La
Cuaresma es un camino que nace de la Pascua del Señor y hacia ella nos conduce
con una renovada actitud de autenticidad en nuestra respuesta. Antes de la
Cuaresma existió la Pascua. Los discípulos de Jesús y los primeros cristianos
celebraron con gran entusiasmo la resurrección del Señor. Comenzaron a celebrar
la Pascua, y es desde el gran acontecimiento pascual desde donde tiene sentido
la Cuaresma y celebrarla con espíritu de
conversión. La Cuaresma, es por tanto, un tiempo litúrgico que nos prepara para
celebrar la pasión-muerte y resurrección del Señor.
Pero,
podríamos formular la siguiente pregunta: ¿prepararnos, para qué? Vamos a vivir
y celebrar, y esto significa conmemorar, actualizar, aquellos momentos en lo
que Jesucristo, hijo de Dios, entregó la vida por todos en la cruz, y al tercer
día resucitó. Pero el camino de nuestra celebración pascual será un camino de
vuelta o retorno. Cristo, el Señor, nos ha abierto la puerta de la fe y
esperanza a través de su Pascua. Por eso la Cuaresma comienza y termina en el
horizonte pascual.
Durante
estos días, nuestra Madre la iglesia nos propone volver a Dios. Es el camino de
la conversión. Nuestra conversión, nuestro esfuerzo cuaresmal, estará marcado
por el deseo de permanecer en el Señor. No se trata de un camino de autorrealización
personal; de una búsqueda y esfuerzo por conseguir una supremacía ética o una
perfección diseñada por uno mismo.
Todo
lo contrario, la Cuaresma es el camino en el que renunciamos a nosotros mismos,
ayunamos de nosotros mismos, para buscar con más sinceridad a Dios, siguiendo el camino de su Hijo
Jesucristo y profundizando en sus enseñanzas que nos muestran el amor de Dios
Padre como el origen y la garantía de futuro de todos nosotros. Es tiempo para
reconocer que dependemos de él, y sin El no podemos hacer nada. Desde la Cruz,
que es la entrega por amor de su libertad al Padre y a los hombres, Jesús nos
muestra el verdadero camino de la conversión.
Convertirse
significa abandonar toda seguridad humana, y seguir con sencillez y confianza
al Señor. Es algo extraño para los tiempos que corren, pero se trata del camino cierto y seguro que
nos llevará a Dios.
Desde
el inicio del itinerario cuaresmal, Jesús nos invita a ir con él al desierto,
para oír en el silencio el amor que nos tiene; también para acoger la Palabra
de Vida; para caer en la cuenta de la verdad de nuestro ser de hijos de Dios;
para hacer visible nuestra identidad de hermanos y para seguir anunciando, con
alegría, el Evangelio de Jesús en nuestro mundo.
No
tengamos miedo para caminar en la Cuaresma aunque suponga arriesgar algo de mí.
Cuando contemplamos durante estos días en la calle o en los templos, el rostro del Señor o de su Madre Santísima.
Cuando cada una de las cofradías y hermandades de nuestra ciudad se
preparan para la Semana Mayor, debemos
pensar en el verdadero rostro del Cristo en su pasión.
El
Espíritu nos abre los oídos del corazón y nos reviste de fortaleza para estar
con él, para caminar con él, y para entregar la vida como El. Es necesario
arriesgar y entregar. En estos tiempos donde todos buscamos seguridades,
ausencia de complicaciones, una vida tranquila y sin agobios… en estos tiempos
se hace más necesario que los creyentes en Cristo seamos capaces de arriesgar y
entregar. El Papa Francisco nos exhorta a salir a la calle y anunciad con
palabras y hechos, que somos testigos del amor del Señor. Es tiempo de dar
gratis aquello que recibimos gratis a precio de sangre, dolor, cruz, lágrimas,
pasión. Es tiempo de amar como El nos ha amado y también de
perdonar.
La
Cuaresma, en definitiva, nos invita a realizar el mismo camino que hizo Jesús
en la Pascua. Un camino de amor y pasión por todos los hombres y mujeres de la
tierra, un camino inundado de entrañas de misericordia para quienes más
necesitan en nuestros tiempos. Este camino lo realizó Cristo, sanando enfermos,
curando leprosos, dando de comer al hambriento, hospedando al que estaba sin
techo. Es, en definitiva, el camino de conversión que nos propone este tiempo.
El
paso solemne de cada una de las cofradías granadinas, repleto de arte,
tradición, fervor popular, oración y mística, requiere acompañar la vida de
quienes a nuestro alrededor, necesitan consuelo, esperanza, misericordia,
perdón. Hagamos posible una conversión al amor, buscando el rostro de Cristo
que sale a nuestro encuentro.
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