Para S. Agustín la Eucaristía es una
figura de la pasión redentora de Jesús que efectúa la participación de los
miembros de la Iglesia en la nueva vida de su cabeza, Cristo. Comentando el
discurso del pan de vida (Jn 6) y la invitación de Cristo a comer su carne y a
beber su sangre dice:
Es un horrible delito esto que parece
mandar; hay, por tanto, que ver aquí una figura, una invitación a comulgar con
la pasión de Cristo y a imprimir en nuestra memoria el suave y benéfico
recuerdo de su carne crucificada y muerta por nosotros.
Sobre la Doctrina
Cristiana, III, 16, 24
La Iglesia debe comulgar con la pasión
de Cristo no sólo por medio del acto exterior de comer y beber sino también por
medio de la conciencia interior, y por eso hacerse ella misma enteramente sacrificio
como resultado de su participación en el sacrificio por excelencia, el de
Cristo. Por eso la Eucaristía representa no solamente el sacrificio único de
Cristo en el Gólgota sino también el sacrificio espiritual hecho continuamente
por los cristianos. El pan partido y el vino derramado asemejan estas cosas de
las que son figuras o sacramentos: El cuerpo y la sangre entregados de Cristo y
de los cristianos.
En la Eucaristía se unen orgánicamente
el signo (La entrega de la Iglesia) y la realidad significada por el rito
simbólico (El sacrificio de Cristo). Se trata de una totalidad: El acto
sacrificial de Cristo muerto y resucitado lleva a su Iglesia en su movimiento
hacia Dios. La Eucaristía es el signo sagrado por medio del que la entrega
única de Cristo se hace cada día actual para ser vivida por los cristianos: La
Iglesia es, junto a Cristo, la que ofrece la Eucaristía y la que es ofrecida en
ella.
Cristo es él mismo el que ofrece y él
mismo el don ofrecido. Ha querido que el sacramento de esta realidad sea el
sacrificio cotidiano de la Iglesia que, siendo cuerpo de esta cabeza, aprende a
ofrecerse ella misma por él.
La Ciudad de Dios, X, 20
S. Agustín no quiere separar el
sacrificio de Cristo del sacrificio cotidiano de la Iglesia. La liturgia eucarística
está en función del Cristo total, unido para siempre a su Iglesia; glorifica a
Cristo y a los santos, purifica y santifica la Iglesia en peregrinación hacia
el reino y socorre a los fieles difuntos. En resumen: El sacrificio sacramental
es símbolo real del sacrificio único de Cristo que redime a toda la creación y
une a la Iglesia de modo especial con la redención, haciéndola una auténtica
participante de ésta.
Presencia de Cristo y de la Iglesia
Quien recibe el misterio de la unidad
y no tiene el vínculo de la paz no recibe un misterio salvador en favor suyo,
sino un testimonio contra sí mismo. Si vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus
miembros entonces vuestro mismo misterio reposa sobre la mesa de la Eucaristía.
Vosotros debéis ser lo que veis y debéis recibir lo que sois.
(Homilía 272)
No se puede estar unido con la cabeza
de la Iglesia si no se está unido al cuerpo. Quién se separa de la única
Iglesia celebra la Eucaristía no para su salvación sino para su ruina, más aún,
no la celebra de hecho. Esto se debe a que, ya que están presentes en la
Eucaristía tanto Cristo como la Iglesia, los dos son la materia de este
sacramento. Por eso S. Agustín se niega a ver la presencia real de Cristo
separada de la participación en ella de la Iglesia. Lo mismo que Cristo los
miembros de la Iglesia están presentes en el pan y el vino consagrados.
S. Agustín no se interesa
principalmente por la Eucaristía en sí misma, sino por su fin último: la unión
de los cristianos con Cristo y entre ellos. La visión paulina del cuerpo de
Cristo es el principio de la doctrina eucarística. Es fundamental la intención
de subrayar la inclusión de cada cristiano en la unidad del cuerpo de Cristo.
La finalidad de la celebración de la Eucaristía no es "estar delante"
sino "estar dentro". Recibido el pan eucarístico, que es símbolo real
de su unión con Cristo, los participantes no siguen siendo individuos, existen
dentro de Cristo y están unidos los unos con los otros en el cuerpo místico de
la Iglesia. La participación en la Eucaristía nos hace cuerpo de Cristo.
Unión de los cristianos con Cristo y
entre ellos
Vosotros sois los mismos hombres que
erais, ya que no habéis traído caras nuevas. Y, sin embargo, sois nuevos:
viejos por la apariencia del cuerpo, pero nuevos por la gracia de la santidad,
y esto sí que es verdadera novedad. Así también como veis, esto todavía es pan
y vino; pero llegará la consagración y aquel pan será el cuerpo de Cristo y
aquel vino será la sangre de Cristo. Esto hace el nombre de Cristo; esto hace
la gracia de Cristo: que la realidad parezca lo mismo que parecía y que, sin
embargo, no valga aquello que valía.
Sermón del domingo de Pascua
S. Agustín intenta profundizar en la
significación del signo que representa la Eucaristía: La Iglesia como un estar
dentro de Cristo y los otros. El fundamento de todo esto es la fe en la
presencia real de Cristo en los signos sacramentales, el cambio del pan en su
carne y del vino en su sangre.
Sin esta presencia real los cristianos
no recibirían en la comunión la vida eterna. La unidad del cuerpo místico no es
construida por los miembros sino comunicada por la cabeza, Cristo, en el don
real y eficaz que hace de sí mismo por medio de la Eucaristía. En vez de
sustituir el realismo de la presencia de Cristo, el realismo de la presencia de
la Iglesia lo presupone y lo garantiza.
La Eucaristía es vista como un
acontecimiento salvífico en el cual se participa para estar en contacto con la
misma autodonación de Cristo que vivifica la Iglesia y la envía al mundo a la
misión, dándole un anticipo de la comunidad y de la caridad sin fin que ya
comienza a vivir en este mundo.
Custodia antigua del Corpus en Granada. |
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