La larga preparación cuaresmal nos lleva
al misterio pascual, donde están los orígenes mismos de la espiritualidad cristiana. Los cristianos somos
hijos del sacramento pascual. No se trata aquí de recordar devotamente un misterio, v.gr., el del nacimiento del Señor, sino de un sacramento en el sentido
religioso
que le da la Iglesia. San Agustín distingue correctamente el tiempo de
Navidad de este tiempo: «Hay que notar que la natividad del Señor no se celebra sacramentalmente-non in sacramento celebran-, sino en recuerdo;
reevocamos a la memoria que El nació, y para esto era bastante celebrar con
alegre devoción el aniversario de aquel hecho. Mas el sacramento se hace a
modo de una celebración en que el recuerdo de un suceso real de tal manera
se conmemora, que se entienda que se está significando algo que se ha de
recibir.
Así en la celebración de la Pascua no sólo recordamos el hecho de la
muerte de Cristo, sino también las demás cosas que atestiguan esto las adoptamos para la significación del sacramento. Pues como, según el Apóstol, murió
Cristo por nuestros delitos y resucitó para nuestra justificación (Rom 4,25),
cierto tránsito de la muerte a la vida se consagró en aquella muerte y
resurrección... Se recomienda, pues, el tránsito de esta vida mortal a la otra inmortal,
esto es, de la muerte a la vida, con la pasión y resurrección del Señor».
En otras palabras, el hecho histórico de
la pasión y resurrección se hace acontecimiento salvífico, de que nosotros hemos de participar
efectivamente muriendo y resucitando con el Señor. Hubo muerte y resurrección en
Cristo; espiritualmente ha de haber una muerte y resurrección en los cristianos:
«Por
eso no celebran la Pascua sino los que de la muerte de sus pecados pasan a la vida de los justos» . El cristiano realiza una mística configuración
con Cristo en su pasión, sepultura y resurrección. Toda esta mística está
presente en el bautismo, que solía celebrarse muy solemnemente en la mañana de
Pascua
en las iglesias antiguas '. El recién bautizado recibía el perdón de los
pecados, la nueva vida de la gracia de hijo de Dios, y al mismo tiempo un sello
espiritual o carácter que le hacía semejante a Cristo para siempre.
La Pascua nos trajo la nueva economía
sacramental, que es fuente de toda la renovación cristiana, dividiendo los dos Testamentos. En el Antiguo se utilizaban multitud de signos para
instrucción del pueblo de Dios: «En nuestras instrucciones, para dar sentido sagrado a alguna cosa recibimos con
muy
religiosa piedad múltiples semejanzas, adaptadas, como de las demás
cosas, de los vientos, del mar, de la tierra, de las aves, de los peces, de los
rebaños, de los árboles, de los hombres; mas para la celebración de los
sacramentos usamos de ellas, con cristiana libertad, muy parcamente; v.gr., del agua,
del trigo, del vino, del aceite. En la servidumbre en que vivió el mundo
antiguo, se le mandaron cumplir ritos que para nosotros sólo tienen un fin de
instrucción»
Con estas palabras alude el Santo a las
muchas ceremonias y ritos de sacrificios de la ley antigua, que sólo conservan para nosotros un fin de
instrucción y erudición religiosa. Mas en el Nuevo Testamento, las materias
utilizadas en los sacramentos son el agua y el óleo, el pan y el vino. Así el agua y el óleo se utilizan en el
bautismo y en la confirmación, y el pan y el vino en la eucaristía. Estos eran los sacramentos que
recibían los catecúmenos con la gracia de la renovación espiritual, vinculada al
sacrificio redentor del Hijo de Dios. Todo el sentido de los sacramentos
antiguos consistía en prometer al Salvador, en despertar la fe en el futuro Libertador ". Los del Nuevo
Testamento dan la salvación y santidad que prometían los antiguos, siendo eficaces
en virtud de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Por eso, «la
resurrección de Cristo es la vida nueva de los que creen en Jesús, y éste es el
sacramento de su pasión y resurrección, que debéis conocer y actuar en
vosotros...
Pues Cristo murió para que manifestase en la cruz la muerte del hombre
viejo, y resucitó para que con su vida mostrase la novedad de nuestra vida» ".Tal es el sentido de la Pascua y de su
espiritualidad; es una continuación esencial de la que nos imprime el bautismo con los efectos: muerte al
pecado y vida para Dios. «La resurrección de Cristo está en nosotros, si vivimos
bien», sentencia el Santo ". Trazamos aquí las líneas esenciales de la vida
cristiana, el binomio espiritual, que consiste en evitar el pecado y poseer la gracia
o
vida de Dios. Por eso la Pascua es el principio de la vida cristiana, cuyo
origen es Cristo resucitado.
2.
«Alleluia»
Como consecuencia de la vida nueva que
introdujo la Pascua, nació un nuevo espíritu eucarístico y laudatorio, que ha impreso sello imborrable
en la cristiandad. Para San Agustín, «la más excelente obra del hombre es
alabar a Dios... Sea, pues, tu ocupación celebrarle con loores; brote de tu boca
la
palabra buena; manifiesta tus obras al Rey que puso en tus labios sus
palabras y te dio lo que habías de ofrecerle» ". La liturgia pascuaL ha contribuido a
fomentar el espíritu laudatorio y confesional en la Iglesia. El canto del Alleluia es el transporte de gozo en el alma por tres hechos que le afectan: la
resurrección corporal de Cristo, la espiritual del alma, que ha recibido en el sacramento de la regeneración, haciéndose
hijo
de Dios, y la futura resurrección de la carne. Estas tres resurrecciones,
con todo el conjunto de beneficios que suponen para los cristianos, llenan su
espíritu de gratitud, de devoción y melodía interior. El presente, el pasado y
el futuro, con la fe, esperanza y caridad, se abrazan en el Alleluia pascual:
«He aquí que la esperanza nos amamanta,
nos nutre, nos fortalece y en esta vida laboriosa nos consuela; con esta esperanza cantamos el
Alleluia. Si tanto gozo nos trae la esperanza, ¿qué será la realidad?... Cuando
apareciere Cristo, nuestra vida, también nosotros entonces apareceremos con El en
la gloria. Entonces será el tiempo de cantar el verdadero Alleluia; ahora lo
es en esperanza. Aquella esperanza nos hace cantar; también el amor canta
y cantará entonces; mas ahora es a un amor menesteroso, con hambre, y
entonces
será un amor gozoso. ¿Pues que es el Alleluia? Ya os lo he dicho: es la
alabanza de Dios. Ahora oís esta palabra, y al oírla os produce alegría y
alabáis a Dios alegremente. Si así amáis el rocío, ¿qué será la fuente?»"
En todo el tiempo pascual, como puede
notarse, el tema escatológico está presente como una tensión entre dos instancias, lo actual y lo
futuro; como dice San Agustín, la spes y la res. Así el alma cristiana en la
Pascua se balancea rítmicamente entre las dos cosas, entre el gozo de lo que ya
cree y posee y el deseo de lo que le falta, en los brazos del tiempo y de la
eternidad, y anda como entrenándose para la posesión de la gloria futura, que
será también vida de alabanza. La ocupación de la vida presente debe ser
la alabanza a Dios, pues también el alborozo de la vida futura será alabarle, y nadie puede habilitarse para
lo que será aquella vida si no se adiestra para ella ahora» .
Ahora, como viadores, hemos de cantar el
Alleluia, pues viajamos por este camino laborioso hacia la patria de nuestro descanso, donde nuestra
vida será toda de alleluia ": Por eso, «no sin razón, hermanos, la Iglesia
conserva la antigua tradición de cantar durante estos cincuenta días el Alleluia,
que es alabanza de Dios, para darnos a entender a los que trabajamos hoy
que ella será la acción de nuestro descanso. Cuando después de esta vida
trabajosa lleguemos a aquel reposo, toda nuestra vida será alabar a Dios; nuestra
acción, cantar el Alleluia» .
San Agustín era, sin duda, muy sensible
al gozo de-la música del Alleluia pascual, que le recordaba sus primeras impresiones litúrgicas de
recién convertido en Milán: «Esta es nuestra alegría, hermanos; alegría de estar
unidos todos, alegría en los salmos e himnos, alegría en la memoria de la
pasión y resurrección de Cristo, alegría en la esperanza de la vida futura. Si
tanta alegría hay en lo que esperamos, ¿qué será cuando llegue la posesión? He
aquí que estos días, cantando el Alleluia, se renueva, en cierto modo, nuestro
es-
píritu. ¿No es verdad que de algún modo pregustamos la felicidad de aquella soberana ciudad? Si en estos días
sentimos tanto gozo, ¿qué será cuando se diga: Venid, benditos de mi Padre, y recibid el reino; cuando se
congregarán los santos en uno?... Por eso decimos Alleluia; cosa buena es, alegre y
llena de muy suave gozo» Habla aquí el pastor y el cristiano
enriquecido con la experiencia del misterio pascual, de que formaba parte también el aumento de la Iglesia
con nuevos miembros que recibían el bautismo y testificaban la resurrección
del Señor. En los sermones a los neófitos-ad infantes-, él cantaba con
ellos el dulce cántico: «El Alleluia es el cántico nuevo. El hombre nuevo
canta un cántico nuevo. Lo hemos cantado nosotros, lo habéis cantado también
vosotros, que ha poco nacisteis a vida nueva. Nosotros lo hemos cantado
con vosotros, porque hemos sido redimidos con el mismo precio El Obispo fundía su voz en la música infantil de su feligresía. Toda la moral y ascética cristiana se
reducía a un cantar nuevo: «Cantad con las voces, cantad con los corazones, cantad con las bocas, cantad con
las costumbres. La alabanza de cantar es el mismo cantor. ¿Queréis cantar alabanza a Dios? Sed vosotros lo que decís. Si vivís bien, vosotros sois la
alabanza
a Dios»". Así exhortaba a la vida práctica a los neófitos el Obispo de
Hipona. La vida vivida cristianamente, a la luz de la resurrección de Cristo,
es la Pascua viva, el Alleluia que mejor se canta, la gloria de la Iglesia. Sobre
todo la paz en las comunidades eclesiales era el verdadero canto pascual:
«Alabad al Señor, hermanos, con la vida y la lengua; con el corazón, con la
boca, con las costumbres. Así quiere que se diga Alleluia, de modo que no
haya discordia entre los que la cantan» También los donatistas cantaban el
Alleluia, y éste era el gran dolor del Pastor de Hipona: que todos los
cristianos no alabasen a Dios con una boca
y un solo corazón. El espíritu pascual de alabanza es el
alma misma de la espiritualidad cristiana, que es gozosa y jubilante, siempre agradecida por el beneficio de
la redención. No es buen viajero el que no canta. Por eso, «en este tiempo
de peregrinación, para consuelo de nuestro viaje, vamos cantando el Alleluia;
ahora el Alleluia es canto de viajeros, pues nos dirigimos, por un camino de
trabajos, al lugar de nuestro descanso, donde todo será alleluia. Esta ocupación
suavísima es la que escogió María, que descansaba, aprendía, alababa» ".La Pascua es un aprendizaje de vida
contemplativa, de reposo en medio de las actividades trabajosas y el tráfago de este mundo.Con el pensamiento escatológico, o la
contemplación de la ciudad de Dios ya glorificada y en su reposo definitivo, se inflamaba el espíritu de San
Agustín en este tiempo para mirar arriba, a la patria del cielo, con lo que el
peso y gravedad de la vida terrena se hacía menos oprimente y el cristiano se entrenaba en el vuelo, elevándose de las
miserias terrenas. Por eso la espiritualidad cristiana lleva muy en su corazón el tema de Pascua como impulso de
contemplación y alivio del camino ascético.
3.
Teología de la ascensión
El cristiano no sólo participa del
misterio de la muerte, pasión y resurrección del Señor, sino también del de su ascensión a los cielos. Este
constituye uno de los aspectos íntimos de la espiritualidad cristiana, que es
esencialmente ascensora y volante, distinguiéndose mucho de la espiritualidad luterana
por ejemplo. San Agustín y Lutero se dividen aquí y van en direcciones contrarias. Ya se ha aludido anteriormente a la
teoría del eros, el cual en su forma celeste es una fuerza y conato de ascensión de lo sensible a lo
inteligible,
de lo mortal a lo inmortal, de lo transitorio a lo permanente, de lo
terreno a lo celestial. Pero en realidad la participación en el misterio de la
ascensión es lo que da alas al amor para subir a Dios, no contra Dios.
El historiador y crítico de la noción
cristiana del amor A. Nygren reconoce en este punto esta divergencientre la espiritualidad católica y
protestante. Reconoce una triple escala de ascensión, que se realiza mediante la
virtud, la especulación racional y la contemplación ".
La espiritualidad de la
Reforma luchó contra estas tres escalas o formas de ascensión. «Lutero se levanta contra esta tendencia
ascendente; contra esta ascensión que se efectúa por las escalas del mérito, según la piedad práctica; por
las
escalas de la purificación e iluminación, según la mística; a lo largo del
pensamiento especulativo y racional, según la escolástica. Lutero quiere
ignorar toda clase de ascensión a la majestad de Dios. En lugar de esta teología
de la gloria, exige una teología de la cruz» La noción católica del mérito y de la
escala de las virtudes, la de la analogía metafísica, por la que también la razón, ilustrada por la fe, sube a
Dios,
y «la peste de la teología mística de Dionisio y de otros libros
análogos»,fueron objeto de particular desdén para él. «Como sólo Cristo sube al cielo, El que
se ha rebajado y está en el cielo, es imposible que un benedictino, un agustino, un franciscano, un
dominicano, un cisterciense u otro cualquiera suba al cielo» ".
Sólo Cristo puede subir al cielo, y nadie
más. Lutero se funda en el mismo pasaje evangélico para formular su teología de la cruz, o del profundo
abatimiento del hombre, herido y exhausto de fuerzas, que no puede
elevarse, que San Agustín para formular su teología de la gloria o ascensión del
alma a Dios: «Nadie sube al cielo sino el Hijo del hombre, que ha descendido del cielo». Sólo Cristo, dice Lutero. También los cristianos en Cristo y
con Cristo, había dicho San Agustín, el cual no deja de admitir la soledad
ascensora de Cristo. El es en realidad el único ascensor, pero en este ascensor, y por sus méritos y bondad, muchos miembros suyos pueden subir a Dios. El misterio, pues, de la ascensión del
Señor penetra y vivifica toda la espiritualidad cristiana y agustiniana,
como decíamos que también el misterio de la cruz era su fuerza interior. Las dos teologías-la de la cruz y la
de la gloria-califican la ascética cristiana. La ascensión pertenece a la teología de
la gloria y siguió a la teología de la cruz, «pues la glorificación de Cristo se realizó en dos tiempos
distintos: en la resurrección y en la ascensión» ".San Agustín parte del hecho histórico:
«En este día, hermanos, cuadragésimo después de la resurrección, el Señor subió a los cielos» ". Los
cuarenta días pascuales empléolos el Señor en manifestar la verdad de su cuerpo
resucitado, entrando y saliendo con ellos, comiendo y bebiendo ".La catequesis de este misterio comprende
tres aspectos sobre todo: dog-
mático, eclesiológico, ascético. Quiero decir que la mirada de San
Agustín abarca e ilustra el realismo del Verbo hecho carne, y se encara con los
maniqueos, que le dieron sólo un cuerpo aparente; o con los arrianos, que le
negaron la divinidad; o con los pelagianos, que negaron su gracia; o con los
donatistas,
que dividieron su Iglesia. Es decir, San Agustín abarca siempre la plenitud ontológica del Verbo hecho carne en todos sus aspectos: el Dios que
está sobre nosotros y el Hombre que está con nosotros ".Pero, aun subiendo al cielo, Cristo no se
desentiende de su Cuerpo o Iglesia que peregrina por la tierra, y puede decir: Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?" Cristo sigue siendo cabeza de la Iglesia, a la que rige, gobierna,
vivifica, defiende y santifica en sus miembros que yacen sobre la tierra.Pero aquí nos interesa el aspecto
ascético o ascensivo del alma, pues Cristo hace a su Iglesia participar del misterio de su subida al cielo.
San Agustín, como Lutero, defiende que en
realidad sólo Cristo sube al cielo; pero también pueden subir con El todos los que forman su
Cuerpo místico, que son miembros suyos y forman el Cristo total: «Porque El
bajó a la tierra para sanarte, subió al cielo para elevarte. Tú caes, si te
levantas contra El; estás firme, si El te eleva. Levantar, pues, el corazón a Dios
es nuestro refugio; levantar el corazón contra El es la soberbia. Digamos,
pues, a El que resucita: 'Tú eres, Señor, mi esperanza, y al subir has puesto
altísimo mi refugio'»
Esta pedagogía de la ascensión tiene por
fin alcanzar los tesoros encerrados en Cristo en sus tres aspectos, porque El te ofrece algo que se debe
mirar con atención, algo que se ha de creer y algo que se ha de ver".
Hay en su persona aspectos que son objeto
de trato y de intuición sensible, algo que es objeto de fe y algo que será objeto de visión beatífica. Cristo ofreció a los hombres de su tiempo
una humanidad tratable y conversable, que fue el primer paso de acercamiento a El. El realismo de su
encarnación ofrece a los que le buscan un contacto y fundamento para la fe
cristiana, que tiene su base en la historia temporal del Hijo de Dios. Por eso Cristo quiso demorar cuarenta días su permanencia entre los discípulos, entrando
y
saliendo, comiendo y bebiendo con ellos: «Cristo, en su permanencia con sus
discípulos durante cuarenta días, dio a entender que en este lapso de tiempo es necesaria la fe en la
encarnación para los que son flacos» ". Pero aquella fe estaba demasiado ligada a la
visión carnal del Hijo de Dios fue necesario quitarles todo arrimo sensible para
que su adhesión a Cristo se fortaleciera y purificara, «porque estaban fijos
en
el hombre y no podían pensar en Dios» ".
Cristo quiso formarles y catequizarles
con una disciplina más severa, llamarles a una esp
iritualidad más vigorosa del surrum cor y mundum cor. «Es
mejor que ya no me veáis en esta carne y entréis con el pensamiento en la
divinidad. Yo me quito de vosotros en el exterior, pero interiormente os lleno de
mí.
¿Acaso Cristo entra en el corazón por la carne y con la carne? Según su
divinidad, posee el corazón; según la carne, habla por los ojos al corazón y avisa
desde fuera; morando en lo interior, hace que interiormente seamos convertidos,
y vivificados, y formados por El, que es la forma increada de todas las cosas»
He aquí el itinerario de la nueva
espiritualidad: de la forma de siervo, o de la humanidad conocida sensiblemente, hay que ascender a su forma
de Dios o divinidad, primero por la fe y después por la visión. La fe,
pues, es una forma de ascensión a Dios, aunque imperfecta todavía. Hay aquí
una ascética ascensora que exige un doble esfuerzo de purificación y elevación: «Subamos, pues, a El, que bajó a nosotros; nuestras escalas son las
costumbres con que vamos avanzando»". Se insinúa la ley de progreso continuo, que
es
fundamental en la escuela cristiana, y las alas para subir son las
virtudes teologales: fe, esperanza y caridad: ¿Y adónde se ha de subir? De
la humanidad, a la divinidad; del Verbo hecho carne, al Verbo que estaba
en
el principio en el seno de Dios y era Dios. Lo que exige esta ascensión
es lo que llama San Agustín cogitare divinitatem: meditar en la divinidad, penetrar los misterios del ser divino. Por su vida temporal conocemos sus
realidades humanas, su cuerpo, su alma, sus hechos, sus milagros, sus palabras;
todo ello debe servirnos de escala para subir hasta el Dios oculto en Jesús:
«Por eso el Señor se ausentó corporalmente de su Iglesia y subió al cielo,
para que la fe de la misma se edificase» o Es decir, para que fuese subiendo
como
un edificio hasta llegar a Dios. Ejercicio de esta subida en este mundo es
el de la fe creciente, que debe
purificarse cada vez más para llegar a lo profundo de la divinidad. Tal es el contacto espiritual, que tanto pondera
San Agustín como ejercicio con el ejemplo de la Magdalena: «El haber dicho
a María: No quieras tocarme, pues todavía no he subido al Padre (Jn 20,17),
era para darle a entender el tacto espiritual, es decir, el acceso a El por la fe, creyéndole grande como el
Padre».
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