Cristo nos hace
partícipes de su amor.
En este mes de
noviembre, la Iglesia nos invita a mirar a nuestros seres queridos, que
partieron de éste mundo al encuentro con el Padre. La liturgia contempla a
Cristo resucitado, que ha vencido a la muerte y al pecado, y es nuestra
salvación.
A mediados, casi al
final del mes, celebramos a Cristo, constituido Señor del universo. Es una de
las fiestas más importantes del calendario litúrgico, porque celebramos que
Cristo es el Rey del universo. Su Reino es el Reino de la verdad y la vida, de
la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz.
Meditemos la palabra de
Dios que nos invita a contemplar a Cristo, Señor de nuestra historia en los
momentos finales de su vida, antes de sufrir la pasión. Cristo nos enseña el
reinado de la humildad, de la paz, del servicio, de la entrega, en definitiva,
el reinado del amor. Aprendamos de Cristo a coronarnos cada día con esa corona
de virtudes que adornó su vida. El camino de la santidad es Cristo, como dice
san Agustín: “Cristo es tu camino”.
Entonces Pilato entró de
nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: "Eres tú el Rey de los
judíos?" Respondió Jesús: "Dices eso por tu cuenta, o es que otros te
lo han dicho de mí?" Pilato respondió: "Es que yo soy judío? Tu
pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. Qué has hecho?"
Respondió Jesús: "Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este
mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero
mi Reino no es de aquí."
Entonces Pilato le dijo:
"Luego tú eres Rey?" Respondió Jesús: "Sí, como dices, soy Rey.
Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de
la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz."
Oremos
confiando en el amor y el poder de Cristo, que nos invita a la santidad:
Señor,
Dios mío, ayúdame a ser santo.
Santo
sin premio,
Santo
para no ofenderte,
Santo
para servir mejor a los demás.
Señor,
en el día de hoy,
que
recordamos y celebramos la memoria de todos los Santos,
ayúdame
a acercarme más a Ti.
A
ellos les ruego que pidan al Espíritu,
me
conceda los dones necesarios para ser mejor.
No
porque yo merezca algo,
Sino
para que mi alabanza llegue a Ti, más plena.
Señor,
Perdóname,
Por
mis faltas y pecados,
Por
todo lo que podía haber hecho y no hice,
Por
todo lo que podía haber servido y no serví,
Por
todo lo que he desaprovechado.
Dame
tu Bendición para que el resto de mi vida,
Te
sea Fiel y Caritativo,
Luz
Tuya y Servidor de Todos,
según
Tu me pidas en cada momento.
Gracias
Señor por Tu Misericordia conmigo.
Amén
Gesto:
Se nos invita a orar con un pequeño
símbolo. No se si les será fácil tener en las manos una pequeñas espinas de un
rosal o de alguna zarza. Pueden confeccionar una pequeña “corona de espinas”, y
hacer una sencilla oración.
Pensemos en aquellas cosas que más nos hacen
sufrir en la vida, o más duras se nos hacen. Tratemos de imitar con ello a
Cristo, que fue coronado de espinas como verdadero rey. Nosotros también podemos
imitar su reinado, uniendo a su persona todo aquello que más nos cuesta en la
vida.
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