domingo, 25 de mayo de 2014

LA PASCUA EN SAN AGUSTÍN

1.      El sacramento de la Pascua



La larga preparación cuaresmal nos lleva al misterio pascual, donde están los orígenes mismos de la espiritualidad cristiana. Los cristianos somos hijos del sacramento pascual. No se trata aquí de recordar devotamente un misterio, v.gr., el del nacimiento del Señor, sino de un sacramento en el sentido religioso
que le da la Iglesia. San Agustín distingue correctamente el tiempo de Navidad de este tiempo: «Hay que notar que la natividad del Señor no se celebra sacramentalmente-non in sacramento celebran-, sino en recuerdo; reevocamos a la memoria que El nació, y para esto era bastante celebrar con alegre devoción el aniversario de aquel hecho. Mas el sacramento se hace a modo de una celebración en que el recuerdo de un suceso real de tal manera se conmemora, que se entienda que se está significando algo que se ha de recibir.


Así en la celebración de la Pascua no sólo recordamos el hecho de la muerte de Cristo, sino también las demás cosas que atestiguan esto las adoptamos para la significación del sacramento. Pues como, según el Apóstol, murió Cristo por nuestros delitos y resucitó para nuestra justificación (Rom 4,25), cierto tránsito de la muerte a la vida se consagró en aquella muerte y resurrección... Se recomienda, pues, el tránsito de esta vida mortal a la otra inmortal, esto es, de la muerte a la vida, con la pasión y resurrección del Señor».

En otras palabras, el hecho histórico de la pasión y resurrección se hace acontecimiento salvífico, de que nosotros hemos de participar efectivamente muriendo y resucitando con el Señor. Hubo muerte y resurrección en Cristo; espiritualmente ha de haber una muerte y resurrección en los cristianos: «Por
eso no celebran la Pascua sino los que de la muerte de sus pecados pasan a la vida de los justos» . El cristiano realiza una mística configuración con Cristo en su pasión, sepultura y resurrección. Toda esta mística está presente en el bautismo, que solía celebrarse muy solemnemente en la mañana de Pascua
en las iglesias antiguas '. El recién bautizado recibía el perdón de los pecados, la nueva vida de la gracia de hijo de Dios, y al mismo tiempo un sello espiritual o carácter que le hacía semejante a Cristo para siempre.

La Pascua nos trajo la nueva economía sacramental, que es fuente de toda la renovación cristiana, dividiendo los dos Testamentos. En el Antiguo se utilizaban multitud de signos para instrucción del pueblo de Dios: «En nuestras instrucciones, para dar sentido sagrado a alguna cosa recibimos con muy
religiosa piedad múltiples semejanzas, adaptadas, como de las demás cosas, de los vientos, del mar, de la tierra, de las aves, de los peces, de los rebaños, de los árboles, de los hombres; mas para la celebración de los sacramentos usamos de ellas, con cristiana libertad, muy parcamente; v.gr., del agua, del trigo, del vino, del aceite. En la servidumbre en que vivió el mundo antiguo, se le mandaron cumplir ritos que para nosotros sólo tienen un fin de instrucción» 

Con estas palabras alude el Santo a las muchas ceremonias y ritos de sacrificios de la ley antigua, que sólo conservan para nosotros un fin de instrucción y erudición religiosa. Mas en el Nuevo Testamento, las materias utilizadas en los sacramentos son el agua y el óleo, el pan y el vino. Así el agua y el óleo se utilizan en el bautismo y en la confirmación, y el pan y el vino en la eucaristía. Estos eran los sacramentos que recibían los catecúmenos con la gracia de la renovación espiritual, vinculada al sacrificio redentor del Hijo de Dios. Todo el sentido de los sacramentos antiguos consistía en prometer al Salvador, en despertar la fe en el futuro Libertador ". Los del Nuevo Testamento dan la salvación y santidad que prometían los antiguos, siendo eficaces en virtud de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Por eso, «la resurrección de Cristo es la vida nueva de los que creen en Jesús, y éste es el sacramento de su pasión y resurrección, que debéis conocer y actuar en vosotros...

Pues Cristo murió para que manifestase en la cruz la muerte del hombre viejo, y resucitó para que con su vida mostrase la novedad de nuestra vida» ".Tal es el sentido de la Pascua y de su espiritualidad; es una continuación esencial de la que nos imprime el bautismo con los efectos: muerte al pecado y vida para Dios. «La resurrección de Cristo está en nosotros, si vivimos bien», sentencia el Santo ". Trazamos aquí las líneas esenciales de la vida cristiana, el binomio espiritual, que consiste en evitar el pecado y poseer la gracia o
vida de Dios. Por eso la Pascua es el principio de la vida cristiana, cuyo origen es Cristo resucitado.

2.      «Alleluia»

Como consecuencia de la vida nueva que introdujo la Pascua, nació un nuevo espíritu eucarístico y laudatorio, que ha impreso sello imborrable en la cristiandad. Para San Agustín, «la más excelente obra del hombre es alabar a Dios... Sea, pues, tu ocupación celebrarle con loores; brote de tu boca la
palabra buena; manifiesta tus obras al Rey que puso en tus labios sus palabras y te dio lo que habías de ofrecerle» ". La liturgia pascuaL ha contribuido a fomentar el espíritu laudatorio y confesional en la Iglesia. El canto del Alleluia es el transporte de gozo en el alma por tres hechos que le afectan: la resurrección corporal de Cristo, la espiritual del alma, que ha recibido en el sacramento de la regeneración, haciéndose hijo

de Dios, y la futura resurrección de la carne. Estas tres resurrecciones, con todo el conjunto de beneficios que suponen para los cristianos, llenan su espíritu de gratitud, de devoción y melodía interior. El presente, el pasado y el futuro, con la fe, esperanza y caridad, se abrazan en el Alleluia pascual:

«He aquí que la esperanza nos amamanta, nos nutre, nos fortalece y en esta vida laboriosa nos consuela; con esta esperanza cantamos el Alleluia. Si tanto gozo nos trae la esperanza, ¿qué será la realidad?... Cuando apareciere Cristo, nuestra vida, también nosotros entonces apareceremos con El en la gloria. Entonces será el tiempo de cantar el verdadero Alleluia; ahora lo es en esperanza. Aquella esperanza nos hace cantar; también el amor canta y cantará entonces; mas ahora es a un amor menesteroso, con hambre, y entonces
será un amor gozoso. ¿Pues que es el Alleluia? Ya os lo he dicho: es la alabanza de Dios. Ahora oís esta palabra, y al oírla os produce alegría y alabáis a Dios alegremente. Si así amáis el rocío, ¿qué será la fuente?»"


En todo el tiempo pascual, como puede notarse, el tema escatológico está presente como una tensión entre dos instancias, lo actual y lo futuro; como dice San Agustín, la spes y la res. Así el alma cristiana en la Pascua se balancea rítmicamente entre las dos cosas, entre el gozo de lo que ya cree y posee y el deseo de lo que le falta, en los brazos del tiempo y de la eternidad, y anda como entrenándose para la posesión de la gloria futura, que será también vida de alabanza. La ocupación de la vida presente debe ser la alabanza a Dios, pues también el alborozo de la vida futura será alabarle, y nadie puede habilitarse para lo que será aquella vida si no se adiestra para ella ahora» .

Ahora, como viadores, hemos de cantar el Alleluia, pues viajamos por este camino laborioso hacia la patria de nuestro descanso, donde nuestra vida será toda de alleluia ": Por eso, «no sin razón, hermanos, la Iglesia conserva la antigua tradición de cantar durante estos cincuenta días el Alleluia, que es alabanza de Dios, para darnos a entender a los que trabajamos hoy que ella será la acción de nuestro descanso. Cuando después de esta vida trabajosa lleguemos a aquel reposo, toda nuestra vida será alabar a Dios; nuestra acción, cantar el Alleluia» .


San Agustín era, sin duda, muy sensible al gozo de-la música del Alleluia pascual, que le recordaba sus primeras impresiones litúrgicas de recién convertido en Milán: «Esta es nuestra alegría, hermanos; alegría de estar unidos todos, alegría en los salmos e himnos, alegría en la memoria de la pasión y resurrección de Cristo, alegría en la esperanza de la vida futura. Si tanta alegría hay en lo que esperamos, ¿qué será cuando llegue la posesión? He aquí que estos días, cantando el Alleluia, se renueva, en cierto modo, nuestro es-
píritu. ¿No es verdad que de algún modo pregustamos la felicidad de aquella soberana ciudad? Si en estos días sentimos tanto gozo, ¿qué será cuando se diga: Venid, benditos de mi Padre, y recibid el reino; cuando se congregarán los santos en uno?... Por eso decimos Alleluia; cosa buena es, alegre y llena de muy suave gozo» Habla aquí el pastor y el cristiano enriquecido con la experiencia del misterio pascual, de que formaba parte también el aumento de la Iglesia con nuevos miembros que recibían el bautismo y testificaban la resurrección del Señor. En los sermones a los neófitos-ad infantes-, él cantaba con ellos el dulce cántico: «El Alleluia es el cántico nuevo. El hombre nuevo canta un cántico nuevo. Lo hemos cantado nosotros, lo habéis cantado también vosotros, que ha poco nacisteis a vida nueva. Nosotros lo hemos cantado con vosotros, porque hemos sido redimidos con el mismo precio El Obispo fundía su voz en la música infantil de su feligresía. Toda la moral y ascética cristiana se reducía a un cantar nuevo: «Cantad con las voces, cantad con los corazones, cantad con las bocas, cantad con las costumbres. La alabanza de cantar es el mismo cantor. ¿Queréis cantar alabanza a Dios? Sed vosotros lo que decís. Si vivís bien, vosotros sois la alabanza

a Dios»". Así exhortaba a la vida práctica a los neófitos el Obispo de Hipona. La vida vivida cristianamente, a la luz de la resurrección de Cristo, es la Pascua viva, el Alleluia que mejor se canta, la gloria de la Iglesia. Sobre todo la paz en las comunidades eclesiales era el verdadero canto pascual: «Alabad al Señor, hermanos, con la vida y la lengua; con el corazón, con la boca, con las costumbres. Así quiere que se diga Alleluia, de modo que no haya discordia entre los que la cantan» También los donatistas cantaban el Alleluia, y éste era el gran dolor del Pastor de Hipona: que todos los cristianos no alabasen a Dios con una boca
y un solo corazón. El espíritu pascual de alabanza es el alma misma de la espiritualidad cristiana, que es gozosa y jubilante, siempre agradecida por el beneficio de la redención. No es buen viajero el que no canta. Por eso, «en este tiempo de peregrinación, para consuelo de nuestro viaje, vamos cantando el Alleluia; ahora el Alleluia es canto de viajeros, pues nos dirigimos, por un camino de trabajos, al lugar de nuestro descanso, donde todo será alleluia. Esta ocupación suavísima es la que escogió María, que descansaba, aprendía, alababa» ".La Pascua es un aprendizaje de vida contemplativa, de reposo en medio de las actividades trabajosas y el tráfago de este mundo.Con el pensamiento escatológico, o la contemplación de la ciudad de Dios ya glorificada y en su reposo definitivo, se inflamaba el espíritu de San Agustín en este tiempo para mirar arriba, a la patria del cielo, con lo que el peso y gravedad de la vida terrena se hacía menos oprimente y el cristiano se entrenaba en el vuelo, elevándose de las miserias terrenas. Por eso la espiritualidad cristiana lleva muy en su corazón el tema de Pascua como impulso de contemplación y alivio del camino ascético.

3.      Teología de la ascensión

El cristiano no sólo participa del misterio de la muerte, pasión y resurrección del Señor, sino también del de su ascensión a los cielos. Este constituye uno de los aspectos íntimos de la espiritualidad cristiana, que es esencialmente ascensora y volante, distinguiéndose mucho de la espiritualidad luterana por ejemplo. San Agustín y Lutero se dividen aquí y van en direcciones contrarias. Ya se ha aludido anteriormente a la teoría del eros, el cual en su forma celeste es una fuerza y conato de ascensión de lo sensible a lo inteligible,
de lo mortal a lo inmortal, de lo transitorio a lo permanente, de lo terreno a lo celestial. Pero en realidad la participación en el misterio de la ascensión es lo que da alas al amor para subir a Dios, no contra Dios.
El historiador y crítico de la noción cristiana del amor A. Nygren reconoce en este punto esta divergencientre la espiritualidad católica y protestante. Reconoce una triple escala de ascensión, que se realiza mediante la virtud, la especulación racional y la contemplación ".



 La espiritualidad de la Reforma luchó contra estas tres escalas o formas de ascensión. «Lutero se levanta contra esta tendencia ascendente; contra esta ascensión que se efectúa por las escalas del mérito, según la piedad práctica; por las

escalas de la purificación e iluminación, según la mística; a lo largo del pensamiento especulativo y racional, según la escolástica. Lutero quiere ignorar toda clase de ascensión a la majestad de Dios. En lugar de esta teología de la gloria, exige una teología de la cruz» La noción católica del mérito y de la escala de las virtudes, la de la analogía metafísica, por la que también la razón, ilustrada por la fe, sube a Dios,
y «la peste de la teología mística de Dionisio y de otros libros análogos»,fueron objeto de particular desdén para él. «Como sólo Cristo sube al cielo, El que se ha rebajado y está en el cielo, es imposible que un benedictino, un agustino, un franciscano, un dominicano, un cisterciense u otro cualquiera suba al cielo» ".
Sólo Cristo puede subir al cielo, y nadie más. Lutero se funda en el mismo pasaje evangélico para formular su teología de la cruz, o del profundo abatimiento del hombre, herido y exhausto de fuerzas, que no puede elevarse, que San Agustín para formular su teología de la gloria o ascensión del alma a Dios: «Nadie sube al cielo sino el Hijo del hombre, que ha descendido del cielo». Sólo Cristo, dice Lutero. También los cristianos en Cristo y con Cristo, había dicho San Agustín, el cual no deja de admitir la soledad ascensora de Cristo. El es en realidad el único ascensor, pero en este ascensor, y por sus méritos y bondad, muchos miembros suyos pueden subir a Dios. El misterio, pues, de la ascensión del Señor penetra y vivifica toda la espiritualidad cristiana y agustiniana, como decíamos que también el misterio de la cruz era su fuerza interior. Las dos teologías-la de la cruz y la de la gloria-califican la ascética cristiana. La ascensión pertenece a la teología de la gloria y siguió a la teología de la cruz, «pues la glorificación de Cristo se realizó en dos tiempos distintos: en la resurrección y en la ascensión» ".San Agustín parte del hecho histórico: «En este día, hermanos, cuadragésimo después de la resurrección, el Señor subió a los cielos» ". Los cuarenta días pascuales empléolos el Señor en manifestar la verdad de su cuerpo resucitado, entrando y saliendo con ellos, comiendo y bebiendo ".La catequesis de este misterio comprende tres aspectos sobre todo: dog-
mático, eclesiológico, ascético. Quiero decir que la mirada de San Agustín abarca e ilustra el realismo del Verbo hecho carne, y se encara con los maniqueos, que le dieron sólo un cuerpo aparente; o con los arrianos, que le negaron la divinidad; o con los pelagianos, que negaron su gracia; o con los donatistas,
que dividieron su Iglesia. Es decir, San Agustín abarca siempre la plenitud ontológica del Verbo hecho carne en todos sus aspectos: el Dios que está sobre nosotros y el Hombre que está con nosotros ".Pero, aun subiendo al cielo, Cristo no se desentiende de su Cuerpo o Iglesia que peregrina por la tierra, y puede decir: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Cristo sigue siendo cabeza de la Iglesia, a la que rige, gobierna, vivifica, defiende y santifica en sus miembros que yacen sobre la tierra.Pero aquí nos interesa el aspecto ascético o ascensivo del alma, pues Cristo hace a su Iglesia participar del misterio de su subida al cielo.

San Agustín, como Lutero, defiende que en realidad sólo Cristo sube al cielo; pero también pueden subir con El todos los que forman su Cuerpo místico, que son miembros suyos y forman el Cristo total: «Porque El bajó a la tierra para sanarte, subió al cielo para elevarte. Tú caes, si te levantas contra El; estás firme, si El te eleva. Levantar, pues, el corazón a Dios es nuestro refugio; levantar el corazón contra El es la soberbia. Digamos, pues, a El que resucita: 'Tú eres, Señor, mi esperanza, y al subir has puesto altísimo mi refugio'»
Esta pedagogía de la ascensión tiene por fin alcanzar los tesoros encerrados en Cristo en sus tres aspectos, porque El te ofrece algo que se debe mirar con atención, algo que se ha de creer y algo que se ha de ver".
Hay en su persona aspectos que son objeto de trato y de intuición sensible, algo que es objeto de fe y algo que será objeto de visión beatífica. Cristo ofreció a los hombres de su tiempo una humanidad tratable y conversable, que fue el primer paso de acercamiento a El. El realismo de su encarnación ofrece a los que le buscan un contacto y fundamento para la fe cristiana, que tiene su base en la historia temporal del Hijo de Dios. Por eso Cristo quiso demorar cuarenta días su permanencia entre los discípulos, entrando y
saliendo, comiendo y bebiendo con ellos: «Cristo, en su permanencia con sus discípulos durante cuarenta días, dio a entender que en este lapso de tiempo es necesaria la fe en la encarnación para los que son flacos» ". Pero aquella fe estaba demasiado ligada a la visión carnal del Hijo de Dios fue necesario quitarles todo arrimo sensible para que su adhesión a Cristo se fortaleciera y purificara, «porque estaban fijos en
el hombre y no podían pensar en Dios» ".

Cristo quiso formarles y catequizarles con una disciplina más severa, llamarles a una esp








iritualidad más vigorosa del surrum cor y mundum cor. «Es mejor que ya no me veáis en esta carne y entréis con el pensamiento en la divinidad. Yo me quito de vosotros en el exterior, pero interiormente os lleno de mí.
¿Acaso Cristo entra en el corazón por la carne y con la carne? Según su divinidad, posee el corazón; según la carne, habla por los ojos al corazón y avisa desde fuera; morando en lo interior, hace que interiormente seamos convertidos, y vivificados, y formados por El, que es la forma increada de todas las cosas»

He aquí el itinerario de la nueva espiritualidad: de la forma de siervo, o de la humanidad conocida sensiblemente, hay que ascender a su forma de Dios o divinidad, primero por la fe y después por la visión. La fe, pues, es una forma de ascensión a Dios, aunque imperfecta todavía. Hay aquí una ascética ascensora que exige un doble esfuerzo de purificación y elevación: «Subamos, pues, a El, que bajó a nosotros; nuestras escalas son las costumbres con que vamos avanzando»". Se insinúa la ley de progreso continuo, que es
fundamental en la escuela cristiana, y las alas para subir son las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad: ¿Y adónde se ha de subir? De la humanidad, a la divinidad; del Verbo hecho carne, al Verbo que estaba en
el principio en el seno de Dios y era Dios. Lo que exige esta ascensión es lo que llama San Agustín cogitare divinitatem: meditar en la divinidad, penetrar los misterios del ser divino. Por su vida temporal conocemos sus realidades humanas, su cuerpo, su alma, sus hechos, sus milagros, sus palabras; todo ello debe servirnos de escala para subir hasta el Dios oculto en Jesús: «Por eso el Señor se ausentó corporalmente de su Iglesia y subió al cielo, para que la fe de la misma se edificase» o Es decir, para que fuese subiendo como
un edificio hasta llegar a Dios. Ejercicio de esta subida en este mundo es el de la fe creciente, que debe

purificarse cada vez más para llegar a lo profundo de la divinidad. Tal es el contacto espiritual, que tanto pondera San Agustín como ejercicio con el ejemplo de la Magdalena: «El haber dicho a María: No quieras tocarme, pues todavía no he subido al Padre (Jn 20,17), era para darle a entender el tacto espiritual, es decir, el acceso a El por la fe, creyéndole grande como el Padre».

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