el 6 de enero, pero la influencia de San Juan Crisóstomo, padre de la Iglesia de Oriente y patriarca de de Alejandría, y de San Gregorio Nacianzeno, el teólogo, amigo de San Basilio, consiguió que adoptaran el 25 de diciembre.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

TIEMPO DE ADVIENTO, TIEMPO MARIANO



ADVIENTO es tiempo de espera, tiempo en que aguardamos la manifestación de un gran acontecimiento: el nacimiento de Nuestro Salvador. Tiempo de espera gozosa y expectante ya que lo que esperamos es la llegada de nuestra Salvación. Es un tiempo importante y solemne, es tiempo favorable, día de salvación, de la paz y de la reconciliación, el tiempo del que estuvieron esperando y ansiando los patriarcas y profetas y que fue tiempo de tantos suspiros, el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre Eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. Por eso escuchamos la exclamación del profeta Simeón al tener ante sus ojos al Salvador tan esperado: "Ahora Señor según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu salvación, la que has preparado ante todos los pueblos. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel" (Luc 2: 29)

Adviento es el tiempo, que vivió la profetisa Ana, también en el templo, en oración y ayunos. Por ello, hablaba del niño a los que esperaban la redención de Jerusalén. Adviento es el tiempo de espera y preparación para las manifestaciones de Dios. Siempre las manifestaciones del Señor requerirán de nuestra parte una especial preparación. Todo período anterior a una manifestación de Dios debe considerarse un adviento y vivirse como tal. Esperar sin preparar el corazón para el evento que se espera, es desaprovechar el tiempo de gracia que el Señor ha determinado para la humanidad.

Adviento: Poner la Mirada en el misterio de la Encarnación
En el Evangelio de San Lucas, cuando el Señor anuncia el año de gracia, dice que "todos los hombres fijaron su mirada en El":en medio de las grandes oscuridades del mundo, aparece su luz. "La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no pudieron apagarla" (Sn. Jn. 1).

La historia de la salvación tiene en Cristo su punto culminante y su significado supremo. Él es el Alfa y el Omega, el principio y el fin. Todo fue creado por Él y para Él, y todo se mantiene en Él. Es el Señor de la historia y del tiempo. En Él, el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y la historia. (Tertio Millennio Adveniente # 5). El es el mismo, ayer, hoy y siempre.

La encarnación es la revelación de Dios hecho hombre en el seno de María Santísima por obra del Espíritu Santo. Viene al mundo a través de Ella, prepara con una gracia excelentísima, única y singular, a Aquella que sería su Madre, su portadora, el canal privilegiado y la asociada por excelencia en la obra de redención.
Dios intervino en la humanidad a través de la mediación materna de María. Siempre será así. Es a través de Ella que viene el Redentor al mundo. Es Ella quien lo trae y presenta al mundo.
Por eso, no podemos fijar la mirada en la Encarnación del Verbo, sin contemplar necesariamente a la Virgen Santísima.

Ella es instrumento singularísimo en la Encarnación. Por su fiat Dios se hace hombre en Ella. San Bernardo dijo: "nunca la historia del hombre dependió tanto, como entonces, del consentimiento de la criatura humana".

En este tiempo de Adviento, en que fijamos la mirada en la Encarnación del Verbo, para prepararnos mejor a su manifestación, debemos contemplar a María, Aquella elegida para estar unida a este gran misterio.
"La alegría de la Encarnación no sería completa si la mirada no se dirigiese a Aquélla que, obedeciendo totalmente al Padre, engendró para nosotros en la carne al Hijo de Dios. Llamada a ser la Madre de Dios, María vivió plenamente su maternidad desde el día de la concepción virginal, culminándola en el Calvario a los pies de la Cruz".

Ella nos conduce a contemplar el Misterio de la Encarnación, pues es partícipe como nadie.
Ella nos dirige como la Estrella que guía con seguridad sus pasos al encuentro del Señor. Ella la elegida para traer al Verbo, vive el Adviento, la espera del Salvador, nos enseña a abrir de par en par el Corazón al Redentor, como tanto nos ha pedido el Siervo de Dios Juan Pablo II. Como se espera con corazón abierto al Redentor. No podemos vivir plenamente el Adviento sin dirigir la mirada al primero y al personaje que lo vive. Ella es el corazón que ha sido preparado por Dios para esperar, para abrir el camino al Salvador.

El Adviento de María

El Señor quiso preparar el corazón de los justos del Antiguo Testamento con las condiciones necesarias para recibir al Mesías. Entre más estuvieran llenos de fe y confianza en las promesas recibidas, mas llenos de esperanza por verlas realizadas y mas ardieran de amor por el Redentor, mas listos estaban para recibir la abundancia de gracias que el Salvador traería al mundo. A medida que pasaba el tiempo, Dios iba preparando con mayor intensidad a su pueblo, derramando gracias, hablando, despertando mas el anhelo de ver al Salvador y levantando hombres y mujeres que prefiguraban a quienes estarían en relación directa con el Salvador en su venida.

no al Salvador del mundo. Eso es lo que requiere ser la Madre del Salvador.